8/1/09

Qué leer para no tirarse por la ventana



Leí hace un par de semanas las tres novelas de Agota Kristof reunidas en un solo tomo por El Aleph. Reconozco que es una lectura muy poco navideña. Quizá para compensar tanto azúcar de turrones y mazapanes. Hacía casi un año que me esperaba en el rincón de los libros no leídos. La portada que le pusieron estos señores es de una frivolidad de narices; parece que fuera uno a leer una aventura tonta de niños traviesos, con ese lema bajo el título que es para matar (o al menos amenazar) al que se le ocurrió: "Una mirada al mundo con ojos de niño malo." Por dios: lees el libro y te da la risa, que fue precisamente lo que no hizo el que escribió el texto de la contraportada, leerse el libro, y menos enterarse o querer enterarse o querer enterar al posible lector. Yo sabía que ese libro era otra cosa. Lo sabía porque es difícil leer un libro nuevo. Un libro que no sea un clásico pasado o reciente. Incluso un libro que ni sea clásico ni vaya a serlo pero del que no sepamos nada más que el título. Los libros que se releen son casi todos, aunque nunca los hayamos leído, porque parece que ya los hemos leído en sueños o en otra vida pasada o futura. O en el manicomio. Casi sin quererlo ya (de alguna manera) lo sabemos casi todo de todo, o casi nada de nada (esta frase que no dice nada parece de Javier Marías). Lo suficiente, en todo caso, para algo, para ir tirando. Todo está nombrado, todos los rincones meados. Precisamente una de las razones por las que podría funcionar tan estupendamente la depresión hoy en día es por esta falta de descubrimiento, en el que ya todo está visto y todo leído y todos los secretos descubiertos y todos los terrenos explorados y vistos y pisoteados y todas las tetas palpadas y grabadas para la posteridad en DVD. Y volviendo al libro de la Kristof, que tanto tiene que ver con esto de las depresiones, o en el que las depresiones sobrevuelan como gaviotas, y los personajes arrastran los pies en lugar de andar, diré que, más allá de los aciertos o errores, digamos, técnicos, estas tres novelas son un bombazo. De buenas. De buenas a su manera. Dice la propia autora: "No puedo volver a leer mis libros, porque me hieren de verdad, o tal vez sea porque me parezco demasiado a mi escritura seca, negativa, desesperanzada." A mí en cambio los grandes plumíferos con la soga al cuello me ponen de buen humor. Hasta en hacen reír, en silencio. No hay un resquicio de ilusión en estas tres novelas; si acaso en el hecho de escribir, ya que los protagonistas/ narradores escriben, pero más como una forma de apaciguar las ganas de cortarse las venas o tirarse ante un tren que por consignar una esperanza o una salida a la amargura que les rodea. Si acaso escriben sin ninguna razón, que es la mejor razón, como están porque están y se despiertan porque sale el sol.

Las tres novelas están publicadas a finales de los ochenta, principios de los noventa. Son El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira. Forman, efectivamente, una trilogía, pero extraña. Cada novela parece la reelaboración de la anterior, con los mismos ingredientes, o una profundización en la historia esbozada en la primera novela. Incluso se cambia el sentido de lo que parecía claro y hasta fundamental en la primera de ellas (cada nuevo paso pone en entredicho, o niega abiertamente, lo que ya sabíamos). Respecto a la estructura (y también al estilo) la primera novela es la más lineal y la que se desarrolla con mayor radicalismo una prosa objetiva, en los huesos, conductista: "Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos." Capítulos cortos, escenas. En las otras dos novelas la autora se lanza más, como si tuviera más confiara en sí misma; yo creo que gana en profundidad.

La primera novela casi es una novela picaresca. De fondo, la guerra, sobrevivir. Hay un esfuerzo por evitar todo sentimiento. Dos personajes, gemelos, que podrían ser tres, cuatro, o una docena acogidos a esa primera persona del plural. En las dos siguientes novelas el narrador ya está solo y emplea la primera persona del singular. Quizá sea por contraste con la primera novela, pero hay una impresión de soledad tan fuerte que lo que antes era ingenio y hasta vitalidad y ganas de vivir, o de sobrevivir, se trasforma ahora en oscuridad, silencio, estatismo, angustia. Los personajes parecen los mismos, o al menos se llaman igual, pero no son los mismos; no acabamos de reconocerlos del todo, y además tienen un pasado y están hasta la narices de que la guerra se haya acabado y ya no esperen con todas su fuerzas que la guerra se acabe. A cada cual tiene una historia más truculenta y bestial detrás que pone los pelos de punta. Todos esconden a un Freud monstruoso y desquiciado en el sótano. Todos viven sobre el filo del cuchillo soñando con degollarse. Parece que nunca les dé el sol a estos centroeuropeos. Siempre está nublado aunque nunca se diga que está nublado. O quizá sí. No hay colores; sólo el verde (un verde oscuro) de las afueras de la ciudad pequeña cercana a una frontera con el mundo libre (estamos en uno de los países de la órbita socialista antes de la caída del Muro de Berlín). En realidad tampoco el llamado mundo libre sale muy bien parado; allí cada uno va a lo suyo y la soledad es si acaso más insoportable, o al menos así lo dice uno de los protagonistas que consiguió cruzar la frontera con vida. Parece que lo vivido, el drama de la guerra (que no es otro que ver que a poco que se dé la ocasión cualquiera se convierte en una sabandija), les haya fosilizado el gesto de llorones que no lloran y los haya convertido en piedras resignadas a vivir (eso), o morir, o lo que sea.

3 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

He oído hablar muy bien de Agota Kristof. Yo al principio creía que esta autora no existía: entiéndeme, que era un chiste para calificar a Agatha Christie, por alguien a quien le agotaba. Pero luego me enteré que no, me dijeron que sus libros estaban muy bien y tu has acabado de decidirme. Cuando vea uno de sus libros, me lo pillo. Tú lo has querido.

conde-duque dijo...

Tienen buena pinta, aunque parecen muy truculentos.
Se me empiezan a acumular los libros pendientes.

Mabalot dijo...

Muy buena literatura, señores.
Me caen mal los libros pendientes. Si no puedes leer esto ahora, olvídate, o haz como que te olvidas. Ya verás como en un tiempo vuelve a aparecer ante ti, como por casualidad, y lo leerás casi como si ese libro estuviera destinado a ti, etcétera. Y si no aparece, no pasa nada, es que no lo necesitas.