En 1945 muere. Quedé ahí. Acaba la segunda guerra mundial y desaparece; vienen Sartre y compañía, entran en la cacharrería como elefantes y se convierte en obligatorio el compromiso, a riesgo de ser un idiota más de la familia. Cada generación (o cada individuo y apéndices) elige a sus maestros y Bove se vuelve invisible, lo vuelven invisible, lo que pasa cuando los ojos lectores dejan de apuntar a sus libros. Muerto e invisible: aunque podría ser reivindicado como un precedente del existencialismo su indiferencia hacia tesis y teorías lo confirma en el olvido. Parece que son Camus y sobre todo Beckett (claro, la novelística de Beckett yo la veo levantarse sobre Bove, como un andamio) los que se fijan en él. Quizá la falta de salidas al supuesto pesimismo de Bove fueran un obstáculo a su reivindicación por las mollejas ideologizadas del momento. Según Bove;
“Un pesimista es un individuo que vive entre optimistas”.Es por lo tanto un tono, una atmósfera, gris y resignada, inocente, con virutas de humor, la que define al menos este libro que leí, Mis amigos, y aparece creo en toda su novelística. Esta falta de salida, de utopía, no podía encajar bien en la época, hasta que Sartre deja de ser un santo para convertirse en un jilipollas rosmón y ya se pueden leer otras cosas, aunque sean pecado. Me imagino a Sartre, con un ojo para Persia y loco (como el monstruo de las galletas), de puntillas y con el dedo acusador diciendo; “Pecadooooorrrrrr....”, a lo Chiquito de la Calzada.
Para mí Sartre es Chiquito de la Calzada. Y a veces Barragán, el humorista.
En 1977 el periódico Le Monde resucita para todo dios a Bove: “¿Ha leído a Emmanuel Bove?” Y ya todo va sobre ruedas cuesta abajo. Se reeditan sus obras completas y unos cuántos entusiastas lo reivindican y le sacan el polvo acumulado de tantos años en el sótano (ahora quedaba tan bonito decir en el sótano del olvido).
En España, bueno, solo Pre-textos tuvo el acierto de traducir un libro de este autor, y hace un par de años. Que yo sepa, no hay nada más; el panorama está seco. Vila-Matas puso esta foto de Bove y su hija Nora en la portada de un libro suyo.
Para acabar y para pensar, o rumiar (pienso como las vacas mastican o como las lavadoras lavan), pongo un fragmento casi del final (aunque sin machacar nada del argumento, si es que lo hay) que yo creo que da mucho qué pensar, o simplemente me llamó la atención a mí:
“Vivía en el sexto, alejado de los apartamentos. No cantaba, no me reía, por educación, porque no trabajo.
Un hombre como yo, que no trabaja, que no quiere trabajar, siempre será odiado.
Yo era, en aquella casa de obreros, el loco, cuando en el fondo, todos hubieran querido serlo. Yo era el único que se privaba de carne, de cine, de ropa, a cambio de ser libre. Yo era el único que, sin pretenderlo, recordaba todos los días a la gente su condición de miserable.
No me han perdonado ser libre y no temer la miseria.”
2 comentarios:
Desde luego, voy a leerlo.
Yo tuve una época -entre los 18 y 20 años- en que leí como un descosido a Beckett y a Cioran. No estaba yo muy optimista por entonces, pero como terapia es muy buena...
Es evidente que no es literatura para mondarse, y que realmente no parece la alegría de la huerta ni este ni sus otros libros, pero no es un pesimismo ideológico, no es Cioran y su soga y tampoco es la actitud de Beckett; quiero decir que lo que en ellos yo detecto negrura elegida, pesimistas de corazón pero también de cerebro, yo veo en Mis amigos un pesimismo trasparente, una tristeza sincera y tímida, casi disimulada.
Al menos no ostentosa.
El protagonista no es un indiferente; busca la felicidad, solo que se le escapa...
Un saludo, conde-duque, y buen provecho con la lectura. (Yo también leí a Beckett y Cioran más o menos por esa edad; era un triste adrede. Ser un triste es una coartada fenomenal para muchas cosas.)
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