22/7/11

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¡El hambre!

El 1 de enero de 1901 el exclamativo Alejandro Sawa inicia su diario con estas palabras:
"Quizá ya sea tarde para lo que me propongo: quiero dar la batalla a la vida."
Y la vida, al parecer, le dio la batalla a él. Cosa bien triste este diario, por inane. Lo mejor de Iluminaciones en la sombra, un diario de grandilocuencias con un estilo insoportable, es el prólogo de Rubén Darío, y en la edición que manejo la introducción de Trapiello. Efectivamente, interesante, si seguimos la estela de diarios en la literatura española, por ponernos profesores, pero es una lectura penosa, en todos los sentidos. Por absurda, de la vida que llevó, y de la que me llegan hasta las humedades de sus retretes y el sudor de la frente del condenado, pero de no hacer nada. Sawa, modelo de Valle para su Max Estrella como se sabe, es el poeta fofo y de genio oculto que se resiste por encima de todo a ser un hombre normal. Ser un genio o morir. O mejor; ser un genio muriendo. Se pasó toda la vida muriendo, como todo el mundo pero él más. Se moría a diario, entre idas y venidas de las casas de empeño. Antes morir que dar palo al agua; el genio es alguien que o está muerto o no da palo al agua.

Sawa es lo que se diría un plasta, un vividor malviviendo. Y tanta exclamación para no sé qué, aunque no haya tanta exclamación, pero todo parece ser dicho en este diario con los brazos levantados, mirando al cielo o al techo de la taberna. Un diario recitado, como una oración de borracho frente a un acantilado o en la cola del baño de un after.

El recuerdo que tengo de este libro es el de estar leyendo a un señor con el pelo muy grasiento, cosa que en realidad me da igual. Llega a su cuaderno desesperado, casi siempre, con prisa, como si al otro lado de la puerta de su cuarto hubiese un dragón furioso con el que ha de pelearse todos los días. Lo que decía; La batalla.

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