14/7/08

Verano

Al empezar el verano siempre tengo ganas de largarme a la playa y caminar descalzo por la arena y tirarme al agua como si estuviese ardiendo, con prisa y alboroto. Pero a las dos horas me canso de ver a tanta gente casi desnuda (o de verme a mí mismo) y ya no quiero volver hasta el año que viene. De pequeño mi madre nos llevaba mucho a la playa y estábamos tan morenos que en las fotos parecemos gitanos o indios. Lo más ridículo que vi en la playa fue un día de nubes que empezó a llover de repente y en la estampida general, con gritos y todo, algunos corrieron a refugiarse en el agua. Aunque supongo que por hacer el chiste. Siempre hay alguien dispuesto a sacrificarse y quedar como un gilipollas en público.

Cuando salíamos de la playa mi madre nos compraba un gofre. No siempre, pero a veces sí. Estaba caliente y se pegaba a los dedos. Un día que había partido (un trofeo de verano, en Coruña) pasó el autobús del Real Madrid, y me pareció que los jugadores miraban al gofre con apetito. Me parecieron muy brillantes de piel, como si fuesen de cera.

Una vez vino una ola tan grande que perdí el conocimiento y al despertar había dos tetas enormes, casi ni contenidas por un bikini, balanceándose ante mis ojos. Pensaba que me había muerto, pero estaban reanimándome. Hay días en el que todos los recuerdos parecen de broma.

5 comentarios:

la luz tenue dijo...

Qué bueno.
A mí también me pasa eso de que llegas a la playa y te dan ganas de irte. Pero a mí, al rato, me dan ganas de volver.
Y he visto olas tan grandes, tan grandes... que han durado tardes enteras (como si fueran nublados).
Un abrazo.

conde-duque dijo...

Aquí otro promar y antiplayero. Recuerdo las horas interminables en Areas y en Mogor. Un año mi hermano y yo, hartos de tanta playa, nos pusimos en huelga y nos quedábamos en las escaleras, a la sombra, jugando sin tocar la arena durante toda la mañana. Sólo salíamos para tomar el aperitivo en el chiringuito. Es lo mejor.

Mabalot dijo...

Buenas, amigos.
Lo mejor de la playa eran los partidos de fútbol, en esos campos lisos y algo mojados que era la orilla cuando bajaba la marea. Montalvo, La Lanzada. Al final quedaba el rectángulo sobre el que jugábamos como si hubiera pasado un rebaño de búfalos. Los paisanos se dispersaban. La mayoría se daban un baño.
Entonces, sudado y cansado, hablando entre risas, te acostabas en el suelo dónde apenas llegaba el agua, que se acercaba muy apurada escalando los pies y mojando la barriga también.
Te quedabas ahí, mirando el mar infinito. Porque el mar es infinito, me da igual lo que digan los mapas. Eso sí que era vida.

Un abrazo.

Sebastián Puig dijo...

Regreso del mundo académico para seguir disfrutando de tus entradas, como si no hubiera pasado tanto tiempo... Un abrazo.

Mabalot dijo...

Un abrazo, amigo. Mi casa es tu casa.