ES volver a inquietarse con la lectura de una frase, de una palabra. En público, ante toda la clase. A finales del curso pasado leíamos como niños pequeños, que saltan de sílaba en sílaba y dejan un silencio en el medio, cortando una palabra en secciones. Ahora también, aunque uno se cree más sobrado y se confunde más, pues cree que ya no hace falta ir a las letras, sino que ya vienen ellas y nos indican lo que quieren decirnos y sobre todo cómo han de pronunciarse, y ya leemos casi de memoria, inventando un poco también. Y está la vergüenza de quedarse en blanco ante una letra, como el que no sabe que la v es la v, a estas alturas. Tú, lee, dice la profesora, con una sonrisa. Y leemos concentrándonos mucho y haciendo cálculos y memoria sobre si es o no es la que suponemos, tal o cual letra, al igual que en una rueda de reconocimiento. Van desfilando por delante perro, persona, grande, gordo, cielo, piedra, pie, y todas estas se confunden a veces y dónde es un pie leemos zoo y dónde es ropa leemos fiesta.
A todo el mundo se le pone un poco cara de carnero.
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