No puedo leer, porque a mí demasiado ajetreo me jode la vida, es decir, me destroza la paz de espíritu, pero me quedo despierto por la noche, ya cuando ellas duermen y dejo el periódico a un lado, que me aburre él y sus caras de póquer y la Bolsa imbécil histérica desplomándose una vez más, pero nunca por última vez (ya me tiene harto con tanto caer y levantarse, o con tanto caer y caer; ¿adónde cae?), y entonces leo en un libro de relatos, la única frase que leo: "el mundo era tan rico que se pudría".
La única frase que le entiendo a la Lispector a estas horas. Es hora apocalíptica esta. Hoy he visto a una mujer llorar. Una mujer que no conozco de nada. Lloraba como una niña y no sé por qué lloraba. Después me han dicho que se murió X (enfermedad fulminante), y por la noche me entero que cierra la librería Michelena.
El paranoico que llevo dentro quiere ver las siete señales del apocalipsis en todas partes pero me aburre el apocalipsis. No voy a fingir. Me desilusiono, me deprimo, me duermo o no me duermo, pero no soy un pesimista absoluto. Soy demasiado vago para echarme las manos a la cabeza. Me parece una exageración.
Y leo; se agotaron los ipads en las tiendas. En pocos días.
Es tan brillante. Tan pulcro, tan luminoso. Le echo un vistazo. La gente se acerca, las bocas abiertas de asombro. Las parejas se abrazan al verlo, vuelven a quererse, tienen ilusión, hay tantas razones para estar vivo en este mundo sofisticado. Me siento una urraca, le pongo una mano encima al ipad, y le dejo las cinco huellas, no está caliente, no está frío.
¿Y esto para qué vale? Le pregunto a uno que sabe.
Pues, en realidad, para todo y para nada. Es el futuro.
¡El futuro! Puede que dentro de cinco o de ocho años o de tres me regalen uno. O puede que yo regale uno. Viajar con doscientos libros en esa tablilla luminosa, me dice ella. Por fin podría traerme todos los libros que quisiera. Me refugio en el techo, me recuesto en el sofá, bendito silencio del que no quiere oír.
Pero o se gana o se pierde. Así funciona el Mundial de fútbol y la Champions Ligue y así funciona todo lo demás. O eres de los que pagas los trajes y te toca la lotería por Navidad cada año o eres de los otros; o eres de los que te bajas el sueldo un 15% y te quedas en 72 mil anuales o eres de los que te vas al paro y te quedas con el subsidio de los que ya no tienen derecho a subsidio. Etcétera. Pero en realidad no conozco a muchos de uno u otro lado; conozco a los que van tirando, no entienden nada porque tampoco quieren entender mucho, se toman una cerveza, se resignan, sacan al perro a la calle a hacer sus necesidades, y recogen las cacas en una bolsita. Lo hacen con amor. Hay que amar mucho para recoger esas cacas. Cacas calientes, imagino. Tibias, quizá. Gana la higiene.
Ganan las tiendas de recuerdos en Santiago. La zona vieja es ya una gran tienda de recuerdos o de tartas. Recuerdos de plástico de la ciudad de piedra. Gana el plástico. Detesto el plástico. "El material plástico muestra una apariencia grosera e higiénica a la vez, extingue el placer, la suavidad, la humanidad del tacto", decía Barthes, a propósito de los nuevos juguetes, ya no de madera, "moldeados en pastas complicadas".
En la calle, peregrinos marrones todos, las arrugas blancas, las orejas quemadas, caminan como si les quemase el suelo. Parecen recién resucitados por el apóstol, y aún están un poco torpes y oliendo a muerto.
Y por la noche me entero que en Pontevedra cierra la librería Michelena, la mejor librería de Galicia, sin duda, y una de las mejores librería literarias de España. Y cierra porque no vende ya. Eso de que en tiempos de crisis (¡la ficción!) se encierra uno en casa a leer las mil páginas de Anna Karenina tiene que ser falso. Leer mil páginas de nada que no lleve templarios dentro ya no es de este mundo. Una de las siete señales del apocalipsis tiene que ser, sin duda, el cierre de la Michelena. Esto tiene que haber sido predicho en alguna parte por Ezequiel o Isaías, si es que se enteraban de algo.
