29/9/12

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Este independentismo urgente de Mas (qué apropiado nombre para President) me tiene muy entretenido. No preocupado, claro. Como le digo a mi hija, lo importante es no lastimarse, no quitarse un ojo. El tema ha venido a salvarnos de tanta realidad. Uno sale a la calle y ve a una señora muy digna revolviendo entre los desperdicios. Y ahora ya salía hasta en el New York Times cualquiera revolviendo en su contenedor. De ahí a que las cochinas yanquis del Erasmus me preguntasen por el contenedor más poblado para llevarse una foto de recuerdo hay un paso. El sueño independentista, en cambio, es eso, un sueño. Es la fantasía más o menos irrealizable del nacionalismo desde siempre. No conozco a nadie que no haya sido independentista al menos una vez, si acaso una noche, o dos. Quién no ha sido poeta, al menos quince minutos: pues el independentismo es casi poesía, pero de la mala. Tengo amigos que han sido independentistas durante años, pero después se casaron y no han vuelto a hablar de ello. Como tema de moda es delicioso, casi una guerra con florete. Por supuesto, es un proyecto imposible. Nada más excitante que lo imposible. Una cosa es intentar suicidarse y otra muy distinta suicidarse. Pero el delirio ha calado tan hondo, la jugada ha sido urdida con tanta convicción, que todo el mundo duda ya. La confusión es total; nadie se moja. Hemos leído tanto sobre los años convulsos en los que Franco murió de úlcera por todos esos disgustos que le dieron, que decepciona ver en que quedan esos señores libertadores ahora, mudos, o peor, indefinidos. Les ha pillado por sorpresa. Sólo el dinero, y más tarde que pronto, ha salido al patio a dar voces. Mas ha tirado la casa por la ventana porque ya no había mucha casa que tirar por la ventana, me temo. Es una campaña a la desesperada. Si gana las elecciones, será el primer presidente que salga indemne de la crisis. El milagro independentista.

Tokyo Decadence. Estos sí que no pierden el tiempo con fantasías.

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