24/6/07

Retratos (3). El sacaúntos


El sacaúntos, u hombre del saco, es ese tipo enorme que va por los caminos con una gran bolsa cargada en la espalda; en esa bolsa lleva niños, recién cazados, a los que les saca la grasa para después venderla y comprarse un piso en Sanxenxo, o en Santiago, alquilándolos después a precios desorbitados. Esta es una versión moderna de la leyenda, pero válida. Las leyendas cambian con los tiempos, describiendo la adaptación de los monstruos a las nuevas épocas.

El sacaúntos de hoy ya no lleva bolsas; tiene un gran maletero en su audi y allí guarda la manteca. Viste muy normal y a veces se le nota en la panza el saco a la espalda de sus antepasados, que le bajó al vientre, como simulando un embarazo, pero de niños muertos. Me acordé del sacaúntos ayer, porque hay un personaje en esta ciudad que lo parece, pero un sacaúntos de antes; una sombra errante con bolsas.

Lleva un abrigo oscuro muy largo que casi le alcanza los tobillos, da igual si estamos en verano o en invierno. Es alto, muy alto, y delgado, un poste de la luz andante. Una barba descuidada pero con un aquel aristocrático, y el pelo ondulado y canoso, los ojos oscuros y hundidos, como si se quisieran esconder, lo mismo que una avestruz. El rostro muy blanco, harinado. Lo vi salir de un bar de tapas de la calle del Franco. Como siempre llevaba varias bolsas, a punto de explotar, como de ropa, muy redondas y misteriosas. Este tipo al que solo conozco de vista siempre va sólo y cargadísimo de bolsas de supermercado que le van botando en las rodillas.

Sudaba ayer. Era un sudor de apariencia pegajoso, como sudado sobre sudado. A pesar de todo su aspecto no es el de un vagabundo. Nunca lo he visto hablar con nadie, y no sé qué hace, si hace algo, o dónde vive, si vive en algún sitio fijo. No parece un borracho ni creo que lo sea. Tiene un aspecto vulnerable y melancólico, casi triste, y parece que si alguien resolviese darle una paliza ni se inmutaría, se dejaría mazar con indiferencia y sin oponerse. No sabemos cual es su misterio, porque todos tenemos un misterio que llevamos en bolsas, aunque sean invisibles o se vean menos.

Hace mucho que lo veo por Santiago. Ayer, que lo vi, me fijé en él, pero ni se dio cuenta, como siempre, pues camina ajeno al mundo. Lo perdí Franco arriba, sacando cabeza entre turistas de pantalones cortos y sandalias que bajaban parándose ante las vitrinas de los restaurantes que enseñaban espinazos de ternera seca y curtida, y besugos, lubinas y otros pescados con pellejos descoloridos y los ojos ciegos, grises, opacos, como hechos de plástico barato.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Acabo de leer su historia y me ha encantado. Todos conocemos o hemos conocido a un sacauntos. Yo, por ejemplo, tengo en mi mente a un personaje parecido que espero describirlo en el blog de don M. cuando éste vuelva de las Américas. Se lo dedicaré.

Reciba un cordial saludo y mi felicitación por la descripción.

E.

Sebastián Puig dijo...

Como es habitual, un magnífico texto, amigo mabalot.

conde-duque dijo...

Sí, realmente chulísimo. Mi vocabulario no da más de sí en estos momentos...

Mabalot dijo...

Y como es habitual usted tan amable. Gracias, Rythmduel, amigo.

Erasmo, encantado de tenerlo por aquí, y estoy deseando leer la descripción de ese sacaúntos. Creo que tiene usted mucho que contar y nos cuenta poco. Debería abrirse un blog para escribir esas historias que sé que sabe y que no están escritas en los libros. Esa galería de personajes que nos puede descubrir; yo estaría encantado, y no me perdería una.

Si no quiere le invito a contar por lo menos sus historias en alguno de nuestros blogs, sea en el de Manuel, en el mío o en el nuevo colectivo que hemos abierto; A trancas y barrancas. Si quiere se le publica como post; seguro que todo el mundo lo agradece.

Un abrazo, Erasmo, gracias.

Mabalot dijo...

Gracias, compañero...

A. C. dijo...

Quién sabe lo que lleva debajo del abrigo. Mi padre me habló de un hombre muy untuoso (un sacaúntos de sí mismo) que se paseaba por Teruel con un abrigo de postín, entrecano repeinado, siempre con ese aspecto taciturno de quien sabe ver la vida por dentro y para ello le basta con mirar al suelo. Todos los chiquillos le tenían miedo y todos los jóvenes envidia, porque nadie le conocía trabajo alguno.
A este hombre se lo encontraron en su casa, en pleno invierno, muerto de frío, arropado tan solo por el abrigo. Había vendido hasta las sábanas para continuar su untuosa existencia solitaria. Pero jamás trabajó.
Así que nada, Mabalot, aún estamos a tiempo. Yo abrigo creo que tengo alguno. Salud.

Mabalot dijo...

Este el abrigo no se lo quita ni a tiros, y así es que suda como un campeón, pese a que no parece que tenga nada que sudar. Es un pariente lejano de la familia Monster.

Consecuente hasta el final, el caso que me cuentas. Un tipo lúcido aunque con un final triste, pero que le quiten lo bailado; jamás trabajó.

Yo abrigo también tengo alguno...