En Cosmos, de Gombrowicz, dos amigos descubren entre unas matas un gorrión colgado de un alambre, "con la cabeza inclinada y el pico abierto". El narrador razona; "Algo absurdo. Un pájaro ahorcado. Un gorrión ahorcado. Era algo que proclamaba a gritos su excentricidad y señalaba acusadoramente una mano humana que había penetrado en la maleza… ¿la mano de quién? ¿Quién había sido el ahorcador? ¿Y para qué?".
Esto lo leía ayer por la noche tan tranquilo y hoy me he cargado un gorrión. Fue un accidente (¿o un suicidio?), aunque es curioso que hubiera empezado a leer la novela del gorrionicidio ayer y hoy me pasara esto. [Llegué a esta novela por el interés que tiene el diario de Gombrowicz, que es asombrosamente bueno].
Después de unos días de lluvia sin tregua hoy había vuelto a salir el sol. Ya estábamos hasta las narices de la pecera, y eso se nota, en las caras y en más cosas, porque hoy todo eran muslos, sonrisas, escotes, mujeres achocolatadas, señores peludos y alegres, comedores de helados con la mirada perdida. Volvía tan contento de hacer unos recados a las afueras y además con un libro bonito que había comprado en la feria del libro viejo (artículos de viajes de Eugenio Montale, Fuera de casa se titula, de Mondadori, y aún por encima el diseño de cubierta de D. Gil). Escuchaba You under my skin, interpretada por Cole Porter, en radio 3. Ya estaba cerca de casa, muy cerca, casi en casa, cuando un gorrión descendió en maniobra disparatada y se puso delante del coche justo cuando pasaba. Miré por el espejo retrovisor, por si veía que salía volando o un bulto yaciente en el asfalto. No lo había atropellado con ninguna de las ruedas y por lo tanto era improbable que lo hubiera aplastado. Aparqué delante de casa. Desde allí vi que un bultito negro en la carretera saltaba y luchaba por volar, pero apenas se elevaba unos centímetros. Otros coches pasaron pero ninguno puso sus ruedas, por fortuna, sobre el cuerpo de aquel ser diminuto. Me acerqué sin saber muy bien por qué ni para qué. ¿Qué iba a hacer? ¿Cogerlo entre mis manos y salvarle la vida? Lo llevaría al garaje y le daría de comer, pues ni se me pasaba por la cabeza que pudiera entablillarse el costillar o un ala. Mientras me acercaba pensaba en todas las enfermedades que me podía pegar el pajarillo vagabundo. Quizá la gripe del gorrión. Eran los típicos pensamientos del hipocondríaco, que rápidamente deseché por improbables, y sobre todo, por aburridos. No sé por qué también pensé que me mancharía las manos de purpurina, como si fuese una baratija de los chinos o un periódico cutre con tinta de mala calidad. Llegado el caso, la locura, querer salvar al pajarillo, le daría de comer en el garaje y nada más. Si acaso él mismo tendría que curarse con el tiempo. Si no podía volar lo dejaría pasear por allí, explorando y buscando porquerías. Tampoco sabía qué le podría dar de comer: ¿Leche, como los gatitos? Me imaginaba al gorrión acercando su pico a un platillo de leche y bebiendo como los pollos recién nacidos, levantando mucho la cabeza para que las gotitas descendieran por su garganta diminuta. Quizá se hiciese amigo mío y me siguiese a todas partes una vez recuperado, llevándolo en el hombro y asombrando a las señoras cuando después de recitar un poema llegase el gorrión y se me posase en la mano. Pensé también que en su corazón tendría que haber algún tipo de reconocimiento, aunque estos eran figuraciones y sabía que llegado el caso no pasaría nada en su cabeza, y menos en su corazón, cuya única función sería bombear la leche que se tomara a nuestra costa a todas las partes de su cuerpo de pájaro, fortaleciendo las partes dañadas. Quizá pan, húmedo, podría comer también. Pero; ¿y si estaba tan jodido que nada pudiera salvarlo? ¿Y si sufría tanto que matarlo sería lo más sensato? ¿Qué haría? ¿Le aplastaría la cabeza con los tenis? ¿Esperaría a que pasase un camión y lo rematase?
En fin, lo que se piensa en unos pasos. Cuando llegué a dónde estaba vi que ya estaba muerto. No le tomé el pulso, como es lógico, sólo había que verlo. Era la muerte personificada, o gorrionificada. Estaba tumbado de lado, los ojillos cerrados, la cara de muerto. Los dedos de sus patas habían perdido la tensión. De su pico, y no me lo estoy inventando, colgaba una pelotilla de sangre (¿un coágulo?), o lo que parecía un trocito de hígado que le había salido al exterior. No pasaba ningún coche. Lo toqué con un pie. Estaba muerto y blandito.
8 comentarios:
¡¡¡¡Asesinooooo!!!!
(Muy bueno) [El relato, no el asesino]
Bueno, yo creo que fue un suicidio. Que conste que el gorrión me dio pena, había que verlo... Quizá eso sirva como atenuante. Y además, ya digo, fue involuntario, y lo confieso con pelos y señales; eso tiene que servir de algo.
Y para eso sirve escribir, para quitarse uno de encima las culpas, aunque sean tan aparentemente pequeñas como esta. He dicho.
Y gracias.
Yo hubiera apartado mi mirada, así que nunca habría percibido tantos detalles, y estoy segura de que hubiera apretado el paso para dejar atrás lo antes posible ese triste espectáculo. (Como si fuera fuera posible escapar de alguna de las formas de la muerte...) ¿Eso quiere decir que somos muy distintos, vos y yo?
Mi primera intención en asuntos de este tipo, como un animal muerto en la carretera, etc... es no mirar, claro. No soy un enfermo. Pero sabía que si no iba a comprobar cómo estaba el pajarillo se me aparecería en sueños decapitado, quizá con su cabeza bajo el ala, y mi imaginación trabajaría como una loca para traerme el recuerdo del pajarillo de la peor forma posible, recordándome la omisión de auxilio. Así que preferí acercarme.
En todo caso, pese a lo impresionable que soy, y quizá por eso, no puedo dejar de mirar lo terrible. Y no es morbo; es sólo escapar de la imaginación, que siempre me presentaría todo más terrible que cualquier cosa real.
Saludos.
Ah, entonces, no somos distintos. Y ya sé que no sos enfermo, si lo fueras, no seguiría tu blog, si no fueras cálido y sensible, no me gustaría tanto.
¿Cálido y sensible nuestro Mabalotti? No, pordios, Sísifa, no nos hagás esto, no nos rompás mitos.
Cacho cabrón... No me espantes a las lectoras, que tengo pocas.
Jajaja...
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