16/8/07

Lecturas (4), Céline y la cárcel

Céline era un desgarrado, un cagoentodo, filonazi y colaboracionista para unos, anarquista y antipatriota para los otros. Un salvaje sensible, en definitiva, un corazón parlante o escribiente. Me río mucho, casi sin querer, con sus cartas desde la cárcel, y que me perdona quien me tenga que perdonar, dios o el mismo Céline desde el infierno. Estoy leyendo a salto de mata algo que es más que el típico epistolario íntimo de un grande de las letras, porque en este caso la cosa tiene su miga, y por supuesto su tragedia; estamos en 1945, Céline está en Dinamarca, el gobierno de Francia pide su extradición (el 17 de diciembre) acusándolo de alta traición etcétera, por dos libros pequeños y panfletarios y humorísticos (al parecer, no están traducidos, yo tengo una edición en francés de uno de ellos que me regalo un amigo que siempre se burló de que le gustasen a uno los libros de este elemento) y antisemitas, que es lo que sentó mal, presumiblemente, "y sobre todo pacifistas", según el acusado. El caso es que matan (mucho antes, en la calle) al editor y ahora lo quieren a él, para ajustar cuentas. Vive y atiende a enfermos a crédito en Copenhague.

El 18 de diciembre lo detienen, y no sale de la cárcel hasta el 24 de junio de 1947, hasta donde llegan estas cartas. Lo primero que se ve es que el que escribe estas cartas es Céline (pseudónimo), o Louis Destouches. Es el mismo que el de sus libros, por no llamarlos novelas. Son cartas a su abogado, y muchas, casi todas, acaban dirigiéndose a su mujer, que vivía también en Copenhague. Hace gracia el contraste de ese cabreo tan celiniano al informar a su abogado y recordar su situación ("... en el bando de esos rencorosos imbéciles") con el cariñoso y hasta cursi a veces tono que se le pone al dirigirse a su señora. Son varias las cartas en las que refiriéndose a los alimentos que prefiere que le traiga dice; "No más tomates. Limones en su lugar." Se imagina uno a su mujer llevando continuamente tomates y él anhelando limones (¿?).

Limones aparte, a todas luces, la acusación que se le hizo era una jaimitada. Unos libelos, seguramente infames (lo que no es suficiente, me parece, para cargarse a alguien), en, además, un tipo que nunca se había aliado de ninguna forma oficial con el gobierno de Vichy y tampoco en el fondo. Dijo Sartre de él, aludiendo a que no creía en nada: "En el fondo de su corazón, no se lo creía: para él no hay otra solución que el suicidio colectivo, la no procreación, la muerte." Uno, que lo ha leído algo (a Céline), tampoco ve a este masticador de criaturas que presenta Sartre, con una guadaña apoyada en su mesa de trabajo y echando espuma por la boca. Bueno, esto último sí. Un cagoentodo sincero, ya digo, un Baroja de muy mal humor y rabioso, con el demonio en el cuerpo, como dicen en mi tierra. Encontrar en esos años un paralelo de Céline en España, un escritor del lado fascista con tan escaso sentido de la conformidad, que no fuera de misa diaria, es cosa difícil.

El martes 12 de marzo de 1946 escribe a su abogado (como siempre) y a mitad de carta se dirige a su mujer:
"¡Ay! Como ves, sueño con un sillón, el campo y Nescafé. Son sueños modestos. El corazón cede un poco, necesitaría aire y tónicos. Pobrecita mía querida, tan valiente en esta horrible tempestad, tan sola en el fondo. En fin, te tengo presente todos lo segundos, ya lo sabes. Vivimos sobre el filo del cuchillo. No me fío de las tribulaciones francesas, no les queda ni un céntimo, ni un ejército, ni moral, ni industria, son unos chulos y unos degenerados que dan náuseas, pero siempre coincidirán todos en su espantoso desorden, maravillosamente de acuerdo para torturar y atormentar a unos desdichados como nosotros. Se imaginan así, con su salvaje estupidez, que encuentran y castigan a los responsables de todos sus males. [...] Lo mejor sería que me consideraran gran mutilado y nervioso, cosa que es verdad. Mil besos, queridita mía."

(Cartas de la cárcel, Louis-Ferdinand Céline, primera edición en Debols!llo; noviembre 2006, pág. 70-71).

5 comentarios:

Portarosa dijo...

Pues eso, que nada de lo humano etc., etc.
Manda carallo que eche de menos el nescafé.

Un abrazo.

Daniel Pelegrín dijo...

Era un tipo fuera de lugar, un inoportuno sin gracia (hay inoportunos necesarios, pero el contexto no era propicio a las pataletas racistas, aunque fuesen en un simple panfleto; desde luego, no bebía descafeinado). A mí no me interesa su humanidad o falta de humanidad. Pero como escritor, es otra cosa. Sólo he leído Viaje al fin de la noche, y volveré a leerlo. Salud.

Mabalot dijo...

Alcohol tampoco bebía, era abstemio. Quizá por eso estaba tan nervioso. Viaje al fin de la noche me impactó mucho en su momento; la verdad es que está escrito con los hígados, si hubiese hígados...

Sueña con un sillón, como tú, Porto, aunque a ti no te faltará, aunque sea de vez en cuando...

Permítanme una frivolidad que yo doy al viento (así hablaría Ortega); era un tipo gracioso. Me hacen gracia sus cabreos y no soy un sádico, necesariamente.

Un abrazo, compañeros. ¿Sigues en Lisboa, Azófar?

Daniel Pelegrín dijo...

Aquí sigo, Mabalot, agotando los días. Un abrazo.

Mabalot dijo...

Los agotas muy bien; envidia que te tengo, en Lisboa.