16/11/07

La solución final


Una vez fui verdugo. O casi; yo llevé la pieza al verdugo, y una vez allí ya se encargó él, aunque para el hombre la cosa no tendría mucha importancia porque no conocía a la víctima. Yo sí. Era el perro de mi hermano, lo conocía perfectamente. Odiaba a ese perro. Odio a todos los perros, pero ese me caía peor que ninguno. Un Bob Tail, tan bonito, grande, loco, con esa pelambrera, el rastafari de los chuchos. Tenía dos ojos, como casi todo el mundo, pero uno de cada color, como David Bowie. Recuerdo; uno azul, el otro marrón. Eran ojos que siempre daban la impresión de moverse en redondo, como los de algunos muñecos. Aguzaba el oído, cuando nadie me veía, para escuchar de cerca su cabeza, por si sonaba a maraca. El día que murió mi abuelo mi hermano apareció en casa con el chucho, pequeño y juguetón. Casualidades. Los perros de mi abuelo bajaban las orejas cuando pasaba él. Se meaban. Era otra filosofía; nunca le pondría un chubasquero o un chaleco a un chucho. De aquella mi hermano vivía en un pueblo, en una casa enorme para él solo. Él y el perro. Cada vez que lo veía aparecía ante mí otro animal, que recordaba al anterior pero más hinchado, bruto, una bestia. En poco tiempo el perrito que parecía un ovillo de calceta se convirtió en un toro con melenas, y sin cuernos, pero con colmillos. Siempre queda un poco extraño un jipi gordo, no sé porqué, como si los jipis no comieran, pero ese perro era un jipi gordo, como al que la pubertad convierte su cuerpo de niño no en un hombre, sino en dos hombres. Uno al lado de otro, o uno encima del otro. Comía las escaleras de madera, el reproductor de DVD, la alfombra, los zapatos de uno, con el pie dentro incluso. No había forma de meterlo en cintura; nunca se cansaba. Una respiración agitada, un tío nervioso. Siempre era el centro de atención, pues cuando uno hablaba hacía lo que fuera para volver los ojos de todos hacía él. Se colgaba de la lámpara, hacía el pino, saltaba por un aro de fuego, lo que fuera con tal de recibir el cariño de los presentes, que nunca parecían abstenerse de admirar a un chucho tan hermoso. El pobre pasaba también mucho tiempo solo. Algunos creen que se volvió majara por eso. Mi hermano lo adoraba, quizá también eso es importante; a un perro no hay que adorarlo, dicen. Yo no sé nada de razones ni causas. Lo que pasó fue que le dio un ataque de locura, un arrebato. Precisamente había visitado a mi hermano el anterior fin de semana. Con una pelota jugamos a marearlo (me doy cuenta que no escribí su nombre hasta ahora, y es porque no me acordaba ni de qué tenía un nombre; Turco, eso era). Se ponía muy nervioso, lo veía muy agresivo ese día. A mediados de semana mi hermano dejaba la casa (el lugar, se mudaba a una ciudad) y estaba recogiendo todo. Turco se le metía en el medio mientras hacía las maletas y lo apartó. El chucho, que no tenía un rifle a mano pero sí sus dientes, le atacó y le desgarro la mano izquierda y la muñeca. Lo echó como pudo de la habitación, a patadas.

Se habló de reeducación. Qué palabra más nazi, la verdad. Muchos perros que habían atacado a sus dueños podían recuperarse, ser pacíficos y amar al prójimo, sobre todo del que dependieran económicamente, pero no quedaba garantizado que no le fuese a dar un jamacuco otra vez. Se le cruzaron los cables como el que coge unas pistolas, va a un supermercado y dispara a embarazadas, viejas, niños y botes de tomate. Mi hermano tardó un tiempo en curarse de la mano, pero se quedó bastante más dolido de lo otro. Lo otro; el más allá del abismo emocional. Era joven, inocente, y amaba al supuesto tarado. Lo había querido, sino más, como a su novia, y no era poco el tiempo que habían vivido juntos, chucho y hombre, en una zona más bien remota y aislada. Ya no se fiaba de Turco. Creo que le daba miedo. Tampoco podía regalarlo con esos antecedentes. A los pocos días se decidió que la solución (la solución final), la no-solución, era sacrificarlo. El encargado de cumplir con la tarea, de llevarlo al veterinario/ verdugo, sería yo, pues todo el mundo coincidía en que no había nadie más apropiado. Como no me gustaban los perros pensaban que me sería más fácil. La noche anterior al día en que le tocaba palmar Turco estuvo llorando todas y cada una de las horas que pasó a solas en la cocina, y recuerdo pasar aquella noche sin poder pegar ojo oyendo al que al día siguiente acompañaría a la muerte. No sabría decir si esa noche no pude dormir por el ruido o por saber, al igual que él lo sabía, que al día siguiente sería su último día. Muchas vueltas le di; me veía a mí mismo convenciendo a todos, a mis padres, de que no hacía falta deshacerse de él, de que había que darle una oportunidad al chucho. Me veía a mí mismo diciendo chucho, y rectificaba; es Turco. Al día siguiente hice lo que me habían dicho; llevarlo al veterinario. Estaba nublado; por la calle me paraban algunas viejas, qué bonito. El veterinario era alto y con las orejas de soplillo, como si se las hubiesen estirado mucho de niño; habíamos encargado el pack muerte completa, ellos se ocupaban del cadáver. Le dejé la correa a un tipo; lo bajaron por unas escaleras. Lo veo bajar, tranquilo, y ya no lo vuelvo a ver nunca más. Adiós, chucho. Después fui incapaz de hablar, mientras el veterinario peroraba.

