13/4/12

Las ovejas y el progreso

Sí, hombre, es otra poesía; no todo va a ser follarse ovejas y lloriquear a solas.

No, no es que llueva; ahora mismo el cielo se viene abajo, como si hubiese estado congelado allá en lo alto durante meses y sólo ahora decidiese desplomarse. Por lo demás no hay nada nuevo en la lluvia, a no ser el hecho mismo de que sea lluvia. Después de tantos meses de sol, de gris parisino, de continencia absoluta. Esta condenada monotonía de secano que nos maravilla y nos aterra. A fin de cuentas el gallego ofrece al turista, más que la piedra de la catedral y el marisco de los mares, la posibilidad de disfrutar el desamparo de la lluvia. Corretear de soportal en soportal brincando sobre riachuelos que fluyen cuesta abajo o cuesta arriba, nunca se sabe. La lluvia, la taberna, el alcoholismo pálido del tabernero. El bocadillo de calamares, no lo olvidemos. Y así nos va, de bien. En uno de esos razonamientos del nene ocasionalmente lúcido que era, pensaba al ver películas de marcianos: ¿por qué, de todos los lugares del mundo, elegían una y otra vez los extraterrestres suelo yanqui para sus contactos con los terrícolas? Las demás capitales aparecían, si acaso, como sucursales de la invasión, lugares perfectamente despreciables. Eran los yanquis los que apechugaban con la visita. Más o menos así, con el alivio del provinciano que por no disponer no dispone ni de terremotos, veo el debate sobre esos casinos industriales que quieren colocar en Madrid, quizá en Barcelona. A fin de cuentas, se supone que van a necesitar crupieres, matones, chicas monas y fregonas o fregones, seguramente con licenciatura, pues deben ser muy pocos los quedan en este país sin un título universitario. Bendito empleo; es la excusa para cualquier cosa. Se está desterrando, ojo, la posibilidad de volver por donde venimos. El casino es irreversible. Donde hay un casino no queda sitio para rebaños de ovejas ni para pastores. Que es lo mismo que decir que no hay lugar para poetas, pues el pastorear en soledad es el germen ancestral de la poesía, y más de la poesía de secano castellana.

Por supuesto, no veo a Robert de Niro pastoreando horteras y culos enfundados en una minifalda. Eso sería hermoso, pero es cine. No; yo veo a un Miguel Hernández de gimnasio, con sus manos para estrangular burros, metido en un traje azul turquesa. Y con patillas finas, acabadas en punta. Y lo peor no será eso; lo peor será el Hunter S. Thompson que le sale a todo Las Vegas. Efectivamente, si el progreso era eso que repongan las ovejas. El vicio que lo ponga cada cual.

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