25/10/09

El picor

Espejito, espejito...

Lo malo de Proust es que es muy contagioso. Y es lo único malo que le veo. También Borges es muy contagioso, pero su influencia se nota menos en el estilo. Con Proust hasta las lentejas que nos llevamos a la boca a la hora de comer se nos convierten en metáfora, sobre todo si uno duerme poco y tiene tendencia a enredar con esas cosas, como un don Quijote proustonizado. Es inevitable no dejarse llevar un poco a la hora de escribir por lo que estamos leyendo, pero quizá lo más conveniente mientras leemos a uno de estos maestros demasiado influyentes (ese poder de un estilo demasiado marcado, es decir, un mundo demasiado particular o demasiado real) es escribir a la contra de ese autor. Frases cortas y sin subordinadas casi para que apenas se nos cuelen las metáforas y comparaciones que escribiríamos si fuésemos Proust, pues siempre el, digamos, maestro influyente, no sólo se conforma con aniquilar nuestro mundo cuando lo leemos (para colocar el suyo en su lugar), sino que quiere continuar su escritura en lo que escribimos. Es decir, quiere escribir por nosotros, y como estamos muy lejos de ser el tal, lo que sale suele ser algo insignificante, una voz en falsete que cantamos en la ducha.

El peligro está ahí. Todo el mundo sabe que las influencias más provechosas son las de los maestros menores. Esto ya lo recordó Pla en algún libro. Lo mismo que cuando Bolaño recomendaba encarecidamente no leer a Umbral o Cela para escribir relatos. Hay escritores muy pegajosos.

Hace años, empachado supongo con la lectura de Thomas Bernhard (sigo pensando que con Proust y Celine forma el trío de ases del siglo pasado), escribí una novela, por llamarlo de alguna manera, infumable y pretenciosa, con un estilo muy bernhardiano (una parodia que no pretendía serlo), aunque con más puntos y aparte que las del austríaco, y en la que el narrador, como no podía ser de otra manera, cuenta la irrupción de una enfermedad
misteriosa o innombrada y de cómo ésta configura su pasado, etcétera. Todo muy grave y negro y más o menos abstracto. Un churro tecleado. Años después encontré el archivo en un disco duro viejo. Nada más acabarla ya me había dado cuenta que con aquello no había nada que hacer; no había ni una coma que no la hubiese colocado siendo el escritor austríaco que no era. Lo único que me quedaba por hacer era descabezarla, pintarle unos bigotes para resaltar la falta de originalidad del asunto, la desvergüenza de esa escritura adolescente que miraba hacia cualquier parte menos hacia sí mismo, o desde sí mismo. Cambié de forma automática la palabra enfermedad por la palabra picor y le eché un vistazo; era una gilipollez bien absurda y disparatada, y por supuesto desmelancolizadora. La gravedad se convertía parodia, o en broma, en chiste. El narrador no dejaba de nombrar el picor y de cómo influyó el tal en su vida; no salía ni una vez la palabra rascarse. Ya no recuerdo el título que le había puesto en su día. Lo cambié. Por supuesto se titularía El picor, título que podría ser del mismo Bernhard si no fuese tan ridículo para un austríaco que las pasó tan canutas en su vida.

Creo que uno debe cuidarse de querer ser otro que el que somos. Puede que una vez que uno sepa que no somos más que un buen lector de ese al que tanto nos gusta leer pueda dejarse llevar, con ciertas prevenciones, digamos, higiénicas, por el estilo y universo tan particular de ese autor. En nosotros, el que somos en el momento que vivimos, todo eso tiene a la fuerza que dar un resultado muy distinto, y más distinto según vayamos avanzando.

Supongo que escribir bien es darse cuenta de que nadie puede escribir por nosotros. Tengo mucho que aprender aún. Ni siquiera Proust, saliéndose por fuera de sus libros (y si yo fuese Proust traería aquí la imagen de un cazo de leche desbordándose al hervir), puede hacer algo por nosotros al escribir, a no ser llevarnos por la senda del ridículo para que al fin todos los personajes que saquemos de la chistera acaben sufriendo un picor del que no se pueden rascar.

12 comentarios:

conde-duque dijo...

Estoy de acuerdo con Goodeda1122, ¡gran entrada!
Me sorprende mucho que tus tres ases del siglo XX sean escritores tan suyos, tan de su estilo, tan de tener "su propia voz", tan cerrados o herméticos en cierto sentido, sobre todo Bernhard y Celine. "O te metes en MI MUNDO o paso de ti. Haz tú el esfuerzo".
Proust es mucho más abierto: hace un esfuerzo monumental, titánico, pero casi como un imperativo moral o regalo a la humanidad (una vida que es la suya, pero podría ser la de cualquiera como obra, como recuerdo infinito...); los otros dos me parecen mucho más avaros y tramposos y egocéntricos. El movimiento es al revés.

conde-duque dijo...

