12/1/12

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El fútbol nos permite dramatizar sin que pase nada. Uno se derrumba y al día siguiente todo sigue igual; ha sido un espejismo. Nadie se ha muerto, ni siquiera el perro eternamente angustiado de la vecina peluquera, que nos tiene hartos. Se ha perdido esto o lo otro, o se ha ganado, y nosotros ahí seguimos, una mañana más, viendo cómo nos crecen los pelos de la nariz.

Siempre ha sido una excusa para odiar al vecino en tiempos de paz. El fútbol. Quizá una de las excusas más entretenidas, más bellas. Qué épica, y qué más da también. El crío se nos ha ido muriendo por falta de oxígeno y algunos días es imposible reanimarlo. Hoy.

Decía mi abuelo, quitándole todo romanticismo a nuestros fanatismos infantiles, que a él tal o cual equipo no le daba nada y él a su vez no perdía el sueño por si ganaba o perdía. Lo recuerdo con unos pelos a lo Cioran, incluso esos ojillos pequeños y hundidos en cuevas, como si el viento se entretuviera en peinarle unas canas atormentadas en su cabeza. Era una persona muy tranquila, que odiaba a los curas y a Felipe González por encima de todo. Había estado en Venezuela y soñaba con volver, cuando a nosotros Venezuela no nos parecía gran cosa, al menos para soñarla con tanta insistencia. Se murió sin volver. En el fondo supongo que pensaba que no se le había perdido nada en Venezuela.

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Si fuese Juan el Bautista y se me acercase alguien, en lugar de bautizarlo, le diría; Lea usted a Baroja. Hay que ver; qué modestia, hasta el delirio, por supuesto falsa, pero muy bien calculada, y qué mala baba casi siempre. No se hace ilusiones nunca, y en ese ascetismo de deseos vive y charla y se le pasa la vida haciendo ganchillo, sin levantar mucho la voz y volviéndose loco lo justo.

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Sigo con DeLillo, que empieza muy bien, o al menos la primera parte de sus novelas son buenas, pero después se aburre de sí mismo. Los personajes. Ya no saben si ir o volver. Se pegarían un tiro si no fuese que les quedan otras ciento cincuenta páginas que llenar. Se diría que DeLillo escribe las primeras páginas para sí mismo y el resto para las librerías, que como se sabe son los lugares a los que los mejores libros no suelen llegar. En fin, se van quedando por el camino.

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