4/5/09

Gigantesco


Se cuenta en el libro "Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert" de Maupassant (muy recomendable, un retrato que impresiona) lo siguiente:

"Cuando, finalmente, Flaubert, después de cinco años de duro trabajo, terminó esta obra genial [Madame Bovary], se la confió a su amigo el señor Maxime Du Camp, quien se la hizo llegar al señor Laurent Pichat, redactor jefe de la Revue de Paris."

Ahora pensemos; Flaubert, duro trabajo, cinco años. Un hombre que se pasaba una noche entera para modificar una frase por consejo de alguien y que al final la dejaba igual por no encontrar otra combinación de palabras que lo convenciese. La primera carta de Maxime Du Camp después de leer Madame Bovary reproduce las opiniones que él y su amigo Pichat, el redactor jefe de la tal revista que tenía intención de publicar la novela. Es esta la carta:

"14 de julio de 1856

Mi viejo amigo, Laurent Pichat ha leído tu novela y te envía el juicio que te adjunto. […] El consejo que él te da es bueno e incluso te diré que es el único que debes seguir. Deja que decidamos cómo publicar tu novela en la Revue; haremos los cortes que consideremos indispensables, y a continuación la publicarás en un volumen a tu gusto, eso es cosa tuya. En confianza pienso que si no haces esto, te comprometes y debutas con una obra confusa a la que no basta el estilo para hacerla interesante. Ármate de valor, cierra los ojos durante la operación, y fíate, si no de nuestro talento, al menos de nuestra experiencia en estos asuntos y en nuestra amistad. Has enterrado tu novela bajo un montón de cosas, bien hechas, pero inútiles; se pierde bajo ellas; y de lo que se trata es de aligerarlas; es un trabajo fácil. Haremos que, bajo nuestra supervisión, haga el trabajo una persona experta y hábil: no se añadirá una sola palabra a tu original; sólo se podará; eso te costará unos cien francos, que se te descontarán de tus derechos, y habrás publicado algo realmente bueno, en lugar de una obra incompleta y demasiado farragosa. Supongo que me estarás maldiciendo con todas tus fuerzas, pero piensa que en todo este asunto sólo me mueve tu interés.

Hasta pronto, mi viejo amigo, respóndeme y confía en mí.

Maxime Du Camp

¡La mutilación de aquel libro clásico e inmortal, practicada por una persona experta y hábil, sólo le habría costado al autor unos cien francos! ¡Realmente barato!

Gustave Flaubert debió de estremecerse al leer aquellos curiosos consejos y sentir una sacudida profunda, muy natural. Y escribió, con enormes caracteres, al dorso de aquella carta afortunadamente conservada, una única palabra: ¡Gigantesco!"

"Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert", Guy de Maupassant, editorial Periférica, 2009.

5 comentarios:

Antonio Ruiz Bonilla dijo...

Se me ocurren miles de palabras, quiero decir: improperios, para que se hubiera desahogado con más garantías. Pero claro, yo no soy un genio.
Un saludo

Anónimo dijo...
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Mabalot dijo...

Un saludo, Antonio. Genios hay pocos, y no me parece que Flaubert fuera uno, precisamente. O quizá sí, pues casi me parece más genio el animal que está siempre al pie del cañón que el poetilla de fin de semana que escribe cuatro grandiosidades y se pasa el día ante el espejo viéndose el perfil de genio.

Miguel Baquero dijo...

No acabo de entender el sentido de la expresión "gigantesco": ¿era peyorativo?, ¿admirativo?

De todas maneras, eso de podar un texto a veces puede ser un placer inmenso. ¿Te imaginas que un editor te diera En busca del tiempo perdido y te dijera: poda la que sobra?

Mabalot dijo...

Supongo, supongo, que era peyorativo y admirativo; un, más o menos, "qué cojones..." de ahora. Y sí, no digo yo que no pudiera ser un poco podado la Bovary...

¿Qué sería de Carver sin esos recortes? Está claro que no sería el que hoy es. Es quizá el ejemplo más claro y alucinante del fabuloso arte de podar palabras.

Proust es lo que sobra. Si le quitas "lo que sobra", ¿qué queda? ¿conviertes En busca del tiempo... en un thriller de un psicópata pajillero que persigue a unas mozas?
Al igual que el arte de Carver está en esa exposición mínima y en la insinuación, el arte de Proust son sus infinitos recovecos y disgresiones, y todos ellos están como pudieran no estar.

Saludos.