En cuanto a lo de las influencias, tienes toda la razón.
Si te fijas, por lo que dices, no es sólo que Proust pueda influir o determinar la escritura, sino la propia forma de ver el mundo. Es una diferencia bastante importante. Eso sólo lo logran los grandes...

Anónimo dijo...

Sí, pero es que la literatura del siglo veinte parece una literatura que renunció a contarlo todo, a crear mundos. Más bien parece que se dedicó a destruirlos. Proust creó el último gran universo, aunque sigo pensando que tantas correcciones y "sobreescrituras" le acabaron estropeando un poco los libros. Es el último novelista del diecinueve, y el más perfecto.

Después vienen esas voces que tú dices. Pero no creo que requieran más esfuerzo al lector que el mundo creado por Proust.

Por supuesto falta Kafka; un clásico en plena destrucción también. Todo se le desmoronaba. Su mundo es una ratonera. Me hubiese gustado saber qué pensaría Proust de Kafka, y qué pensaría Kafka de Proust. De leerse no creo que entendieran nada uno del otro. El desinterés sería mutuo.

El otro que falta de los supuestos grandes a mí no me dice mucho ahora. Hay un "sistematismo" en Joyce que me repele, del que huyo. En cambio, su estilo, cuando quiere, es mucho más diáfano. Hablo de Joyce porque me parece la línea oficial literaria del siglo pasado; todo lo que nos vino encima después. De su parte flaubertiana cosas muy buenas, lo mejor de la literatura norteamericana, y de su línea rompeolas y formalista los mayores peñazos que dio la literatura últimamente.

Bernhard y Celine podríamos decir que son otra cosa, no literatura. Están más allá, o más acá, de la forma, del juego de las influencias, del juego de la literatura, de la convención de hacer novelas o construir. Son como documentos. Viven en este mundo, escriben libros, quizá hasta novelas, pero se nota que les interesa más denunciar todo lo censurable de género humano que otra cosa. Les interesa el mundo real, no el arte; les interesa señalar en qué va mal este mundo.

Celine y Bernhard son dos escritores satíricos, dos moralistas. Igual que Solana.

Un abrazo.

Mabalot

conde-duque dijo...

En cuanto al esfuerzo no me refería a que Proust sea fácil de leer y los otros no. No me expliqué bien. A mí Proust me resulta muy cansino de leer, de hecho nunca he terminado sus tomos, pero mientras lo leo estoy viendo la realidad, casi infinita, llena de matices, de sentimientos, etc. Nos permite revivirla.
En cuanto a Celine y Bernhard, creo que el esfuerzo no es de ellos: el "mi mundo" de ellos no es un mundo. Por eso el esfuerzo, sea grande o pequeño, es del lector, que tiene que entrar ahí, no de ellos, que ya es suyo. No sé si me explico.
Kafka me gusta más que estos dos, dónde va a parar. Lo deja todo abierto.

En cuanto a lo último que dices, sólo puedo hablar de Bernhard porque a Celine lo tendría que leer más para hacerme una opinión.
Siempre se dice eso, que Bernhard es un satírico y un moralista. Bien. Puede ser moralista, pero en el peor sentido de la palabra: el que suelta su sermón rabioso y tremebundo desde el púlpito de su superioridad. Sin embargo, no hay en él nada de "moral": ¿cómo va a ser moral alguien que es incapaz de ver el rostro del otro?
Bernhard es el rey de la autocompasión (concepto del que precisamente hablábamos el otro día), girando obsesivamente, como un mantra, en torno a su pesimismo egocéntrico (¿quizás sólo pose?), a su odio al mundo, que a veces resulta ridículo, como el del viejo cascarrabias, y a veces también resulta muy lúcido. Mucha impostura. Sólo le importa su propio dolor y sufrimiento, exagerados. A su alrededor hay gente que lo pasa mucho peor que él, pero él sólo tiene ojos para sí mismo, para relamerse en su propia mierda. Repite tanto las palabras "horror" y "dolor" y "sufrimiento" que éstas pierden todo su significado, como "polla" o "coño" en Henry Miller.
[En fin... Tengo que escribir un post sobre todo esto porque se me acumulan las ideas y lo estoy diciendo a lo bestia y tampoco es eso. No quiero decir las cosas sin explicarlas y matizarlas bien. Me han gustado mucho sus relatos autobiográficos (me falta terminar de leer los ultimos)].
Vamos, que yo, para pesimista del XX, elegiría antes a Cioran, que me parece mejor escritor que Bernhard.
No: por mucho que nos lo repitan en las contraportadas no es verdad. Bernhard no fue el hombre que más sufrió del siglo XX. Eso es mentira.

