No espera a que el semáforo se ponga en rojo como todos; él cruza en línea recta la rotonda, pues antes de salir de casa ha trazado con una regla el camino más recto y le ha salido que ese es su camino y que los coches son unos granos en el culo que a él no le pican, ni se atreven a picarle. Camina uno detrás de este señor, calle Basquiños, bajando hacia Santa Clara. Su silla de ruedas tiene un motorcito; con un dedo acelera y maneja el timón, por ponernos un poco marineros, pues parece un pirata, el de los inválidos. Tiene poco pelo pero el que tiene lo lleva muy desordenado y ya un poco canoso y un bigote grueso de vicioso sobre unos labios más gruesos todavía que siempre están mojados, como portones de una presa apenas contenida. Enciende un puro enorme; se para, interrumpiendo el tráfico denso de peatones que casi caminan en fila india por estas aceras estrechas.
Es raro; se para a veces, justo delante de una mujer y la mira muy de cerca, como oliéndola o merendándosela con la mirada; levanta la cabeza mucho y esta le da vueltas como si se le desatornillara. La sujeta en cuestión se asombra disimuladamente y sigue a lo suyo, espera el autobús o deja pasar el momento, sin saber muy bien si está permitido cagarse de pensamiento o palabra en el jodido minusválido. Este hombre, que calza una silla de ruedas con motor, es un personaje curioso de esta ciudad; algún día le pondrán una estatua (como a Suso de Toro, que será una estatua con gafas de sol), cuando palme, con silla de ruedas y todo, y alabarán su lucha por los derechos de los minusválidos, su cabezonería en la rebelión particular contra las injusticias, pues son muchos los impedimentos que las ciudades (sobre todo las viejas como esta, levantadas antes de que se inventaran los minusválidos) reservan para un par de ruedas. Uno lo sabe porque se pasea cada día empujando un cochecito de niño, para cuando esa enana, esa astilla nuestra, se cansa y cambia sus piernas por un pequeño sofá con ruedas que su padre empuja con mucho gusto.
Era extraño, ya digo; se paraba a veces, nuestro personaje, ante una mujer y parecía comentarle algo a los pechos, interrogarlos. ¿Qué le diría? La mujer contesta a veces, él sigue su camino, tranquilo. Acelera y frena, acelera y gira, se queda cruzado en medio de la acera. Conduce a acelerones, como un tunero.
Se queda cruzado en la acera, como la policía de las películas en una persecución. Quizá sabe que uno lo observa desde hace un buen trecho y que todo lo que haga será utilizado en su contra, o a su favor, en un retrato. Me acerco con la silla; no hay sitio. Bloquea el camino. O se aparta o he de sacar a mi astilla (carne de mi carne bajo una bisera rosa) a la carretera, por la que pasan un buen número de coches apretados contra los bordes, pues tampoco es muy ancha la calle. Quizá me tome por un traidor y vaya a arreglar cuentas con uno, pues me río de sus banderas y sus consignas cada día más pesadas y soporíferas; no pocas veces lo he visto con el hábito del nacionalista; bandera gallega con estrella envolviendo la silla, camiseta del Che o de una vaca, la Vaca, que pide la independencia en portugués. Hace años que lo conozco de vista; iba mucho por el salón de actos de periodismo, a ver cine de los cinéfilos locales. Daba vueltas con su silla antes de empezar e incluso después, como si se hubiera vuelto loca ésta y no pudiese controlarla. Pasaba con sus ruedas todoterreno por encima del zapato ajeno, como el que pisa una mierda seca y ni se molesta en mirar atrás a ver cómo ha quedado la caca. Se reía en alto cuando no había que reírse; se reía con un vozarrón del que imita a un pobre deficiente de pueblo muy remoto. Una risa que parecía un happpening, de lo tonta que era. Se reía en los peores momentos; no respetaba ni a Nanook el esquimal (a este en realidad no lo respetaba nadie) ni a Bergman, que lo respetaba todo el mundo, y más cuando menos se entendía. Uno pensaba; este tío o es muy listo o es muy tonto. Seguramente ambas cosas, y alterna.
Ahí lo está, fumándose el puro como un señor, atravesado en la acera. Hace años dejó su casa (en Pontevedra) y se marchó a vivir solo, de su pensión, esos trescientos euros o por ahí que le darán por estar todo el día sentado y que seguro no le darán para llevar una vida muy disipada. Lo primero que hizo nada más salir de casa fue denunciar a RENFE, por no disponer de rampa para minusválidos en los Regionales. Y ganó. Se matriculó en Filología Gallega y ahora no sé qué hará, si estará matriculado en algo. Quizá sea poeta, por lo menos tiene pinta. Físicamente me recuerda a un señor que se llamaba Indalecio que vendía telas hace veinte años en Lérez (otro siglo) y que no tenía piernas y se arrastraba por el suelo y se colgaba de las estanterías bajando telas y desenrollándolas con gran soltura.
