15/1/09

Los días más feos

[Esto de abajo lo escribí el otro día, quizá hace una semana. Lo acabo de encontrar en este documento, separado del que le sigue y del que le antecede por un hueco en blanco. Lo leo y entiendo y comparto lo que dice pero ya no soy yo, o hoy yo no escribiría esto, en ese tono al menos. La verdad es que un incordio esto de no leer en lo de ayer lo que queremos leer hoy. Nunca o casi nunca coinciden.]


Pasan los días tan planos, tan feos, tan poquita cosa. Cuando estoy mal, aunque no sé muy bien qué es estar mal, nada de lo que veo y vivo me interesa demasiado y casi todo el mundo me molesta y huelen mal y se ríen por todo. Rezuman felicidad, pero incordian en cada frase, en cada coche, en cada periódico, y esperar una cola es un suplicio y mataría a esa vieja que cuenta los céntimos. Y esto es lo peor, porque a mí lo que me hace escribir (y escribir es vivir, o quedarme en paz) es la gente, verla, espiarla, disfrutar con sus chorradas ante las que siento una cierta simpatía o hasta una ternura casi religiosa, como una Santa Teresa de Jesús o de Calcuta, da igual, y cuando dejan de parecerme todos graciosos e interesantes y casi milagrosos en algún aspecto estoy perdido, o vacío, o puede que muerto. Si no soy uno de ellos, para quién escribo. Era una pregunta. Puedo odiar a todo el mundo pero eso no me sirve de mucho. Odiar por odiar a derecha e izquierda es un trabajo muy cansado y no lleva a ninguna parte. Los odio; hala, ya está. Soy tan imbécil como cualquiera, soy uno de ellos; hay días en los que casi todo el mundo me cae mal de narices. Es como si en lugar de ver lo humano sólo viera lo animales, en el sentido literal, que son. Entonces odio los niños que se parecen a sus padres; odio a los somnolientos y a los lentos, a los gritones. Y ya no digamos si enciendo la tele. Por ejemplo, el telediario. Qué feo. El telediario es feo de cojones. Ni siquiera la mortadela, inventada por un ciego, es peor. Veo a esos tipos corriendo con niños acribillados en los brazos, y a su alrededor otros tipos barbudos y mujeres con velo (sólo la careta a la vista, una careta que grita y llora, arrugada de dolor), y también llevando niños cadáveres que parecen muñecos de trapo, niños ensangrentados, con ojos reventados (un bulto de sangre coagulada). Y después colocan esos pequeños cadáveres sobre alfombras, uno al lado de otro, con mucho cuidado, como si los pobres trozos de niño ahora pudieran sufrir algún dolor, y lo hacen sabiendo colocarse ante la cámara que graba todo para que yo (criatura occidental) lo vea y pare de masticar el filete y también veo a otros barbudos clamar al cielo y llorar en medio de un paisaje urbano derruido, y parecen cientos de llorones y lloronas histéricos e histéricas que llevan siempre niños muertos o a punto de morir, incluso bebés llenos de vendas mugrientas y mal colocadas sobre sus caras diminutas, y que por cierto viven en un mundo tan pequeño que no saben qué les pica o duele o qué les rodea. Y entonces veo eso y ahora sí que no puedo evitar (no quiero evitar) pensar que toda esa horda de paisanos barbudos y llorones son la mayor mierda con forma humana que uno pueda ponerse delante, y que lo mejor que podrían hacer esos sería matarse entre sí, o los unos y los otros (los mismos unos y los mismos otros de siempre, aunque cambien de raza o vestido o escusa), pero antes opino que deberían esterilizarse para que todo sea un juego de señores en los que no sale mal parado ni un solo crío, y entonces así me parecería juego limpio, barbudos y soldados de gafas y narices ganchudas saltando por los aires, unos y otros, al compás, un poco unos, otro poco otros, hasta que no quedara nadie y dejaran desierto ese trozo de tierra muerta en la que no plantaría ni un cactus. Debería ser racional y pensar lo que debería pensar, que los pobres barbudos con turbante son masacrados y que ellos sólo estaban allí en su tierra y llegaron las bombas y los cohetes e hicieron saltar por los aires los ojos y los pañales de sus bebés, de nuestros bebés, y que, oh Alá, acoge a nuestros bebés mutilados y dales el biberón en el paraíso mientras resistimos la embestida de nuestros vecinos apestosos. Alá, tú que sabes, protégenos y tal. Pero no pienso nada, ni esto ni lo otro; todo me parece mucho más complicado que pensar esto o lo otro, mucho más complicado que maldecir al abusón (al que por cierto ya todo el mundo a mi alrededor se ocupa de maldecir de carrerilla), y en cambio esto dicho así, o escrito así, cae fatal, por no tener nada claro, por no verlo blanco o negro, por sólo guiarme por el asco físico que me producen los que llevan esos muñecos de trapo con los ojos cerrados o reventados gritando y jurando venganza por los siglos de los siglos, amén. 

2 comentarios:

conde-duque dijo...

Amén.

Mabalot dijo...

Podéis ir en paz, hermanos...

Debería haber titulado este post; Todo el mundo tiene un mal día.