El tono y la mirada de Bernhard (no digamos ya el estilo) son totalmente distintas a las de Solana. Bernhard es un elitista y un pedante, tiene un complejo de superioridad tremendo.
Solana es todo lo contrario: la mirada del chucho callejero.

Seguiré dándole vueltas a esto y ya escribiré algo.

Un abrazo.

conde-duque dijo...

Quería poner: "el "mi mundo" de ellos no es un mundo, es una voz."

Mabalot dijo...

Entiendo lo que dices, pero veo que leemos de distinta forma a este señor. Es cierto que es una voz que no te busca, que no va a ti, sino que tú como lector debes meterte en su planeta. Pero eso es algo común de muchos otros escritores del veinte que están muy bien considerados. A mí Faulkner no me interesa mayormente pero ya sabemos que es un intocable de la crítica, y es el ejemplo más representativo de eso.

También es cierto, se me ocurre ahora, que uno intenta justificar literariamente a los que, digamos, por alguna razón, le caen bien personalmente. Bernhard, ya lo dije más de una vez, me hace reír. Es el mayor exagerado que existe; su pesismismo es una impostura en cierto sentido. Su principal burla va dirigida hacia ese pesimismo; lo viste de zarzuela, lo rebaja exagerando hasta la desvergüenza. Es como si quedarse en el pesimismo fuese un delirio de las reglas sociales del que se burla constantemente. LO leemos con el piloto automático, creyendo leer al gran quejica malhumorado de la literatura (es la imagen superficial de su literatura), pero yo lo veo más en la linea cervantina de mirar la realidad con una ironía que algunas veces se convierte en cinismo, pero siempre con un fondo de compasión, también hacia sí mismo.

Hace unos pocos meses publicó Javier Marías un artículo sobre Bernhard. Me pareció acertadísimo, y también apunta (él, que lo conoce muy bien) hacia esa lectura de un Bernhard que no hay que tomarse tan en serio, o mejor dicho, que no hay que leer sólo por encima.

Esto es como lo del váter de Duchamp, o el meadero. Era una broma pero todo el mundo se lo tomo en serio.

El pesimismo de Bernhard es una parodia buena del pesimismo literario. Pondré ejemplos en un post.

Y bueno, creo que el patrón "haber sufrido" mucho o poco no es ni siquiera algo a tener en cuenta en la valoración literaria de nadie.

Leeré encantado lo que escribas sobre el tema, como siempre.

Un abrazo.

Mabalot dijo...

Claro que hay dolor verdadero en Bernhard, pero ese llevarlo hasta la extrema exageración es, me parece, casi una caballerosidad. Es como si se dijera, como si nos dijera; no eres nada, chaval. Sufrir no te hace mejor. Sufrir está al alcance de cualquier animal. Soy el mayor sufridor del siglo, de todos los siglos.

Sufro mucho. ¿Y qué?

[Y, por cierto, no creo que haya graduaciones en el sufrimiento. Todo el que sufre es el mayor sufridor del siglo, aunque no lo piense, pues sería ridículo. Sólo conocemos nuestro sufrimiento; lo demás, el sufrimiento del otro, son imaginaciones de la moral, de nuestra compasión. Sinceramente, la persona que más sufre del mundo soy yo; los hay más pobres, los hay más desgraciados y los hay que sufren torturas inmundas, pero mi dolor es demasiado mío, omnipresente, y todo lo demás tiende a desaparecer.
Creo que este es el mecanismo del dolor. Quizá no se pueda hablar de mero egocentrismo.]

conde-duque dijo...

Bueno, yo lo decía más que nada por lo de "moralista". Todo venía de ahí.
No digo que no sea posible esa lectura humorística de sus exageraciones, y me parece bien lo que dices, pero la mayoría de las cosas que cuenta no se prestan mucho a la risa (alguna sí). Me refiero a los relatos autobiográficos, claro. Por supuesto hay un sentido del humor en Bernhard, pero en otro sentido, en otros lugares, y se me hace muy difícil ver esa mirada cervantina. Es él mismo el que se da importancia, no yo.
Hay muchas cosas que me gustan en Bernhard, pero no precisamente su posición moral, que no me parece nada caballerosa sino más bien deleznable, "salvando" o "condenando" a diestro y siniestro (a personas concretas, reales) de la forma más absoluta. Ahí hay muy poca compasión cervantina, creo yo.

conde-duque dijo...

He encontrado este artículo de Marías sobre Bernhard, pero no creo que sea al que te refieres. Habla de los autores peligrosos por su influencia y lo pegadizo de su estilo. Es cierto, como dice también Miguel Saenz, que el estilo de Bernhard crea adicción.


