Me gustó más “Cultivos” que “Vacaciones baratas en la miseria de los demás”. Ambas forman parte del ciclo “Piezas de resistencia”, que podría decirse que son libros que calcan un cuaderno de notas, con toda la frescura y el quémásda de un cuaderno de notas. Cosas más o menos breves. Memorias, diario, algo de ensayo. Piezas anotadas mientras se espera el autobús, o se calienta la leche, o acaban los anuncios. También un libro que trata de cómo se construye el libro; este libro y el libro fracasado. Todo escritor tiene una decena, una centena, de libros fracasados. La historia de un libro fracasado.
En una entrevista a Lobo Antunes recuerda el portugués la frase de Manoel de Melo cuando le preguntaron de qué trataba su libro; “El libro trata de lo que está escrito en él”.
Lo que más me gusta del libro Julián Rodríguez es a lo que apunta. No tanto a la forma (es lo de menos) como a la manera de encarar la narración, sin intermediarios digamos novelísticos. No es que invente nada (en realidad nadie inventa nada, sino recuérdese la definición de limpiar de Allan Kaprow, el inventor del happening: “Limpiar es desplazar la suciedad de una parte a otra; la suciedad nunca desaparece, sólo cambia de sitio”), no es que deslumbre por original lo que propone, ni creo que lo pretenda, pero participa en esa otra visión de la literatura que es evitar los artefactos ficcionales clásicos, o empleados con una recurrencia que aburre a las ovejas (esa distancia artificiosa que pretende ser verosímil y produce un poco de vergüenza en el lector algo leído). Y se va por lo que es siempre la literatura, personas contándose a sí mismos o a otros, con más o menos sentimiento y hondura. Encontramos; apuntes de infancia (lo que más me gusta), reflexión sobre el rural (muy presente en este libro, el rural extremeño) y recuerdo a cierta literatura realista, un fondo de preocupación por lo social, y alguna confesión literaria (“A mediados de los años ochenta, Samuel Beckett era mi dios y Thomas Bernhard y Peter Handke sus apóstoles.”) y alguna menos literaria (“…también me canso de mí mismo”).
Tiene gracia un libro que en una página lo mismo te habla de los Stooges y la Sun Ra Arkestra y en la siguiente de una casa familiar en Las Hurdes, del trabajo en el campo, del sofá de escay y un padre durmiendo la siesta en verano. “Soy tan sólo un observador”, dice en la página 131.
2 comentarios:
Habrá que seguirle la pista. Recuerdo que me lo comentaste pero no me hice aún con el libro.
Según lo cuentas, consiste en lo que nos gusta leer y escribir a nosotros.
Ay, la ficcionalidad no irónica... Un dilema.
En todo caso algo en contra; entre nosotros. A mí me parece que le sobra a veces un poco de reflexión, o de pedantería. Claro que eso a quién no le sobra...
Creo que el único requisito de la ficción es que el que la escribe se la crea; si no, apaga y vamonos.
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