Unas viejas pasan a la carretera para no pasarle por encima a este bohemio de los minusválidos que atranca estratégicamente el lugar más estrecho de la acera. Me quedo mirándole, quizá con una sonrisa en los ojos, y confirmo girando la cabeza que no dejan de pasar coches. Él, sin hacer ningún gesto ni decir nada, se echa atrás, a la carretera, y tranquilamente sigue por ella. Un coche lo esquiva y casi se la pega con el que venía de frente. No va por el medio aunque tampoco deja pasar, y menos al autobús que viene detrás y tiene que frenar con gran escándalo de hierros chirriando y no puede adelantarle y ha de seguir el paso de la silla de ruedas con motorcito. Él ni se inmuta. En las aceras la gente se le queda mirando; los turistas, con sus máscaras rojas de besugos del norte, le sacan fotos.
La caravana que se forma es magnífica. Con su puro, que echa mucho humo, va muy tranquilo, a medio gas. Queda un buen trecho hasta el próximo cruce. Mi hija de dos años y pico me mira con una sonrisa de oreja a oreja, mientras se estira con alegría y levanta los brazos como si hubiese marcado un gol. Ambos sentimos lo mismo, aunque quizá no sabemos muy bien el qué. Y me acuerdo del famoso haiku de Basho:
furu ike ya
kawazu tobikomu
mizu no oto
(Una rana salta
en el viejo estanque
Ruido de agua...)
10 comentarios:
Hola Mabalot, enhorabuena por lo bien que escribes y gracias por dejarnos hacerlo de gratis. ¿Tienes algo publicado? Si la respuesta es sí, dime qué y dónde, si te parece bien, claro. Si la respuesta es no, ¿a qué esperas?
Saludos.
Qué bueno...
Es como una nueva versión (a la gallega) del Cojo Mantecas, ilustre personaje de la Transición.
Espero que disfrutes del viaje y que nos envíes alguna crónica romana.
Un abrazo.
Con todos los respetos y cariñosamente: ¡la hostia, me cago en la releche y en todos tus venablos literarios! ¡Qué bien escribes, bandido! Mil perdones, sólo me salen tacos afectuoso-admirativos. Siento ser tan confianzudo, pero es que te daría un abrazo, ésa es la sensación que me ha suscitado este textazo.
gRACIAS dempsey, conde, rythmduel...
No, dempsey, no tengo nada publicado. Pero todo se andará, y espero que en breve... o cuando sea, tampoco me ahoga la prisa. Si supiese que la cosa sería un best-seller a lo mejor me daba más prisa, pero lo dudo.
Señores, me voy a Roma en unas horas.
Cinco días tan solo, pero los aprovecharé hasta la última gota.
Nos vemos a la vuelta.
Signore Mabalot, que sepa a su vuelta que me ha gustado mucho este retrato. Y ya sé que eso no importa, pero también sé que todo cuenta.
Querido Mabalot, creí haber escrito ya algo sobre este texto, pero o bien me engañaron los pequeños duendes o finalmente lo pensé y no lo escribí. Ahora, repasando los comentarios, veo que no me encuentro. Una falta imperdonable. Era algo así: inmenso, Maba. Inmenso.
Si a ti no te ahoga la prisa, a mí personalmente sí. Por leerte, coño.
Abrazos.
Como en aquella noche de verano, salimos Jabois y yo del último bar del puerto:
-¡¡¡Mabalot!!! ¿¿¿Dónde estás, Mabalot???
(En cuanto vuelvas nos brindarás un post romano, ¿no?)
Yo, en mi penosa ebriedad, hasta decía: "Maba, ¿dónde anda Maba?".
No se cómo he llegado hasta aquí, la verdad, pero he llegado, no pudiendo evitar decirle algo. Por un lado, escribe usted realmente bien. Su narración es limpia, sincera, porque es real.
Toda mi vida, que no es mucha pero es algo, he vivido, y vivo, en Basquiños. La silla de ruedas con motorcito ya forma parte del paisaje, igual que su presencia en conciertos, tanto al aire libre como en locales cerrados. Todos le conocen, por a o por b.
Cierto es que, siendo mujer, más que sus miradas, molestan sus comentarios fuera de tono pero se deja olvidar.
Ayer, sobre las 12 de la noche, en pleno temporal y bajo un impenetrable manto de lluvia, subía por la calle.
No se si le pondrán un monumento. Lo que sé es que todos hablarán de él. Y al recordarlo, será el hombre de la silla que se pasaba por el forro las barreras arquitectónicas.
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