La farsa de la desolación (Javier Marías sobre Thomas Bernhard)

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Hay escritores horribles, malos, pasables, buenos y excelentes. Los hay incluso, geniales. Pero también hay otros en los que su calidad es un asunto secundario, aunque sin duda se les reconozca. Son los escritores que crean adicción, o dicho de otra forma, con los que el lector establece una relación más parecida a la del hincha de fútbol con su equipo o a la de la quinceañera con su ídolo musical. De esos autores se lee todo y se quiere siempre más; se atiende y hasta se recorta cuanto se publica sobre ellos, se guardan las entrevistas y las reseñas de sus obras; se compran grabaciones o vídeos si los hay: fácilmente se convierte uno en coleccionista. Estos escritores son rarísimos, más infrecuentes incluso que los geniales, y ya es decir. Y la falta de textos suyos se vive como una privación. Así, cuando mueren -si estaban vivos-, el lector adicto puede sentir algo muy próximo a la desgracia personal, aunque jamás haya visto en persona al difunto. Para mi, como para mucha otra gente de toda Europa, Thomas Bernhard ha sido el penúltimo escritor de esta índole, muy peligrosa, por cierto, para el lector que a su vez es escritor, pues puede verse irremisiblemente contagiado en su escritura por un influjo tan poderoso como buscado. Más aún en el caso de Bernhard, cuyo estilo es enormemente pegadizo, como una inoculación. Buena prueba de ello es la extraña y lamentable escuela que ha creado en nuestro país, donde desde hace algún tiempo abundan las novelas contaminadas por Bernhard y los novelistas que creen que basta con despotricar de todo y mostrarse coléricos, resentidos y negativistas para hacer buena literatura. Como sucede con Kafka, Joyce o Beckett, lo peor de ellos son los kafkianos, los joyceanos y los beckettianos, su verdadero azote. Sólo señalaré un rasgo de Bernhard que cada vez he visto más en sus escritos y que precisamente parece pasar inadvertido para la mayoría de los bernhardianos, quienes se lo toman con una solemnidad de espanto y una literalidad propia de párvulos: su sentido del humor. Es más, hoy lo veo como un escritor esencialmente cómico, y que por eso, con ser desolador, no resulta casi nunca deprimente ni sórdido, cosas bien distintas. Basta con saber que gran parte de su autobiografía era falsa -y por tanto dickensiana-, o con leer Trastorno o Maestros antiguos o El malogrado, para sospechar que el ceño de Bernhard no se diferenciaba mucho del que solía fruncir aquel "malo" alto y grandón de las películas de Charlot, aprovechándose de sus disparatadas cejas. Lo que hay en él es sobre todo la desolación de la farsa, o si se prefiere, la farsa de la desolación. Y como buen adicto, y para no saberme definitivamente privado de Bernhard, aún tengo sin leer su última novela, Extinción, para cuando se me haga en verdad insoportable la necesidad de una generosa dosis.

conde-duque dijo...

Por cierto, que Marías menciona a Beckett, que también (para pesimista dentro de su mundo, éste casi aniquilado) me gusta más que Bernhard.
Leeré lo que me queda de su autobiografía desde esa mirada de "farsa de la desolación", a ver hasta dónde es verdadera esa farsa o es otra farsa. Por lo que veo, la clave para esa lectura no superficial es que se ha descubierto que en los relatos autobiográficos hay mucha mentira. Al menos la impostura ya se le veía claramente. Insisto: satírico sí, pero ¿moralista? La compasión hacia dentro y la sátira hacia fuera.

Mabalot dijo...

Pues sí, era ese. Me parece un artículo redondo. Cuando habla de libros casi siempre está muy bien. Y es verdad; que en serio se toma todo el mundo a Bernhard.

Puede que el humor de algunos autores pase desapercibido en determinadas épocas, repunte en otras y cambie su imagen.

Que conste que la impostura, para mí, no es algo negativo. La literatura es impostura, decía Umbral. Y para acabar un dato curioso sobre uno de los libros autobiográficos de Bernhard. Hace poco una amiga que estudia medicina en Madrid me dijo que le habían mandado leer "El aliento", de Bernhard, en la facultad. Ahora que me acuerdo me parece muy curioso.

Lo que sí veo es que se está convirtiendo en un autor bastante leído. Puede que sea el Faulkner de nuestra época. O puede que sea una moda pasajera y superficial.

conde-duque dijo...

Por la nueva edición de Anagrama, quizás. Yo me la he comprado. Había leído trozos, pero así toda completita está muy bien.

(El artículo de Marías, según ponía, era de 1996)

Un abrazo.