Empiezan las películas de Cassavetes por la mitad, o por el final, o por cualquier punto en la vida de los protagonistas. En medio de una conversación, de una borrachera, de un sollozo. Cuando empiezan ya están empezadas. Y así ha entrado uno en la película de ayer, que ya estaba empezada (y que no era de Cassavetes), pero ni ahora sé cuánto tiempo me perdí, ni si me perdí algo realmente. Puede que lo único que perdiera uno fueran los créditos iniciales. Pero la ilusión era de estar ante un cierto enigma que es una película empezada y que no es mala del todo, aunque eso no se sabe, no se sabe nada, porque de una película de la que no conocemos ni el título ni el director no sabemos qué es, qué estamos viendo, y es una película pura, quiero decir una obra virgen, en la que la cultura no ha posado sus manos peludas de mona de circo porque se queda boba con la boca abierta sin saber qué decir ni qué hacer; no sabe si hacernos un truco de magia, si escupir con menosprecio o si adorarla como se adora a los santos y a algunos futbolistas, quizá con más razón a estos últimos.
Sin la ayuda de esa cultura para mascarnos y jodernos la película ver cine tiene algo de descubrimiento íntimo que solo se alcanza con ciertas obras, que son una docena lo más, y que esas sí da gusto verlas desde el principio. Una potencial película mediocre, o buena, que empezamos a ver cuando ya llevan un rato explicándose los personajes en las primeras escenas es asistir a una mejor película, incluso mucho mejor. Lo que para el que no se perdió detalle inicial todo alcanza una explicación y todo círculo se cierra para uno que entró tarde en la historia los misterios no se acaban de cerrar y parecen salir de la nada, y volver a la nada. Es una película coja, como la coja Tristana. Las cojas tienen algo que atrae. (Pequeño inciso: Tengo un amigo que hace muchos años que no veía y me contó por teléfono que encontró, después de tanto probar entre lo más granado de la población femenina, a la mujer de su vida, una chica preciosa, de la que se enamoró viéndola cada día sentada, y cuando se atrevió a sacarla a tomar un café para confesarse descubrió que era coja, y entonces se enamoró a lo bestia, lo que demuestra que el amor es la leche, un cachondo). En la película de ayer el protagonista, que es un tipo muy sano, se enamora de una mujer de muy buen ver; a las primeras de cambio ella le confiesa que él es el hombre de su vida y que lleva toda la vida esperándole. Es una mujer extraña, pero quitando algunas rabietas de excéntrica de peli de terror, es un sueño hecho carne, con una mirada lánguida y un poco triste que haría perder el sentido a un calzador, o a un estropajo, por poner dos objetos que parece que nunca perderían el sentido por nadie.
Es una historia de amor en la que hay gato encerrado. Al final el gato se descubre, claro, pero nos quedamos pensando que lo de menos es el muerto, el asesinado, porque hay un asesinado, y que en toda historia de amor siempre hay gato encerrado, aunque no en todas hay asesinados. Planea la sombra obesa de Hichcock a lo largo de la historia; un Hichcock con olor a queso francés, menos centrado en los miedos enterrados que en los abismos cotidianos que se abren ante cualquiera en el momento menos esperado. En cambio, hay cosas que se quedan un poco en el aire, o eso parece si uno no lo ha visto todo, como ese busto que obsesiona al protagonista y que no sabemos qué pinta chupando tanta cámara, y que es un símbolo que hace de símbolo, y que no remite a nada, que remite a sí mismo, lo que ya casi es mejor, como un juego absurdo e incomprensible. Un macguffin interpretando a un macguffin.
Uno sabe que es una película francesa, reciente, porque llevamos toda la vida tragando imágenes y ya no hay forma de equivocarse, y sospechamos que es un director francés de la Nouvelle Vague porque vemos algunos forros que un novato no haría, y que son trucos o manías de perro viejo. Y esos son los pequeños detalles que le quitan magia al asunto, porque asoma una nariz y quisiéramos que fuese una película que se hizo sola, una película qué ocurre, con forma de película, sí, pero hecha por nadie. Una película como un fuego por combustión espontánea, casi una zarza ardiente, lo que no es poco pedir, ya lo sé.
