A mí, como a todo el mundo, me jode que alguien acabe así. Incluso aunque no haya conocido a esa persona. Es el caso de Foster Wallace, tipo con el que nunca me crucé en la vida, que yo sepa. Tampoco lo había leído mucho, ni lo leeré ahora más. Con cierto interés leí hace tiempo un librito titulado Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Es un reportaje periodístico sobre un crucero de lujo para la revista Harper´s ["Dicen que lo quieren es una especie de gigantesca postal basada en mi experiencia: ve, sumérgete en el estilo de vida caribeño y cuenta lo que has visto."] Es verdad que la incontenible afición de Wallace a la nota a pie de página lo hace un poco coñazo, pero hay fragmentos que valen la pena en este libro. En este planeta de señores muy serios, sobre todo en todo lo relacionado con la literatura, lo que más me interesaba de este autor era quizá esa propensión a un humor que en las contraportadas (tienen muy en cuenta que el humor es una bufonada) llaman corrosivo, para aclararnos que el libro no es una ligereza. Pensaba uno que Wallace, al igual que Dickens, Cervantes, y Cheever, por ejemplo, tenía esa mirada digamos satírica. Porque algunos autores, no es que sean graciosos, o intenten serlo, sino que ven con mayor naturalidad lo ridículo que puede ser todo el mundo en las situaciones más normales. Fernández Flórez en su discurso de ingreso en la Academia distinguía al autor humorístico del autor chistoso. El escritor chistoso es inaguantable. Incluso un autor tan interesante como Jardiel Poncela cae demasiado en eso, la necesidad de ser gracioso, y vaya rémora.
En Wallace encontramos esa mirada humorística, pero más en la línea de Sterne, que a mí, y lo he intentado, nunca me ha hecho la más mínima gracia. Y no sólo eso (la mayoría de los autores que leo no me hacen puñetera gracia ni lo pretenden) pero en el caso de Sterne yo veo un tío preso de una diarrea verbal que lo lleva a ahogar su libro entre parrafadas de charlatenería que buscan hacer gracia. O mostrar lo ingenioso que es. Por otra parte, ambos, Sterne y Wallace, sobre todo en las ficciones, apenas pueden dar un paso sin aclarar el paso que van a dar y a su vez aclarar (o ampliar) la aclaración del paso y a su vez desarrollar esta aclaración, y así hasta el infinito o hasta que por alguna razón vuelvan al tema primero o no vuelvan nunca. Y como todo a veces eso tiene su atractivo y a veces nos toca las narices. Valoro de Sterne, y supongo que de Wallace, eso que dice en su famoso Tristram Shandy, y que me parece en el fondo la base de toda creación, de toda actividad artística: "…al escribir lo que ya he emprendido no pienso ajustarme ni a sus reglas ni a las de ningún otro hombre que jamás haya existido." (Pág. 8, edición Alfaguara). Sabemos que no es así, que es fanfarronada, pero como con los regalos lo que cuenta es la intención. A veces eso sale ml, a veces muy mal, y a veces, las menos, no se nota, o se nota poco, y es esta la única forma de no caer en el olorazo a éter de laboratorio y en la petulancia del que se cree descubridor de la pólvora. Por eso pueden a uno gustarle más o menos sus relatos y ensayos pero en realidad siempre es de agradecer, sobre todo en los relatos, dónde el puritanismo y la reverencia al canon (Hemingway, Cortázar, y derivados) es incuestionable casi, ese afán por proponer otros caminos. Quizá la mayoría sin salida, como esos callejones desiertos con muro al fondo y una larga fila de contenedores.
Me pasa con Wallace lo mismo que con Franzen, otro de su generación del que también se esperaba (¿espera?) mucho. Prefiero sus llamados trabajos menores (ensayos, relatos, periodismo) a los más ambiciosos en el terreno de la novela. [En realidad esto casi lo puedo decir de cualquiera]. Parece que la ambición destruye lo bueno que pueden tener como escritores y se convierte la cosa (se dice novela) en parte de una campaña del Record Guiness de los records, a ver quién hace la novela norteamericana más tocha. Lo mismo que por aquí hacemos la tortilla, o la paella, o el bocadillo de calamares más grande del mundo.
Lo que más me sorprendió cuando leí las crónicas y plañideras habituales en un caso así de escritor famoso, más o menos, que muere de forma tan trágica, es lo poco que lo habían leído los que se suponen que lo habían leído y hablaban de él desde la admiración. Menos Eduardo Lago, en El País, que escribió una muy buena crónica al día siguiente, lo que leí en otros medios me pareció una broma. Una broma infinita, si acaso, como la novela del fallecido. Hay frases hermosas (no bonitas, son ya hermosas, para coleccionar), por ejemplo uno en Abc que remata su crónica así: "uno de esos libros de lectura obligada para los que desean comprender el mundo en que vivimos" . Se refiere al libro que comentaba antes, sobre un crucero de lujo. O sea, que si leemos el reportaje del tío en un crucero de lujo comprenderemos el mundo en el que vivimos. Ya sé que los que se mueren, aún a posta, no avisan, e improvisar una crónica de alguien que no has leído en tu puñetera vida tiene ciertos riesgos. Pero lo que me dejó más alucinado fue otro. Un Popeye de la literatura. Le reprocha al fallecido, con cierto tono ofendido y burlón, no haber sido más original a la hora de suicidarse; el problema es para él que haya caído en algo tan pasado de moda, el suicidio (ya no va con estos tiempos), y además para más inri que haya optado por el ahorcamiento, que todos sabemos que es una forma de dejar el mundo muy antigua y hasta convencional. Un escritor con tan intención experimental en lo literario y que haya elegido una muerte tan clásica. Y esto lo razona un columnista habitual de El Mundo. Se cachondea de el feo que hará esa muerte en su biografía, pero sobre todo la falta de coherencia con su faceta de escritor. Viene a decir, hay que joderse, que la muerte pone a todos en su sitio, y por lo tanto, Wallace era un farsante, si no cómo se entiende que no se haya muerto de, por ejemplo, una ingestión masiva de drogas de diseño, o atropellado por un tren de alta velocidad, al parecer más acorde con su literatura.
