El señor de bigote, éste, el de la foto, pongamos que es sociólogo, publicista, asesor de algo, hombre de empresa. Pero escribe a ratos, muchos ratos, tantos ratos que no le va del todo mal. Con este cuento, cuyo principio cae hoy aquí, se retira del laburo (los argentinos son unos magos del lenguaje y tienen palabras que envidio) y se pone a escribir, o mejor dicho, a ser escritor.
¿Y la caga? No sé; ¿quién soy yo para decir si fulano la caga o no la caga? Y sobre todo; ¿a mi qué leches me importa?
Me gusta este cuento, Muchacha punk, o relato (como se quiera llamar a la narración corta contemporánea), y algún que otro libro suyo. Su nombre es Fogwill, en homenaje según pude descubrir, al famoso Willy Fog, el que dio la vuelta al mundo en ochenta días y que para los de mi generación tenía forma de león y criado andaluz. Curioso. También en Londres, el narrador del cuento, conoce a un trío de chicas punkis y se acuesta con una de ellas. Es una versión posmoderna (o posposmoderna, según; me chupo el dedo y apunto al cielo a ver de dónde viene el viento) del clásico Ninette y un señor de Murcia, la comedia de Mihura, y así más o menos.
No hay amor. El amor es una cursilada, una tapadera. Y muy caro, aunque el que algo quiere algo le cuesta; y ahora vayamos a Oxford Street. Ya estamos; No hace tanto frío como describe el narrador; nosotros vamos a nuestra bola, abandonamos a Willy Fog, que siga haciendo anuncios, que se vuelva taradito (otra palabra de estos argentinos) de verdad, como nuestro Leopoldo: no es suficiente con que se babe: tiene que estar loco. Pero te abandonamos, Fog. Corte de mangas; cómete a esa punki calzonazos.
Oxford Street; es una calle, como su nombre indica, no una avenida. A ambos lados tiendas, tiendas y todo tiendas. Son las siete de la tarde; con un poco de imaginación y ayuda del adsl nos hemos teletransportado a Oxford Street; no estamos enfrente de una casa de señoritas; es Ann Summers.
Como excelentes paletoides que hemos aparecido por arte de magia aquí nos quedamos mirando con cara de jilipollas a las maniquís, que presentan unas prendas y unas posturas que, en fin... Cruzamos el umbral de la puerta; dos tías casi gordas y aburridas con las piernas abiertas y en vaqueros sentadas cerca de la puerta me observan fijamente: son dependientas; a un lado trajes de enfermera bomba, con unas braguitas de la cruz roja imponiéndose y ligas a juego. Para ellos trajes de policía y una porra empalmada; bodys, braguitas transparentes, sujetadores barrocos. Sexo gótico. Unas niñas curiosean entre las pollas y los vibradores. Tocan, huelen, ríen, juegan a las espadas con pitos enormes y realistas. Bajo unas escaleras; hay un pene de plata en una vitrina; es una joya, vale una fortuna. Una pareja de ingleses baja también; oohhh...
En el piso de abajo una chica cachondísima, algo pija, observa detenidamente unos vibradores pos-matrix (siempre son pos-algo, todo es pos-algo, sino no sería nada); está eligiendo. Es preciosa, es la tipa real más hermosa que vi en mi vida, aunque ligeramente pija. Quiero ofrecerle mi modesto aparato natural, ecológico, pero soy muy tímido en castellano y en inglés soy un puto psicópata esquizofrénico. Va a pagar el vibrador, uno que tiene pinta de pene de cerdo. Yo me quiero suicidar, toda la vida dejando pasar las oportunidades. Todos los trenes se escapan con las mujeres más guapas del mundo y yo me quedo en la estación, pajeándome como un imbécil. Ah, vuelve atrás, me mira; se le olvidaba comprar las pilas. Se va.
Quisiera coger un látigo y flagelarme, pero no lo hago porque estoy otra vez aquí delante del ordenador, escribiendo un texto del puñetero Willy Fog (o Fogwill) para un blog de literatura. ¿Para qué coño sirven los blogs? Sobre todo los de literatura... Supongo que uno escribe para hacer el amor con la muchacha punk.
Conclusión (dónde se unen las dos ramificaciones de este artículo); tanto monta, monta tanto, pija o punki, pija punki o punki pija, el amor/sexo, o eso como lo llama Fogwill, es una cosa violenta como el asfalto que pasa por encima de todo, arrasándolo. Es una enfermedad mental que no se trata por el bien de la especie, y para procrear aún no basta la razón. La clase social nos importa un pito, y el dinero medio pito. No hay amor, hay soledad, y frío. ¿Amor puro?; el amor es cerdo siempre, y los poetas más cerdos que nadie. Así son los bichos. Así somos.
EN DICIEMBRE DE 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir "hice el amor" es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que "hicimos" ella y yo, no eran el amor y ni siquiera –me atrevería hoy a demostrarlo–, eran un amor: eran eso y sólo eso eran. Lo que interesa en esta historia es que la muchacha punk y yo nos "acostamos juntos". Otro decir, porque todo habría sido igual si no hubiésemos renunciado a nuestra posición bípeda, –integrando eso (¿el amor?) al hábitat de los sueños: la horizontal, la oscuridad del cuarto, la oscuridad del interior de nuestros cuerpos; eso. Primera decepción del lector: en este relato soy varón.
Fogwill, Muchacha Punk (1978).
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