7 comentarios:

M. dijo...

"El pack muerte completa", qué jodido eres!

¿Se sabe si antes del ataque dejó un vídeo en Yotube? Muchos perros lo hacen.

Yo los adoro (los perros, no los vídeos).

Portentoso relato, querido.

M. dijo...

Querido Mabalot, quise decir.

Últimamente se me da por dejar así colgando los queridos, y hay quien me imagina con un chuchito blanco en un brazo y la otra mano palma arriba paseando por la Quinta Avenida.

conde-duque dijo...

Mabalot, algo hay que hacer YA... ¡Ya está bien! ¡¡Yo quiero un libro tuyo o una novela YA!! ¡¡El mundo necesita un libro de Mabalot YA MISMO!!!
Por supuesto, me encanta leerte aquí, pero creo que ya esto no da más de sí, se te ha quedado muy pequeño, enanísimo, y tus textos luchan por abrirse hueco en una página en blanco, en hojas encuadernadas y con título y portada, en las mesas de novedades, pilas de mabalots en las librerías...
Algo hay que hacer. Empieza la cuenta atrás (y que no dure mucho). Y aquí estamos, para lo que sea menester. Hay que moverse...

M. dijo...

¿Pilas de Mabalot en las librerías, Conde? ¡¡Libros, libros!!

Mabalot dijo...

Queridos colegas, ya quisiera yo una mesa con Conde-Duques y Jabois.

Gracias, qué presión, buena presión. Sí, hay que hacer algo; voy a tirar libros por la ventana de mi torreta de marfil, a volar, a volar...

El otro día leí una entrevista de Gonçalo M. Tavares y hablaba sobre lo de publicar. Siempre tuve una idea parecida sobre esto, aunque quizá equivocada;

"Kierkegaard decía que sólo es posible llevar una buena vida si tenemos un buen escondrijo, y que tener un buen escondrijo es tener una buena vida. Siempre he intentado encontrar un buen puesto de vigía del mundo. Desde muy pronto sentía, no sé muy bien por qué, que después de publicar, de hacer algo público, las cosas cambian; por eso decidí retrasarlo lo más posible. Publiqué el primer libro con 31 años, enseguida salieron otros; todos ellos estaban ya escritos cuando se publicó el primero. Todavía hay otros libros sin publicar, de esa fase del escondrijo y de fases más recientes. Siempre llevo varios años de adelanto entre lo que está ya escrito y lo que publico."

Mabalot dijo...

En mi caso los libros que están escritos, hace años (dos o tres), son infumables. Ni siquiera sé dónde están. Ojalá se hayan evaporado.

M. dijo...

Ojalá que no.

A mediados de los años noventa este gilipollas escribió algo que tituló "Finales de los años noventa". Eso sí que había que leerlo. Todo a mano, con caligrafía de gilipollas. Algunos folios, muchos a mi entender, permanecen en los cajones perdidos de la habitación del niño que fui: del gilipollas que fui.

Para saber si algo tiene valor (salvo aquella terrible vergüenza ajena que provocaría "Finales de los años noventa" -que hasta el título creo que está mal escrito) hay que pasarlo por la implacable (nunca tierna) mirada de los demás.

Un año después escribí Walking Around. Otra mierda, pero con algo más de dignidad: no olía tanto. Anda perdida en el disco duro de un ordenador viejo en casa de mis padres.

La escribí en inglés, y eso que no el idioma no lo entiendo muy bien.

Un abrazo.