Últimamente tengo la sensación de ver gatos en todas partes. Me persiguen los gatos, doctor. En películas, en libros o revistas, en la misma realidad sobre todo. No es que se me echen a la cara pero ahí están, en un tejado, al lado de un cubo de basura, en una ventana. Siempre observando. Va uno por la acera y sin saber porqué miramos arriba; un gato en una repisa nos observa. Los paranoicos son muy sensibles a los gatos, porque dan esa impresión de vigilancia, hasta de conspiración, como si tuviesen un micrófono oculto con el que se comunican. Por eso en la literatura de terror el gato tiene un papel destacado, sibilino, siempre inquietante. El gato siempre ha sido el aliado del malo, y al malo en la literatura fantástica o el cómic siempre le ha gustado acariciar el lomo de un gato. Supongo que el carácter reservado del gato y su estampa de tranquilidad hacen pensar que oculta algo, y que oculta algo inteligente, o que es inteligente en definitiva, porque no es ese amasijo de emociones incontroladas que es el perro, buscador continuo de afecto que lo hace quizá más débil y sincero en apariencia, pero más tonto. El silencioso siempre ha estado bien visto, y el solitario, como si tuviera mucho en qué pensar y fuese más listo. Y no hay animal más literario, más allá del género de terror, que los gatos. Son famosos los gatos de escritores célebres. Hasta parece que uno para escribir necesita un gato, o una docena. Un gato que vigile a la musa, que la tenga a raya. Me acuerdo de los gatos de Umbral. Cuando aparece su nombre en alguna parte veo unas gafas que convierten unos ojos en aceitunas y una cabellera blanca que flota sobre la cabeza y al fondo un gato, o sobre una mesa. Un gato al lado de la máquina de escribir. Un gato sobre un libro. Es famoso el gato gordo de Borges, quizá castrado, ya no me acuerdo, al que Borges definía como lo gato. En el último número de la revista Clarín, que compré el domingo, aparece una selección de los diarios de Iñaki Uriarte en los que aparece su gato (llamado, por cierto, Borges), o en los que habla de gatos. Tuve la suerte de haber leído alguno de sus diarios inéditos y son francamente buenos, o a mí me lo parecen. Se ve que son unos diarios pelados, en los que el autor teme aburrir al personal, y va eliminando y eliminando hasta dejar la esencia de lo que cuenta y la frase justa. Entre las miles de clasificaciones de escritores que podrían hacerse una sería la de los que se dicen al corregir; ni una palabra de más. Y los que se dicen; ni una palabra de menos. En el primero se da un crítico mucho más lúcido, quizá, que sabe podar sin que le tiemble la mano. En el segundo hay un crítico de lo suyo mucho más indeciso, caprichoso y cambiante según el momento. En caso de duda éste siempre prefiere dejar o ampliar antes que tachar. Claro que hay un tercer caso que ni tacha ni amplia; ese sería César Aira, si nos guiamos por lo que dice. Recuerdo perfectamente lo que nos decía la profesora de literatura en bachillerato sobre Baroja; decía, de Baroja se creía que corregía poco pero se sabe por los papeles manuscritos que corregía mucho. Baroja en sus memorias se queja mucho de haber escrito su obra sin muchos miramientos, no por razones estéticas, sino de tiempo y de apuro meramente práctico, para ganar unas pesetas. No sé, por cierto, si Baroja tenía gato o gustaba de los gatos. Ya bastante gato era él.
Otro señor gato era Poe, que hoy cumple doscientos años y está más vivo si cabe que cuando estaba vivo.
5 comentarios:
Esta amante de los gatos y compañera y súbdita fiel de uno llega aquí por pura chiripa y se pregunta si te estará persiguiendo sin saberlo o si tú te sentirás perseguido; juro que fue la casualidad, toda la casualidad y nada más que la casualidad la que me trajo aquí desde Bernardinas a leer esta entrada que me ha encantado, incluso sin estar de acuerdo en alguna frase. Lo gato, ay, este Borges...
Miau.
Poe precisamente tiene algunas de las escenas más inquietantes con gatos. Es posible que no haya habido animal más literario, más incluso que el perro.
Muy buena la entrada. Pero ya es habitual
Joder, se ha perdido en el limbo mi comentario, larguísimo...
Me siento incapaz de repetirlo.
Miau.
Miau.
Encantado de que me persigas, petite sauvage.
Un saludo a Barquero, y menos encantado con ese comentario en el limbo de conde, además larguísimo.
Yo me lo pierdo, o nosotros nos lo perdemos. Bueno, comprendo eso de perderlo y no ser capaz de repetirlo. Mordería la pantalla.
Miau. Un abrazo.
Pues sí, larguísimo, gran putada.
Primero hice una reflexión sobre los gatos, con los que no me llevo bien porque los hijos de mi madre hemos heredado su fobia a los gatos(entre el miedo y el asco), aunque yo no soy tan exagerado. Y después hablé de un gato concreto llamado Rousseau, que quiere a todo el mundo pero a mí me odia. Y después hay un gato en Alemania, en Colonia, con el que tuve que convivir en la misma casa, etcétera.
Por último, dije que los diarios de Iñaki Uriarte son buenísimos, que me encanta su ironía y su concisión y que me identifico totalmente con su visión agnóstica y antirretórica de la literatura y que no sé qué hacen los malditos editores de este país que no los publican ya para que figuren en las librerías junto a los de Trapiello y García Martín.
Ése era mi comentario, creo, más o menos.
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