11/10/07

Relato de un muerto

A los del Círculo Solana

No me he muerto nunca, que yo sepa. Cuando era pequeño pensaba que era una broma, y que en realidad nadie se muere, o que uno no se moriría nunca, o que eso quedaba tan lejano que ya sería como no morirse. Estaba tan convencido, que aunque pensado pareciera una chorrada sin límites (siendo niño y todo), que no había vuelta de hoja. Pero el otro día pasó lo que nunca me había pasado; me morí en sueños. Estaba muerto, como el maestro Gutiérrez Solana, que se moría mucho en sus libros y seguía escribiendo, como si nada. Nunca le he hecho caso a los sueños. Nunca he sido de anotar los sueños ni de pensar mucho en ellos. Tendrán su utilidad, como vertederos de preocupaciones o lo que sea, y allá ellos, pero no significan ni simbolizan nada o significan o simbolizan lo que uno quiera, cualquier cosa, todo. Cuando alguien en un libro empieza a contar un sueño me salto las páginas. Pero este sueño era distinto; estaba muerto, había cruzado el río (o el arroyo, o charco) que separa la vida de la muerte. Había soñado que se moría otra gente, pero eso me preocupaba menos, aunque también me mosqueaba. Y esa era la impresión que daba estar muerto; un poco de preocupación y otro poco de fastidio. Por lo demás todo seguía igual. No cuadraba con ninguna de las dos alternativas felices que había propuesto Sócrates; ni la larga noche sin sueños, ni esa reunión de amigos fallecidos con los que charlar en el más allá. Era todo más casero. Menos ir a trabajar, que es, a todas luces, una de las grandes ventajas de estar muerto (estar muerto era como estar de baja, o de vacaciones), todo lo demás parecían desventajas. Andaba por casa en pantuflas y no me afeitaba y mi familia me veía, aunque los de afuera no, o uno no salía mucho al parecer en esa vida de muerto. Recuerdo que no podía teclear o que estaba preocupado por si no podía teclear, por si la consistencia un tanto vaporosa que se le atribuye a los muertos me impedía seguir tecleando de vez en cuando para pasar el rato. Al parecer no había problema, aunque bien pensado para estar muerto tenía unas preocupaciones bastante tontas. Había más preocupaciones, recuerdo que pensaba que era un fastidio morirse tan joven. Y a mi hija; ¿cómo explicarle qué estaba muerto, tan pequeña, y que ya no podría ir al parque con ella? Eso era lo peor, lo que más le dolía al muerto que uno era. Tampoco tomaba galletas Kings, ni té Hoyicha, ni seguiría progresando en el difícil arte, pese a la falsa apariencia de sencillez, de hacer tortillas de patatas. Ni siquiera estaba hipotecado, moriría sin saber qué era eso, cuando todo el mundo no habla de otra cosa, y moriría sin saber lo que era ver al equipo de mi ciudad natal en primera división machacando al Deportivo, si es que este de aquella siguiese en primera división, o si existiese. En fin, tantas cosas que me quedaban sin hacer. Publicar un libro que fuese la envidia de todos los escritores, y además un best-seller, tener tres o cuatro docenas de hijos más, de tres o cuatro docenas de mujeres (para no desgraciar a la misma), tener un piso en cada una de mis ciudades preferidas, y una casa en el campo, para salir a pasear por las mañanas con un jersey de lana y unas botas camperas y volver con un conejo en las manos que había pisado casi sin querer y cocinarlo con arroz y digerirlo con buen vino del país. La muerte segaba una vida en lo mejor y eso, estando ya muerto, me jodía. Me desperté con la respiración agitada, aunque en el sueño todo parecía muy tranquilo, al parecer de muerto veía mucho la televisión y vagaba por el pasillo en pijama, y poco a poco sentí el alivio lógico del que se libra de un gran mal, del que ve como se difumina una pesadilla y ya tiene ante sí el mundo real, que era esa habitación en la que me había echado a dormir la noche anterior y que ya era menos oscura por la luz que entraba a través de las rendijas de la persiana.

Me levanté y pensé; vaya sueño, ¿de dónde saldrá eso, cómo se le habrá ocurrido a las neuronas fabricar tal cosa? Y recordé lo que contó un amigo del reciente fallecido Carlos Llamas (de fulminante enfermedad), una frase que este dijo en uno de los pocos momentos que la sedación le permitió abrir los ojos ante el amigo que venía a despedirse. Nunca, la verdad, he sido muy de radios ni muy seguidor del programa de este señor periodista, pero me impresionó la frase en tal contexto. A unos se les hiela la sangre, a mí se me cuajó, como un yogur.

Abrió los ojos, miro al amigo y dijo: Qué putada.

En fin, dos palabras, quizá las últimas, como otros mueren diciendo Viva Padrón, o Alcánzame la bacinilla. Es el ejemplo perfecto de que a veces una palabra vale por mil imágenes, o que detrás de una palabra hay mil imágenes.

Según me dijeron soñar esto auguraba un cambio de vida, así que eché una primitiva, por si acaso.

4 comentarios:

M. dijo...

"No me he muerto nunca, que yo sepa". Después de esa frase, lo que tú ya quieras.

No sabía eso de Llamas. Es precioso. Ni la columna inacabada de Umbral ni la luz, más luz de ¿Goethe?. Qué putada, eso es: una poética síntesis de la muerte.

Nunca soñé que moría, pero sí soñé que soñaba, y que podía hacer lo quisiera. Es una de las tres mejores cosas que me pasó en la vida. La vida normal, y tú dentro, pero sabiendo que sueñas. Pegártela en coche, entrarle a las mujeres sin importar edad y condición: sin vergüenza, naturalmente.

Nunca muero. Pero sí pienso mucho en mi entierro. En mi entierro joven. No es agradable, y acabo llorando porque veo llorar a todo el mundo: cientos de miles de personas. Me quiero demasiado, supongo: más de lo que nadie me podrá querer a mì, lo cual bien mirado es una barbaridad. Luego la vida ya te va sacudiendo.

Acabará un perro, espero que el mío, gimiendo tras una caja vieja de madera.

Abrazos, Maba.

Portarosa dijo...

A mí la frase que me ha hecho reír es la de que te preocupabas de cosas bastante tontas para estar muerto.

Lo de Llamas, ¡qué lucidez para ese momento! Lucidez desesperada, claro, cómo si no va a ser cuando uno se muere. Qué tristeza.

Me ha gustado mucho, Maba. Un abrazo.

conde-duque dijo...

Buenísimo. Digno del mejor Solana.
Bueno, ya sabes que hace tiempo te nombré el Solana del siglo XXI. Ahí está, ganándotelo.
La primera frase, como dice Manuel, es genial. Para empezar un libro. Quizás ese best-seller que se nos resiste, pero que llegará.
Si no pudieses teclear más, algunos estaríamos perdidos...

Mabalot dijo...

Supongo que en realidad es un homenaje a Solana. Lo primero que leí de ese tipo fue el famoso "Prólogo de un muerto" en su España negra.

Si no estuvieseis aquí "hablándome" es posible que no estuviera perdido, pero sí más triste, más jodido.

"Una poética síntesis de la muerte". Sí, es eso, ¿no?, Manuel. Qué desesperación, qué desgarro, del último momento. Sabiendo que te vas a morir no puedes pensar otra cosa. Aunque si tienes un entierro como el que sueñas, con cientos de miles de personas, puede ser la leche. Imagínatelo con el Requiem de Mozart, para poner la carne de gallina.

Gracias a los tres. Es un placer leeros, tanto como escribir.