Ver para creer, o leer para creer. En fin, lo siento por él, por el que ya no está. Lo demás seguimos aquí, por ahora, alucinando.
12 comentarios:
Qué post más bueno, Mabalot. Me parece (ya, ya sé que no te juegas nada, pero en fin), además de sensato y cuerdo, incluso valiente.
Pues habrá que leer algo, por lo que decís.
Un saludo.
Lo que sobrecoje de la muerte es que llega así de golpe, se van yendo tus amigos y te quedas con esa cara de idiota ( alucinando, como bien dices...) sin entender porqué ellos y no tú. Y te parece todo, en fin, una broma tonta.
Gracias, Porto. Me juego decir lo que pienso, que tampoco es tanto jugarse, porque yo no le pido a nadie que diga lo que yo diría ni creo que a nadie le importe mucho que uno tenga una opinión distinta de cualquier tema.
En este caso me asombra que el literaturismo lo invada todo, y más que hablar de la muerte de alguien hablen de su último libro o acto literario, hasta un poco decepcionados. Una ida de olla total...
En todo caso, elpasado... no podría hablar de eso porque tampoco se me han muerto tantos amigos. ¿Qué decir de eso? Lo que sí me asombraba antes, quizá ahora también, es la facilidad con la que incorporamos eso, la muerte, a la vida normal. El mundo es el mismo.
Por lo que cuentas, ese reportaje en El Mundo (¿por qué no decir el nombre del autor?)es una de las cosas más repulsivas que se han escrito en años... o siglos.
Me causan horror esos críticos que sentencian con un "lectura obligada". Vomitivo también.
Ese artículo es una muestra del tono general de literaturismo (enfermedad que le hace a uno perder el sentido de la realidad), y no cosa de un sólo fulano. Además me da tanto igual ese tipo que no tengo ganas ni de nombrarlo. ¿Para qué? Ya dejo el enlace a su página.
Veo quizá que no pinchaste en el enlace sobre la palabra OTRO. JOder, el color de los enlaces, tengo que cambiarlos.
Un saludo, Miguel.
llegué aquí pensando que hablarías de navegantes. Uno a veces necesita saber cosas de los navegantes de verdad.
Igual, me gustó mucho tu prosa.
Hola, Maba. Me lo he leído varias veces y no sé qué decir, porque no acabo de entender del todo lo que quieres decir (salvo lo de David Torres, que tienes razón).
Como siempre, tienes detalles muy buenos y certeros.
Un abrazo.
Ah, el comentario de Eugéne, buenísimo. Si es chica es para enamorarse.
Hola, conde. No hay tesis de fondo en el post. Comento al paso lo que me parece la literatura del "muerto" y lo que me parece la reacción de la bancada ante el suicidio.
Los libros de Wallace, pues eso; me gusta alguna cosa, pero no es mi autor de cabecera. Y me parece bastante ridículo, sobre todo, todo lo que rodea la muerte de un escritor tan simbólico, al parecer, como este. Yo sólo pido un poco de normalidad, joder.
Por eso te decía que a veces veo más pedantes que escritores hay, o supuestos escritores.
¿Acaso todo quisque está enfermo de literatura, en el peor sentido?
Bueno, da igual. Este tema no me quita el sueño. Me gustó escribir este post para contar algo de Wallace, y ya está.
Feliz regreso de Málaga.
Sí, sí, el de eugéne es un comentario genial.
Un saludo, bienvenido. Estoy d eacuerdo, tiene que haber blogs de barcos, o navegantes, de verdad.
Eso sí que me gustaría leerlo; un blog de alguien que da la vuelta al mundo, o no tanto, que navega, en definitiva, y cuenta sus cuitas diarias. La soledad, uno en un barquito...
"Hoy he visto tiburones. Les eché restos de la cena. Mientras anochecía me acordé de Jessica, qué buena estaba..."
No me esperaba eso de David Torres, la verdad. Esperemos que fuera sólo el fruto de un día malo, de un atragantón de literatura mal digerida. Los libros están para disfrutarlos, sufrirlos o gastarlos, pero no para restregárselos a nadie por la cara, no sé si me explico.
Claro que sí. Todos metemos la pata, y por escrito es más difícil desdecirse.
Un saludo Miguel
Publicar un comentario