3/4/12

551

Ayer, nos dimos una vuelta por el Museo de los Cachivaches, y fue más triste que nunca. Después de Jeff Wall nada. De vez en cuando nos dejamos caer por allí, porque nos gusta el suelo de madera. Sólo por eso. Soñamos con ese suelo para nuestra casa, el día que la tengamos. Es una madera maravillosa, y así mientras otros visitantes pasean por las salas haciéndose los interesantes ante los diferentes instalaciones/ vertederos que han ido dejando en el medio, nosotros seguimos a lo nuestro, atentos al desgaste, al encaje de unas tablas en otras. Porque, veamos, es una madera ya envejecida por el paso de muchos modernos, de muchos confusos, de muchos listillos, de muchos, en fin, resignados; incluso de personas como nosotros, que ya no esperan encontrar algo que merezca cierta atención, que prefieren la madera del suelo y la blancura de los techos al plástico cutre de la cosa artística. Todo plástico, de botella de agua de litro arrugada. Qué vanguardista (un verdadero ready-made actual) sería poner algo de Arte en alguna de las salas. No sé, entrar en una sala y así, de sopetón, encontrarte por ejemplo ante el mismísimo Inocencio X. Cómo sería eso, enmarcado por el blanco de las paredes; allí, un Inocencio X, una ventana viva.

Ya ni siquiera es posible encontrar una idea/ vertedero independiente. Algo ajeno al propio arte. Todo es perfectamente convencional. Y cutre. Cutre de fotocopiadora. Duchamp, hoy en día, habría puesto un Tiziano en medio de tanto borrón. En todo caso, él es el culpable. Él y la estupidez general. La manada.

Duchamp en una silla, huesudo y flamenco. Este sí que ha sido una mala influencia; ha estropeado a  varias generaciones de niños buenos.

No hay comentarios: