No conoce uno mejor forma de librarse de las cosas que escribiendo sobre ellas. Y Roma, que también es una cosa, la Cosa, entra en uno como una ventolera revolviéndolo todo, abriendo los cajones y sacando todo a volar, los papeles nuestros, la ropa, esas memorias lejanas que son como sedimentos tranquilos en el fondo de nosotros y que solo se alcanzan a ver si la calma y cierta soledad no los remueve. Todo está tirado por los suelos; así nos ha dejado Roma todo. Es verdad que la profesión de turista es dura y quizá algún día descubran que produce daños neuronales, o mejor aún, que el arte no sirve absolutamente para nada y que no mola. Que ir a un museo es una horterada y una perdida de tiempo. Que los museos son sitios horribles, viejos, como desvanes enormes o archivos de miserias antiguas. Quizá algún día para el común de los mortales la pintura del quattrocento sea tan incompresible y alejada de sus intereses, opaca a cualquier entendimiento sensible, que a nadie se le ocurra pararse ante una tabla de Mantegna y desplazarse y hacer cola y pagar por verla. Hoy, eso que llaman cultura y que engloba un poco todo, desde la zarzuela y el sainete o su versión actual en cine hasta un Velázquez o un drama de Shakespeare, aparece (se vende) como algo espectacular, excitante como una carrera de F1. Y claro, no es eso. Es más, es todo lo contrario, o debería serlo. Eso del arte podría ser el hueco que queda entre uno mismo y la nada, o dios, es lo mismo. La F1 es el hueco que queda entre el vermuth y la comida del domingo, cuando ya estamos un poco chisposos y gritones y los vapores de la carne llegan hasta el salón.
Triunfan en la pasarela cultural los Miguel Ángel y los Rafael, la parte más espectacular de la movida, y por ellos se levantan algunos a las cinco de la mañana a hacer cola. Los Museos Vaticanos son un gran intestino por el que no deja de fluir una corriente humana un poco atolondrada, procesión de zombis con riñonera. En la capilla Sixtina, que no se sabe muy bien si es un aleph, el Aleph, o una feria de ganado en hora punta, o ambas cosas a un tiempo, estamos a merced de la corriente y solo pensamos en salir de allí para rascarnos la canilla, que nos pica, como si alguien nos hubiese pasado sus pulgas. Dan ganas de tirarse por la ventana, como el padre Damian J. Karras en El Exorcista, antes de perder conciencia de uno mismo y acabar hipnotizado por un guía. El mal gusto alcanza su climax al llegar a la parte contemporánea del intestino Vaticano, llena de porquerías, Cristos hechos con macarrones y Madonnas oscuras que vagamente recuerdan al monstruo de las galletas. Pero Roma es mucho más, sobre todo lo que parece menos. Y eso es lo importante, lo que quedará. Ahora estamos borrachos de Roma, confundimos los gelatos con algunos monumentos, como en sueños, y casi nos vemos lamiendo la misma fontana de Trevi que parece hecha de fior di late, y una Basílica derritiéndose y el Foro como los restos de una lasagna a la bolognesa. Era Roma. Será mejor que nos fijemos en ella antes de que nos defeque en una esquina de la habitación.
7 comentarios:
¿Cristos hechos con macarrones?
Pero ¿tú adónde has ido, majo?
Sólo te falta hablar del pastel/máquina de escribir (también conocido como Altar de la Patria) para redondear la no-Roma...
Bienvenida tu prosa. Me quedo con lo de la F-1.
Veo que has seguido mi consejo: "Olvídate de museos y dedícate a patearte la ciudad".
Siento haber empezado con la no-Roma, pero primero me libro de sus desencantos. El Museo Vaticano fue el gran desencanto, aunque claro, a un nivel de gran museo.
En este el paseo incluye disfrutar de los macarrones contemporáneos, que aunque no eran de comer parecían macarronadas. A los curas tanto les da la sixtina como los garabatos de tercera división que meten por el medio. El Vaticano me decepcionó. Quizá no tenía el día, y la cola y la novela malísima que leí me dejaron el cuerpo poco receptivo.
Sigo con Roma. Eso sí, por un vaticano decepcionante hay cien cosas añorables. Y gracias a tí el mejor recuerdo que tengo es el Palazzo Doria Pamphilj, que no iría sino me lo recomendases.
Ya contaré.
Hay que pisar el vaticano para saber que ahí está lo que está.
Bueno, el palacio Doria Pamphili sobre todo porque tiene el "Inocencio X" de Velázquez, probablemente el mejor cuadro de la historia de la pintura.
(Lo que descubrí este verano es la Villa Doria Pamphili, que es un parque enorme detrás del Gianicolo.)
Le tenía algo de ojeriza a los monumentos y museos y me la limpió el Vaticano y su kilométrico museo. Solo acepto entrar en los sitios donde se me deje salir a la carrera con la salvedad de IKEA.
Y si, desde que venden cultura de consumo perdió el sentido del ridículo y casi todos los otros sentidos. El gusto está en amar las cosas lenta y oportunamente, no es necesario hacer ninguna carrera. Los records casi es que ni para el deporte.
El Palazzo Doria Pamphilj es más que el Inocencio X y algún Caravaggio; es el lugar, es el ambiente, es un museo, lo que yo entiendo por Museo, donde hay una forma de intimar (en el sentido menos guarro del término) con lo que expone, de enterarse de algo, vamos.Hasta los malos y los maestros menores tienen algo interesante en un sitio así.
Yo no digo que me dejen el museo a mí solo, pero lo otro es para escapar.
Solución; quizá no la tenga.
Sr. Cerillo, a mí me interesan los museos, no todos, ni de todo, claro (los museos militares, por ejemplo), pero el museo sin ser un recinto sagrado es algo necesario. Un museo nos recuerda que no solo somos animales, lo que ya es importante. No hay debate en esto, y quizá en nada. Es más sana en todo caso una actitud como la suya, que pasa de museos y no pierde el tiempo haciendo algo que no le interesa. Sin confundir el a mí no me interesa con el hay que prohibir, tan típico de hoy.
No sé, no quiero teorizar nada. Cuento lo que sentí en el Vaticano y nada más. Que es lo contrario, precisamente, que sentí en el Palazzo Doria Pamphilj, con una pinacoteca en principio mucho más modesta, exceptuando el gran Velázquez, que es una maravilla.
Conde, a la Villa Doria Pamphilj no pude ir. La próxima vez, para eso hice mi inversión en la Fontana de Trevi.
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