14/5/08

Crónica de una noche ante San Chuletón

“En aquel tiempo, viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados…”

Hasta donde uno recuerda; había un buen amigo que sobre todo lo demás que pueda ser, me parece un buen tipo, como casi todo el mundo si se me apura pero algunos más, y este cofrade a mí me lo parece, y era un día nublado y un poco amenazante aunque no consumó sus amenazas y nos dejó en paz, beber de taberna en taberna y caminar la noche entre las piedras de esta ciudad que ya han visto de todo y si fuera el caso también oído de todo. Y había un grupo de amigos que lo despedían de la soltería y a los que ya me parecía conocer de toda la vida, y eso gracias a ellos (y quizá al vino), porque uno es más bien tímido. Y había unos chuletones que parecían huellas de dinosaurio rellenas de carne y una camarera rumana con unos brazos robustos para transportar en las tablas los tales monumentos, o como el trono móvil de un rey medieval, pero antes tuvimos que retirarnos de otra plaza que no era la que uno buscaba. Porque, una vez dentro, no acababa el cicerone de ubicar los chuletones gigantes en aquel sitio tan bien acondicionado, como si aquel restaurante fuese incompatible con las tales, desmesuradas y casi brutales viandas, aunque también era un restaurante vasco, pero no oímos los sonidos de los machetazos en la cocina abriéndole la espina dorsal al ternero ni un reguero de sangre saliendo de la cocina disuelta en agua ni la campechanía de un lugar era la misma que la de otro. Recordaba el cicerone, entre tinieblas, todo sea dicho, otro lugar menos cuidado y algo nublado por los humos y no ese local donde parecían sacarle cada mañana el polvo a las hojas de las plantas y hasta a las raíces. El señor maître llevaba el disfraz de maître y el entrecejo arrugado y muy peludo como si una piraña le estuviese comiendo el hígado y le brillaba la frente y los comensales de las otras mesas hablaban en susurro y carraspeaban educados, cohibidos por la elegancia de los pescados y las carnes, que salían a escena vestidas con las mejores galas y un poco malhumoradas. Y en fin, que el cicerone confirmó el engaño en el que había caído (¡No es éste el lugar!) al hacer uso del retrete y en una larga micción reflexiva. Fue caer en la firme sospecha de su error y acto seguido llamar a uno de los amigos con los que hacía años, en una noche memorable, había sido llevado ante el mismísimo San Chuletón, como en una ceremonia de iniciación, y confirmar que el finolis restaurante vasco en el que se encontraban era un sacacuartos para dispépticos y personas tristes y ulcerosas. El cicerone, dejando a un lado la vergüenza que dios le había dado al nacer, y en un acto de suma responsabilidad, casi diríamos política, hizo uso de sus dotes persuasivas y en un discurso ante los presentes, compañeros ya sentados, comensales y el maître incluso, no sólo los hizo levantar como si las sillas estuvieran en llamas sino que los conmovió y todos salieron abrazados y agradecidos y llorosos de alegría y paz de aquella finura de lugar y hasta unos señores que no conocíamos de nada se nos unían en la retirada dejando el local en la pura nada y en el más aciago de los silencios.

Nos esperaba San Chuletón, el inconmensurable, en otra escurridiza galería vecina amparado en un lugar llamado Gonzaba, con el suelo de baldosa de estación de autobuses, lo que tantos recuerdos viajeros trajo a nuestras mentes, y vimos en varias mesas al santo que era venerado por grupos de personas bien nacidas y sanas, con las mandíbulas musculosas de masticar y el antebrazo desarrollado de serrar con sus cuchillos muchas piezas de carne. Antes de tomar asiento oímos los machetazos en la cocina; golpes de machado seco que traspasaba hueso, como los cortes de un leñador. Apareció después una dama que era la representante de la posadera entre las mesas, y que venía de los Cárpatos, como Drácula; su escote abría las aguas allá donde fuera y con su generosa sonrisa escoltó el desfile de chuletones que viajaron hasta nuestra mesa, dónde fueron distribuidos a los distintos órganos digestivos allí congregados. Los espíritus, por su parte, daban cuenta de los vinos, licores y copas, y el homenajeado parecía estar despidiéndose de la libertad de la soltería con gran contento y despreocupación y todos brindaron por el momento…

¡Enhorabuena al afortunado!

5 comentarios:

conde-duque dijo...

Jajaja, qué bueno...
Solanísimo el sitio, eh, con ese ruido constante de martillos o machetes o lo que fuese cortando o golpeando la carne de las reses muertas. ¿Qué pasaba? ¿Que no habían cortado los chuletones en el matadero? ¿O que aquello era en realidad la puerta de atrás del matadero, un vestíbulo para engullir lo recién muerto? Si nos hubiésemos asomado habríamos visto el reguero de sangre.
Y en cambio sólo vimos a la maravillosa rumana, alegre y sonriente como en una taberna de los Cárpatos, es cierto.
Pero más salvajes éramos nosotros, que hasta nos llamaron la atención en mitad de aquella fábrica e gritos y ruidos.
Nos lo pasamos bien, ¿no?
Ya estoy nostálgico y todo.

Norueego dijo...

Pues sí, gran sitio, gran noche y gran compañia. A pesar de la quijotada del restaurante inicial, he de decir que no me arrepiento de tu decisión. Bravo y valiente. Como los buenos anfitriones! Fue un placer tenerte entre nosotros, en esta, repito, gran noche.

Norueego dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Sí Señor, Marcos-Mabalot, sabia elección (o más bien, sabia rectificación), en esos inciertos momentos en los que habíamos tomado asiento, y nos disponíamos a engullir como fieras.

El cambio fue infinitamente a mejor, ya no sólo por esas viandas de excelsa categoría y esa atención de alto standing de una hermosa mujer que parecía salir de uno de los banquetes de Asterix y cia, sino también porque se respiraba un aroma de autenticidad, con enigmáticos ruidos en la trastienda (donde no era dificil imaginarse al matarife de "La matanza de Texas" deshuesando las viandas, jejeje).

En fín, entrañable noche santiaguil, porque todos aportamos nuestro granito de arena (cada uno como mejor sabe) en la fiesta, y porque uno de los nuestros está sano y salvo entre nosotros (David!! que coño te traías entre manos con Xose Santiago??)

Mabalot dijo...

Un saludo Selu, Norueego, Conde, y a los demás...
Estuvo muy divertido y entrañable, la noche.

Ya sabéis, tenéis un colega en Santiago.