El balcón del hotel daba a un aparcamiento. Estaba casi vacío; solo dos coches, el suyo y otro. Una bolsa de supermercado, hinchada, remoloneaba por el aire, como una medusa de plástico. Pasaban muchos camiones por la carretera y el ruido sacudía las ventanas con pequeñas ondas expansivas. A lo lejos los campos secos y casi ondulados. A su espalda se abrió la puerta. Era alguien disfrazado de oso, que se quedó allí parado agarrando el pomo. Miró abajo; no tenía ninguna posibilidad. Pensó que al estamparse contra el suelo quedaría fijo como esos perfiles a tiza que deja la policía cuando el cadáver ya no está.
2 comentarios:
jajaja rozando el surrealismo. Breve pero original y bien escrito. Adoro los difraces de oso y de payaso
Gracias, amigo.
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