3. Los cristales de la cafetería se estaban empañando. De repente entre todas esas caras de la revista apareció la cara enorme (primerísimo plano) de un tipo sonriente; era la cara de un afable paciente de psiquiátrico. Un tipo poco peligroso, un infeliz, un paseador, un saludador de farolas. También podía ser la estampa infantilizada de… No me engaño más; era el mismo César Aira. Leí la entrevista. Comprobé que era la repetición casi sistemática de otras entrevistas anteriores. Era el robot César Aira el que hablaba. El hombre entrevista, feliz, indiferente, un surrealista escéptico. Pensé: o siempre le preguntan lo mismo y siempre contesta lo mismo, o siempre responde lo mismo le pregunten lo que le pregunten. En todo caso César Aira volvía a dejarme esa impresión agradable de que la literatura no va a salvar el mundo, y mucho menos la literatura de intención redentora. Ya no era el entrecejo arrugado con la excusa del hundimiento general.
En la entrevista se recuerda la introducción (la de arriba) a un libro titulado Diario de la hepatitis. En este diario Aira no deja de recordarse que va a dejar de escribir. "No volveré a escribir. Así de simple". A pesar de ello va añadiendo entradas a su diario, sólo para insistir en que ha perdido su vida escribiendo, que se ha equivocado totalmente, y se promete no volver a hacerlo. El éxito literario es el resultado fatal de un malentendido; "la gente, haciendo caso omiso de lo irrefutable, suele opinar lo contrario, o mejor dicho lo opina siempre; y después la posteridad, los siglos, opinan lo mismo que opinó la gente."
4. Es la hora. Se me hace tarde. Siempre se hace tarde de repente, nunca poco a poco. Salgo a recoger a mi hija al colegio. Sigue lloviendo. Entro y encuentro a algunos padres y madres dentro de clase, escuchando instrucciones de la profesora. Ésta habla con seriedad burocrática del disfraz de roedor (¿rata?) que hay que conseguir para el festival de navidad. No entiendo la relación entre una rata y la navidad, pero no es algo que se me ocurra preguntar. Va repitiendo punto por punto las partes de las que se compone el atuendo y los colores y los tejidos. Lo repite tantas veces que acabo por no enterarme de nada. Habla ya muy despacio y me pierdo, las frases se dividen en palabras que van frenando, y las palabras en sílabas, y las sílabas no significan nada. Lucho, a pesar de las dificultades, por memorizar todo lo que hay que comprar, el color de las mallas, del polo, de las orejas, del rabo, de las medias, de la falda… Algunos padres parecen muy preocupados (quizá yo también pero lo disimulo); veo rostros de severidad, y ojeras, verrugas como garbanzos, canas, patas de gallo, angustia, y ese principio de oscuridad que se posa en todas partes en días como hoy. Sus caras no tienen el eco vanidoso de las fotos que acabo de ver. No son rostros satisfechos; son caras reales; parecen saturados de angustia, o al menos de cierta gravedad. Son caras que predicen todas las desgracias. Veo a mi hija con el pelo un poco revuelto que sonríe. Me mira, un poco sorprendida por la seriedad de la vida.
5. Pero lo que hago aquí no es serio. No se puede hablar de literatura con nadie. La literatura no está en el mundo. Existe como existen los átomos. Nadie habla de átomos. Se habla de libros. Es normal que todo el mundo se diga un día u otro lo mismo que este escritor argentino; "no veo de qué podría servir", porque no veo la literatura por ninguna parte.
6. Afuera sigue lloviendo. Esta realidad parece una novela de Cela. Llueve mansamente, etcétera, etcétera. Encuentro de camino a casa a un conocido que hacía tiempo que no veía. Vive en la ciudad X. Me dice; "Allí nunca llueve". Esas palabras ya interrumpen todo lo que iba a decir. Mi desconcierto es su desconcierto. Ya sólo puedo soñar con esa frase.
Una hora más tarde, de toda la conversación, sólo recuerdo esa frase, tres palabras. Me parece que esas tres palabras no sólo hablan de lluvia, o de ausencia de lluvia. En realidad es casi seguro que hablan de cualquier cosa menos de lluvia, de esa agua cayendo imbécil sobre las coronillas. Lo sé pero no sé cómo lo sé. Con saberlo me basta. Después de noche, en la cocina, mientras espero que se cuezan las patas y aparto las migas de la mesa, pienso que este día se resume en esa frase: Allí nunca llueve.
3 comentarios:
Joder, había escrito una parrafada y se me ha perdido...
Sólo decía... que tendrías que seguir así, casi del tirón, tirando del hilo cadencioso de la lluvia (ayer pensé en la Mazurca, pero no quise mencionarlo), tendrías que seguir en ese tono durante páginas y páginas y páginas... sería una gozada.
Y sí, no sé, será cosa mía, pero sigo viendo una tristeza alegre, de vida verdadera.
En fin, que me ha gustado mucho y que pasa al top ten de los mejores posts que te he leído.
No si por la lluvia no hay problema; aquí tenemos de sobra. Podría escribir, si por la lluvia fuera, un buen tocho.
Me encanta, por supuesto, esto que dices; "una tristeza alegre, de vida verdadera".Sí, ese tono es el que me gusta leer, quizá además lo que se cerca más a una forma de estar en el mundo que suele ser habitual en mí.
Aunque titulo (y 2), sigo tirando del carrete... creo. Me gusta esta división en fregmentos (numerados o no) porque es un coñazo meter textos muy largos en un blog.
Gracias.Mabalot.
Y yo me quedo aquí, estupefacta
sintiendo el resbalar de
esa lluvia, que tú nos traes,
para mojarnos o diluirnos en ella.
Cómo decirte lo que me gusta
leerte. Me voy deslizando, en
una total hipnosis, sobre tus
palabras, hermosas, fascinantes.
Un beso de esta mujer, que sólo
sabe leer, que le gusta leer y
que no elocubra sobre el tema.
No podría.
BB
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