14/2/08

El individuo binario


El problema no es que el contestador de un 902 (una compañía telefónica etcétera) sea una voz impersonal que no escucha y de una inflexibilidad risible, muy parodiable, aparte de cabreante, sino que una vez que conseguimos que nos atienda alguien, alguien de carne y hueso, encontremos esa misma impersonalidad hueca, esa misma inflexibilidad. Les presento al individuo binario; o cero o uno.

El individuo binario es muy amable: blanco o negro, norte o sur, cero o uno. No, mire, lo que sucede es que ni es blanco ni negro, sino un gris así nubarrón, y ni es norte ni sur exactamente. Con el ente binario hemos topado; no hay nada que hacer. Si el caso de uno no es cero ni uno, no hay solución (repito: NO HAY SOLUCIÓN), y los minutos pasan explicando el problema sin que el ente, comprensivo en apariencia, deje de repetir su consigna, una y otra vez, como si en realidad no hubiera escuchado nada. Es el momento en el que empezamos a sospechar que no estamos hablando con una persona, como creíamos, sino con otro contestador (la madre que los parió), uno quizá más avanzado, con algo más de vocabulario y acento argentino, pero empeñado en no salirse de la bipolaridad de ceros y unos, o mejor de dicho de cero y uno. Porque solo hay un cero, y solo hay un uno. Y no hay más.

Y lo peor de todo, lo que convierte la conversación, por llamarla de alguna manera, en delirante, es la voz de pito computerizado que tiende a poner el ente. Eso es lo que revienta a cualquiera con sangre y colesterol en las venas.

— Oiga, entiende lo que le digo... parece que no me escucha.

— Un momento por favor, estamos comprobando los datos en el sistema... Gracias por la espera.

Puede pasar un cuarto de hora, media hora, y a lo máximo a que hemos llegado es a que el ente cabrón nos informe que él no lleva esos asuntos y que hemos de llamar a otro teléfono. Es el mismo ente que nos atiende en un negociado cualquiera, es la famosa ventanilla de al lado y el vuelva usted mañana de Larra. Antes de que Kafka escribiese El proceso, donde como todos sabéis a un tipo lo detienen sin saber de qué se le acusa, ya Larra nos avisó de la escasa predisposición a comprender al prójimo y hacer algo por él. Pereza le llamó; no hacer algo por lo demás o por uno mismo. Usar las limitaciones de un puesto para no hacer nada.

Muchas interpretaciones se hicieron de esta obra concreta de Kafka, que si Dios, el Estado, sordo acusador de Josef K. lo condena sin razón y lo ejecuta, y todas son seguramente correctas (una interpretación es lo que tiene, que tanto vale para un roto como para un descosido), pero lo más sencillo y tangible es quedarse en que ese Estado es el individuo que lee el Marca cuando uno le cuenta que hubo un error en la declaración de la renta y que no puede ser que salga a pagar cuatro mil euros (primero paga usted y después se reclama), y se encoge de hombros y le manda a uno a otro departamento. Y el Estado es esa señora que compulsa copias sabiendo que tres meses después le llegará una carta al extranjero solicitando el documento correcto y no el que entregó, y tiene un plazo de diez días etcétera.

El Estado es ese señor con nombre y apellidos que es del Madrid o del Barça o del Ponferrada, que tiene dos hijos o tres o ninguno y le gusta la empanada de zamburiñas e ir a pescar los domingos o la lectura. Por ejemplo, Kafka.

Conclusión; suerte y al toro. Lo único que queda desearse, y ajustarse el casco como si fuéramos al frente.

5 comentarios:

M. dijo...

Brillante Mabalot. Excelente precisión la tuya. Y una genialidad marca de la casa: "El Estado es ese señor con nombre y apellidos que es del Madrid o del Barça o del Ponferrada, que tiene dos hijos o tres o ninguno y le gusta la empanada de zamburiñas e ir a pescar los domingos o la lectura. Por ejemplo, Kafka".

Abrazos.

Mabalot dijo...

Abrazos Manuel, gracias.

Cerillo dijo...

Que Kafka se quedó corto ya se sabe. Que la maquinaria la mueve unos señores que son de Barça, el Madrid o el Estudiantes de la Plata, también se sabe. No sé si en el reciente pasado llegaba algún día un mañana con soluciones. Lo que si sé es que hay un tejido opaco que esconde y protege de desaguisados a ciertos colectivos poderosos, que este tejido no es casual, que tiene la urdimbre perfecta para que lleguemos a pensar: Para qué protestar, cornudos y apaleados sabemos que no nos concederan soluciones limpias para nada.

Mabalot dijo...

A veces creemos que realmente ese señor de la ventanilla no puede hacer nada, y el caso es que siempre son señores que no pueden hacer nada, y no hablo solo de funcionarios, sino de cualquier empleado.
Uno ha de adaptarse a las soluciones que nos proponen y no al revés, que sería lo normal. Cuando por desgracia el caso de uno se cuela entre dos caminos pautados ya puede olvidarse de encontrarle solución.
Saludos, señor Cerillo.

Anónimo dijo...

¡Qué buena la fotografía que encabeza el texto! ¿Podrías decirnos de qué es?