Para mí es el fin del papel amarillo de los libros inencontrables. Un túnel de libros que enlaza dos calles. Casi un túnel de metro; unos tipos en pipa estirándose las barbas sentados en tertulia, hojeando libros, otra Pontevedra que ya desaparece. Con la Michelena desaparece esa Pontevedra intelectual y un poco aristocrática y un poco anarquista que nos hacía ver que no todo Valle-Inclán eran juegos de magia. Una Pontevedra valleinclaniana, de alguna forma.
Hay cosas peores, me dirán. Que cierre la Michelena, hombre, es sólo una consecuencia más de la nefasta cadena de usura y avaricia e incompetencia protagonizada por banqueros barrigones y seguramente extraterrestres, quizá ya tostados por el sol, que reflexionan sobre movimientos desafortunados de ajedrez o de parchís. Desafortunados para el prójimo. Hombre, ya. Y políticos ineptos, claro, de uno y de otro lado. La economía es el gran motor mágico e incomprensible que lo mueve todo y que llega a todas partes. Pisotea los nabos y los tomates mientras dormimos. No hace falta ni que estemos dormidos. Los pisotea con sus pezuñas, pues tiene forma de gorrino, cómo no, creyendo que todo es lodazal, que da igual una cosa que la otra. Lo único que podemos hacer es preguntarnos qué podemos hacer. ¿Fumar?
Al parecer, ahora se fuma más. Se fuma más.
3 comentarios:
Muy bueno, Mabalot.
Yo no sé si el cierre de Michelena es el apocalipsis, pero desde luego es una gran putada. Una verdadera y gran putada.
Todos los veranos iba un par de días a pasear a Pontevedra con la ilusión y la certeza de que volvería emocionado en el autobús leyendo una joya. La ría pasando a un lado y el mundo en mis manos.
Me gustaba estar rebuscando tranquilamente en aquel pasillo largo y estrecho, sopesando la elección entre 10 o 15 joyas. Me gustaba que me dejasen allí tranquilo, mirandi y remirando los libros. También oía de fondo las conversaciones de los libreros, que -debo reconocer- me solían parecer un pelín pedantes (era, creo yo, una pedantería inofensiva, de intelectuales de provincias que se saben los únicos guardianes del tesoro).
Lo dicho. Una gran putada.
Un abrazo.
¡Oh, qué lástima que cierre!
Poco, pero también yo he pasado algún que otro rato ojeando libros en ella.
Lo que sí parece es que se acaba un mundo. Aquí se junta el hambre con las ganas de comer. Crisis e incertidumbre sobre el futuro del libro.
¿El libro? Estoy seguro que no es el fin del libro (esa cosa es indestructible), pero sí de las librerías, o al menos de ese concepto de librería literaria que era en parte el modelo de los fnac, algunos corteingleses, casadellibro etc...
Volverán. Dentro de unos años se volverá a recuperar ese modelo que ahora se tambalea (¿serán las librerías expendoras de archivos en pdf?, parece la pregunta que se plantean), o al menos parece que ya no tiene cabida como bien prescindible para la mayoría, sobre todo en estos momentos, estos años.
El mensaje de fondo ahora es; el libro es el pasado, la maquinita es el futuro. Puede que para el hombre oveja comprar un libro ya no le proporcione el prestigio de antes. ¡La estantería! Cambia la decoración de los salones; menos estanterías y más pantallas planas en la pared.
Por supuesto el negocio digital del libro ni de lejos alcanzará las cotas de beneficio que generaba el libro (comprar un archivo, y después de tantos años de ello en su variante musical, sigue siendo comprar nada, o comprar algo menos que el objeto).
Los únicos que se beneficiarán de todo este movimiento será la industria tecnológica, que donde no tenían nada pasarán a tener algo, o mucho, una conquista para ellos en todo caso. Los grandes perdedores; los editores, autores, libreros.
Más tarde, el libro libro bien editado irá en papel y digital, y la basura del momento puede que sólo en digital.
Etcétera etcétera. Nosotros a lo nuestro. Hay libros editados para leer y releer toda la vida.
Salud!
Publicar un comentario