19/11/12

Ese yoga impuesto


Estaba hojeando el libro de Joan Didion. Artículos largos, ensayos, fragmentos diarísticos. Algún volcado de cuadernos. Sería un libro interesante si la California de los setenta fuese interesante. Es decir, si hubiese visto otra cosa que lo que ya hemos visto en otros de la California de esos años. Su localismo no es universal porque la Didion lo haga universal. Su localismo pretende ser universal pero sólo lo parece porque California, Nueva York, Hollywood, son lugares inscritos en esa universalidad estereotipada que ya viene de serie con el nombre. Es un universalismo ya prefabricado. Cuando la Didion nos habla de Sacramento o de San Francisco no nos acerca unos lugares desconocidos. Apenas se sale del guión.

De todas formas son más interesantes sus artículos íntimos, un tanto deslavazados, sin un tema periodístico que una toda esa escritura caprichosa.

Leyéndola se entiende muy bien una cosa. La gran diferencia entre periodismo y literatura es que en el primero se habla a muchos (ustedes), mientras que la literatura habla a una persona sola. Independientemente de la recepción y popularidad de cada ejemplo concreto. No se trata de eso. El periodista da una conferencia y el escritor, digamos, escribe una carta.

Creo que si le he echado un vistazo a este libro es porque Didion tiene un artículo sobre las migrañas. Todo lo demás, la contracultura, Hollywood, Melrose Avenue y los Flying Burritos o el viento de Santa Ana me importan un comino. En cambio, su artículo sobre las migrañas es buenísimo. Siempre he lamentado que grandes escritores clásicos no pareciesen migrañas y escribiesen sobre ello. Proust hubiese dedicado sus siete tomos a la migraña. Quizá Dostoievski padecía dolores de cabeza, no estoy seguro. En realidad Dostoievski no podía no padecer dolores de cabeza, resultaría incomprensible.

Explica muy bien Didion ese momento de tierra quemada posterior al dolor:
"Luego viene el dolor y yo me concentro únicamente en él. Ahí reside la utilidad de la migraña, en ese yoga impuesto, la concentración en el dolor. Porque cuando el dolor se retira, al cabo de diez o doce horas, todo se va con él, los resentimientos ocultos, y también todas las ansiedades banales. La migraña ha operado como un cortocircuito, y los fusibles han emergido intactos. Hay una agradable euforia convaleciente. Abro las ventanas y siento el aire, cómo agradecida y duermo bien. Me fijo en la naturaleza concreta de una flor en el jarrón de cristal del rellano de la escalera. Doy gracias por lo que tengo."
[Los que sueñan el sueño dorado. Pág. 207]

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