27/11/12

Eso, belleza

Unas semanas atento a las novelas cortas y relatos de Thomas Mann, reunidas por Edhasa en un tomo. El otro día leí casi de un tirón, otra vez, La muerte en Venecia. No había leído en cambio Mario y el mago. Me gusta la prosa de Mann, tiene la gracia y elegancia de un carruaje antiguo. Más que escrita, parece tallada. Le va bien, muy bien, Mahler, ese Adagietto en carne viva que pone Visconti en la película. Lo de menos en la novela es ese amor al huesudo adolescente; es decir, que sea un efebo. Se podría imaginar, en sustitución, a una jovencísima Nathalie Portman, por ejemplo, si hiciese falta. Da igual, lo importante es que sea una idealización, un humo soñado, una magdalena proustiana proyectada, como una alucinación. El hosco Aschenbach no parece interesado en nada que no sea un puro amor platónico de observador. Es un solitario y es un amor de solitario. Todo sucede en su interior. Los de su alrededor no ven más que a un respetable turista. Y esa Venecia pútrida, irresistible. Esa Venecia puta, digamos, más hermosa si cabe por el olor a cañerías. Su amor tiene el mal gusto perfecto de las alegorías. De ahí Mahler, precisamente, desatando toda una delicadeza muy decimonónica, de sentimientos a los que nadie ha puesto nombre. Pero nos dan igual esas cosas, si hablamos de belleza con mayúscula o minúscula. Es la vida, estúpido, habría que decir. Y el solitario se da cuenta, comprende, no sé si tarde. Bueno, ya no podía hacer otra cosa que morirse. Se muere porque estaba, al fin, vivo. Atrás queda el conocimiento y ese pasado de moribundo honorable. Le importa ahora la belleza. Es decir, el abismo. La belleza, que es belleza porque es abismo. Y el abismo, a fin de cuentas, siempre ha estado ahí, a un paso del poeta. Precisamente, ser poeta sería eso, saber que el abismo siempre ha estado y estará ahí. La muerte en Venecia es el reverso del misticismo. No hay más paraíso que nuestra pobre carne pudriéndose. Ni más belleza.


1 comentario:

Juan Tallón dijo...

Otra lección. Gracias.