La relación con mi amiga friki es un poco extraña. O no. Todo es extraño, o nada lo es, depende del momento. Apenas tengo nada en común con ella, pero nos llevamos bien, y lo más sorprendente; tenemos muchas cosas de las que hablar. Hay afinidades difíciles de explicar. ¿Por qué nos cae bien una persona? Más allá de la clase social, ideología (sea esto exactamente lo que sea), intereses o gustos, y equipo de fútbol al que uno sigue, algo misterioso convierte a unos individuos en candidatos adecuados para una charla agradable y a otros en sujetos a evitar.
Mi amiga friki es una entusiasta y también una vehemente y tenemos siempre mucho de lo que discutir, o acabamos siempre encontrando algo de lo que burlarnos entre carcajadas.
Emplea la palabra friki varias veces al día. Me habla de frikis que conoce, o todos los que conoce son un poco frikis, según ella. Yo creo que es friki de tanto usar la palabra, como otros son jodidos, guays, qué pacha o no obstantes o por consiguientes. Me dijo que cuando tenía edad de instituto se parecía físicamente a Urkel, el chaval aquel negro, alto y delgado, algo repelente, de gafas horteras y vestido de forma ridícula, con los pantalones por las canillas, que salía haciendo el gilipollas en una serie. Ahora no se parece nada a ese Urkel, gracias a una dieta equilibrada y un desarrollo hormonal eficiente. Pero con los años (es joven, mitad de la treintena) ha cogido algo de peso y se nota sobre todo: (1); en los brazos, que son, cerca del hombro, de gran diámetro: (2); en la cintura, dónde se ve (cuando lleva camisetas apretadas o el ombligo a la intemperie) un surco oscuro y profundo que divide la zona del abdomen en dos territorios, cruzando esta frontera justo por el ombligo, como el meridiano de Greenwich pasa por Greenwich: y (3); en los pechos, pues le han crecido de forma extraordinaria y se queja mucho de ellos, aunque destaquen tanto y en principio sean los candidatos principales al estudio obsesivo de algunos pares de ojos que pasan a su lado cada día. Es muy morena, casi azulado de tan negro el pelo, y aunque tiene alguna cana el peinado le da un aire juvenil y malvado que cuadra perfectamente con su personalidad. Es como si llevara un libro abierto sobre la cabeza, y le cae un flequillo muy largo que casi le tapa media cara. Destaca de su rostro un par de ojos saltones, casi siempre enrojecidos.
Habla muy rápido y a veces se traba la lengua y la saca exagerando una tartamudez, mientras repite la sílaba problemática. De carácter fuerte y del tipo no me toques las narices. Defiende lo suyo con rabia y sería el prototipo de persona que en un campo de concentración nazi encontraría la manera de sobrevivir como fuera, convenciendo a los guardias que se metieran ellos en la sala de frituras. No cree que la tristeza sea algo serio; eso de las depresiones le parecen gilipolleces, mamonerías; lo despacha con bah, bah, bah… como si dijera que con un par de bofetadas arregla las depresiones que se le pongan a tiro. Es tan del PP que cuando este partido la caga en unas elecciones la encuentro malhumorada y esquiva y me la imagino dándole una patada a un pedrusco enorme del cabreo que coge. Conoce a algunos políticos famosos (le viene de familia), y un día encontró a un ex-presidente de la Xunta por la calle y le pidió explicaciones por la derrota en unas municipales. Y el ex-presidente de la Xunta, que la conoce, se las dio. Rajoy no le acaba de convencer (le parece un poco meapilas), y en realidad ninguna de las alternativas que los periódicos ofrecen le entusiasma. Está últimamente un poco escéptica y prefiere hablar de otra cosa. Pero cualquiera vale con tal de que desaparezcan del mapa algunos. Porque odia a Zapatero y a Pepe Blanco, como personas (y es un odio natural, como el de los perros a los gatos), y sólo recordarlos se le hincha una vena en el cuello y fuma echando el humo con mucho disgusto, como si la existencia de tales individuos le afectase de forma muy personal. Contrae el labio superior en un gesto como de asco y el inferior parece el rompeolas contra el que choca el humo al salir, como disparado de un lanzallamas.
Le brillan los ojos cuando habla de sus libros, de lo que le gusta leer. Y lee mucho (se queda a veces hasta las tantas quemando córnea) pero casi siempre de lo mismo, y es un abismo que nos separa y que nos hace caer en burlas amistosas (o no) el uno del otro. Le va la ciencia ficción (de la más sumergida y de serie B, la menos conocida por sus bondades literarias), y fantasía, épica, ese tipo de tochos que narran culebrones en mundos pseudomedievales dónde tanto se encuentra uno a un dragón como a un batallón de enanos con superpoderes y las orejas en punta. Hay muchas batallas a garrote o espada, y en campo abierto, entre ejércitos de monstruos y feos en general, así como juramentos y traiciones y amores más o menos románticos, incestuosos y enfermizos. Habla tanto y con tanto entusiasmo de lo que lee que a la persona no inmunizada con sus vehemencias quizá le entren ganas de perderse en esos mundos, a ver si encuentra una décima parte de la felicidad que mi amiga friki lleva consigo vaya donde vaya.
Su estado natural es el entusiasmo, como ya dije, y dice diooooss… muchas veces, subrayando lo grave de un asunto, o lo sorprendente. Harry Potter le apasiona, y Tolkien, y ahora está muy pesada con una cosa que se llama Canción de hielo y fuego, y que es un bombazo y en el futuro, dice, va a ser el no va más. Sería como Un señor de los anillos pero para supuestos adultos. Y digo supuestos porque no lo leí; sé lo que me cuenta. Por volumen de papel estaríamos ante un En busca del tiempo perdido, pues el autor no parece tener freno y quizá tenga que sufrir un infarto cerebral o apoplejía para que le ponga el punto final a la cosa, que ya lleva varios volúmenes. Son varios libros que narran politiqueos y guerras y aventuras en tiempos de Maricastaña, con muchas espadas y muchos reyes y príncipes que se rebanan los cuellos entre sí y van de aquí para allá usurpando tronos, un poco como en el juego de las sillas.
Eso me cuenta.
Ayer, mientras tomaba algo en una terraza con mi amiga friki, pasó el escritor de best-sellers, al que conozco de vista. Mi amiga dijo: ¡Fulano!
Y él se paró en seco, giró la cabeza y acto seguido, con una sonrisa de tipo peligroso, corrió con los brazos abiertos y los labios en “o” directo a saludar a mi amiga y estamparle dos besos, uno en cada mejilla.
Se queda de pie porque tiene prisa. Lo miro. Me da la mano, un poco como muerta, aunque caliente y muy blancucha. Este tipo es el éxito andante. Es bajito. Un escritor de best-sellers de carne y hueso. Lleva dos, y aparte de pertenecer al género best-seller, quizá hayan sido best-sellers de verdad. Según mi amiga está forrado y sólo se dedica a parir best-sellers.
3 comentarios:
Es un texto excelente, que espero que se continúe pronto.
Qué bueno. Habrá que enterarse de quién es ese escritor.
Tu amiga me cae bien.
Agradecido. Creo que el nombre del escritor da igual. Empiezo a entender la libertad que da escribir sin nombres, a lo Trapiello. Es que lo otro es una lata, y tendría otro sentido. Lo importante, creo yo, es descubrir a este individuo por dentro más que por fuera.
Su identidad nos da igual.
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