Pero acaba y corremos a Internet a saber qué hemos visto, quién está detrás. No hay sorpresas, y da igual, porque ahora que nos quiten lo bailado, ya nada nos puede agriar la hora y pico de película desconocida que hemos visto, y que ya será una desconocida para siempre, por mucho que nos lleven la contraria todas las reseñas.
7 comentarios:
Pues estoy a menudo en esta situación, por no decir siempre. No miro salvo excepción película entera. Abro el plus, zapeo hasta que quedo varado con cualquier gancho (foto, diálogo, chica, efecto), veo un trozo del principio, del final o del medio y me quedo tan ancho. A veces, también de casualidad, repito, y tengo que montármela yo mismo.
Pues yo me la he perdido y me está apeteciendo verla... Das en el clavo varias (muchas) veces en esta anticrítica de cine, que es la verdadera crítica.
El cine de verdad, como el arte de verdad, está ahí, antes de la capa mohosa de Cultura que lo recubre. Si te das cuenta, el 99 por ciento de la gente (y de los expertos, críticos, etc) defenderían exactamente lo contrario.
Has dado forma a varios puntos del Manifiesto generacional (ese Antimanifiesto). Y has vuelto a dar en el clavo.
En fin. Que ya estoy de vuelta del sueño. Se acabó lo que se daba. Pero me gusta volver tranquilamente a este sitio que a es un poco mío. Y sigo totalmente de acuerdo.
Empieza a ser preocupante esta unanimidad de dos (hasta el acuerdo de uno con uno mismo es sospechoso). Pues nada. A seguir. Adelante...
Un abrazo.
Gracias Sr. Cerillo por su comentario. Tiene un blog muy interesante, le sigo la pista.
Bienvenido, Conde. Ese sueño que dejas atrás me toca a mí el viernes. No creo que tengas síndrome postvacacional pues ya te lo habrás currado un poco a lo largo del verano. Respecto a la unanimidad de opiniones a veces, mucha veces, yo creo que está por encima de lo racional y que se explica sin tantear lo tangible o lo concreto, al menos por ahora. Tengo alguna hipótesis sobre la mesa, pero no me creerías.
(Una de ellas trata sobre que tú eres un androide creado por alguien, un Dios que es un manitas, para animarme y no dejar que me deprima, una especie de ángel de la guarda electrónico. Un Clarence más divertido, leído y en escritor. De ahí cierta unanimidad, lógica.
Quizá también yo soy un androide, sospecho.)
Magnífica entrada. Y magnífico ese inciso: "La mujer de su vida, una chica preciosa, de la que se enamoró viéndola cada día sentada, y cuando se atrevió a sacarla a tomar un café para confesarse descubrió que era coja, y entonces se enamoró a lo bestia". Esto es Valle, Mabalot!!
Coño, con Chabrol hemos topado... Un tipo coherente, un maestro en lo suyo. De todas formas, mi relación con el cine es orgánica, nada intelectual. Las películas, fuera de toda posible valoración crítica, tienen que llegarme a las entrañas. Y puede que sean, y a veces me ha ocurrido, unos bodrios infumables. Sigo leyéndole con placer, caballero.
Sí, rythmduel, orgánica, a mí también me tiene que llegar a las entrañas. Con los años veo menos cine y disfruto más cada película, y selecciono menos. Lo que cae, casi, como esta vez, y se difrutan más.
También gracias, Manuel. Yo que te colgaba a ti las barbas...
Un saludo.
Lo malo de ver una película (por ejemplo, aunque también valdría un libro y, sobre todo, un cuadro o, ¡ya no digamos!, una escultura) sin saber qué y de quién es, es que te deja solo ante el peligro, que no sabes si te tiene que gustar o no... Es terrible.
Sería una buena prueba para todos, empezando por los críticos: "Mire usted esto, ¿qué le parece?". Y que se lancen, que se lancen a encumbrar o defenestrar, ya veríamos cuántas sorpresas se llevaban.
Qué chica más guapa.
Un abrazo. Está muy bien escrito todo; como siempre.
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