22/12/07

Salud

Podía uno ahora mismo ser millonario, pero aquí estoy, tranquilamente escuchando música, en pantuflas, al lado de la estufa como un cura de pueblo y con un libro viejo acostado sobre el cojín de la silla. Columpio una pierna y sueño mirando al techo. Sueño sueños normales, pero a veces me acuerdo del sorteo y sueño sueños de millonario. Es de día pero la persiana está baja y solo le falta al ambiente este un poco de humo para hacerlo más pecaminoso. Las lámparas alumbran su porción de suelo o mesa y dejan el resto en penumbra. Hay tabaco por algún cajón pero no se atreve uno. Si ahumamos la habitación, aunque sea el refugio íntimo de uno, nos caerá una bronca por desconsiderado y por romper las reglas escritas de esta casa; no fumar dentro. El apéndice olfativo de mi mujer actúa como un aparato de precisión infalible, menos cuando está acatarrada, que pierde cualidades. De tanto balcón con corrientes de aire propias de lugares sin paredes ni techo hemos desistido del pitillo. Ambos, hace años. Le sabe a estornudo a uno un cigarro ahora. Otra ley, la de Paulov y su perro baboso funcionaron a la perfección aquí.

Podía uno ser millonario ahora y ahumar esta habitación tranquilamente porque millonario siempre es uno menos desconsiderado, hasta impermeable a las críticas, de tomarse las leyes más a la ligera según le vengan bien a uno o no, sobre todo si no estamos acostumbrados a serlo ni los demás a verlo. Supongo, sospecho. Pero se abstendría uno de salir en la tele con la botella de champán, bailando abrazado a otros afortunados, porque eso sí que es ser desconsiderado, el colmo, y de mal gusto. Aunque es probable que el mal gusto nos de igual en esos momentos y nos convirtamos por un día en ese tonto con suerte que aparece eufórico y odioso ante toda España y total por unos cuantos kilos. Hay gente para todo. Peor es sin duda el candidato que lo hace la noche de la victoria electoral. Siempre le desconcierta a uno un poco esa efusión de alegría, como si les hubiese tocado precisamente la lotería, en lugar de un trabajo duro y que requiere una gran responsabilidad. Los millones, así caídos del cielo (y hasta los subidos del infierno, me parece), ponen de buen humor a cualquiera y por arte de birlibirloque vuelven a todo el mundo más permisivo y solícito. Nos fumaríamos hasta la planta del salón, y no tiene pinta de ser fumable.

Enchufaré a los niños de San Ildefonso a ver si cantan mi número y me sacan de trabajar, y de paso me fumo un cigarro a la salud de todos los que se quedan como estaban este año. Al menos el balcón tiene buena vista.

5 comentarios:

Mabalot dijo...

Pues ha tocado en Santiago, rúa del Villar. Pero a mí no. Que se le va a hacer.

M. dijo...

Jeje, y en mi pueblo, en Sanxenxo. Estaba abriendo los ojos después de una monumental borrachera y veo a mi tía dando saltos en el telexornal, aún más borracha de lo que yo estaba ayer. Flipa.

conde-duque dijo...

Aquí otro que sigue siendo pobre. En realidad soy tan pobre que no debo nada a nadie. Vamos, que en vez de "tapar agujeros", como dice todo el mundo, si me tocase el gordo yo tendría que empezar a abrirlos... (como el Pocero).
Lástima, amigos, otra vez será.
M., a ver si por lo menos te caiga un regalito de tu tía...

M. dijo...

Conde, nosotros los jóvenes y hermosos a tapar los agujeros que tenemos que tapar, y a dejarnos de hostias.

Mabalot dijo...

A mí me pasa lo mismo: "Soy tan pobre que no le debo nada a nadie". Vaya frase, colega.
Y no hablemos sobre los agujeros...