Entretanto, una novela sueca; Asesinos sin rostro. El autor es Henning Mankell.
Me ha costado dios y ayuda llegar a la última página de esta novela sin perder demasiado el hilo. Y no porque el hilo sea muy enrevesado. Al contrario; todo se expone de forma muy clara, y ni siquiera hay muchos sospechosos (en realidad solo hay un sospechoso real, una masa desconocida y abominable). Los nombres se diferencian perfectamente unos de otros y no hay cruce de maletines con los que liarse y a los que perderle el rumbo. Si esta novela fuese uno de esos ejercicios del Braintrainer para activar la circulación de la sangre en el cerebro de los ancianos sería un ejercicio de nivel básico. Level 1.
Resumiría lo tedioso con esta cita de la propia novela:
"-¿Cómo va todo?- preguntó.
-Esto no es nada divertido – contestó Rydberg sombríamente.
-¿Quién ha dicho que el trabajo policial tenga que ser divertido?"
Yo pensaba, o recordaba, que las novelas policíacas se leían para tener ganas de leerlas. Conmigo no ha funcionado, al menos esta vez. Que si charlotea con Fulano, que si hace un informe, que si se reúne, que si va, que si viene. Tedioso bastante. Tampoco sé si me interesaba el tema o me cabreaba. Porque hay tema. La novela está escrita no solo para los que buscan perder de vista sus vidas y entretenerse un rato leyendo en el autobús algo de detectives. No, la novela también busca dar la chapa. Los extranjeros; he ahí el tema. La pedagogía de las masas que nos impone el autor. Lo que le importa al autor, ay, es enseñarnos algo del mundo, nosotros lectores medios tan brutos, tan desvalidos, tan descerebrados y manipulables por el poder o por quién sea. Es decir, tan fascistas si nadie concienciado y sensato nos ilumina. Está bien. Vamos a reflexionar sobre la inmigración, la invasión de los no rubios.
Y reflexiona el tipo; el tipo se llama Kurt Wallander, policía protagonista.
Por cierto, mientras a otros personajes se les nombra por el apellido o por el nombre, a Kurt Wallander se le llama durante toda la novela Kurt Wallander. Así, por ejemplo; "Kurt Wallander se emocionó." (página 146); "Kurt Wallander levantó las cejas" (página 146); "Kurt Wallander notó que se enfadaba." (página 147). Es un poco ridículo.
*
Se nos dice en la contraportada: "Kurt Wallander atraviesa uno de los momentos más sombríos de su vida –sus relaciones familiares son un desastre, está ganando peso, bebe mucho y duerme poco". Pobre hombre. Estos suecos son tremendos. En las novelas policíacas siempre ha aflorado, digamos, la basura de cada lugar y de cada momento. Con más o menos arte. En ese sentido la novela policíaca puede ser considerada una forma de novela social o novela denuncia, al menos de forma solapada, para que nadie bostece. Suele ser un enfrentamiento entre lo peor de la sociedad, o el mal, y el bien encarnado en algún rebelde incorruptible. Debajo del disfraz de capullo se esconde un santo.
Veamos cómo es el detective aquí, el espejo de la época (década de los noventa). Wallander; abandonado por su mujer vive en la más completa soledad escuchando arias de ópera; por las noches sueña con una negra cariñosa que le hace feliz; quiere perder peso pero siempre acaba comiendo hamburguesas o algo así y come tan rápido que padece diarreas constantes; su hija no le habla aunque no sabemos por qué, o yo no lo sé, y se fugó con un negro a no sé dónde, Estocolmo creo (aunque es un negro honrado, al parecer, futuro médico o así); echa de menos a su mujer pero ella pasa; bebe whisky; tiene problemas de insomnio; atrae los golpes, los accidentes, etcétera; ah, y su padre le reprocha que no lo visite con más frecuencia. Hasta aquí los vicios o desgracias.
El hombre padece mucho; es un sentimental. Por lo demás es tan honrado que da pena; un día siente remordimientos por haberse aprovechado de la amabilidad de una subalterna para llevarle un traje a la tintorería. El tipo es un pedazo de pan. En eso se ve lo sueco que es. O quizá para un sueco esto debe ser un principio de corrupción y decadencia; para un español es incomprensible. Es lo normal. El tipo paga las multas de aparcamiento. Y paga muchas. Un día, achispado por una copita, es cazado por dos de sus compañeros más cercanos a altas horas de la madrugada conduciendo. Que estos, incomprensiblemente, le hayan llevado a su casa y no le hayan denunciado no acaba de entenderlo. ¿Por qué lo habrán hecho?, se pregunta.
Y para rematar el retrato diremos que tiene unas opiniones políticas tan centradas, o tan supuestamente sensatas, que da asco. El hombre busca la verdad, da igual si esta está bien considerada por la sociedad o no. Claro que su verdad, su sensatez, es la del que ve a todos los inmigrantes como una condena para su país y ante la política de puertas abiertas prefiere la política de puertas entornadas. Es, claro, una sensatez de comedor de hamburguesas, de nacido en territorio donde comer hamburguesas puede ser un verdadero problema de salud. No es un radical; no está dispuesto a permitir que los racistas aniquilen a ni un negro más (recordemos que es un tipo, sobre todo, honrado), pero tampoco está a favor de que los extranjeros caigan del cielo con sus familias numerosas y se coman como una plaga las cosechas de los nativos. Se le supone demócrata y parte, en principio, de la igualdad de todos los seres humanos (quizá podría apadrinar a un niño africano si encontrase el anuncio de una ONG en un dominical una tarde de domingo de depresión), pero en esta novela los negros no dejan de ser esos conguitos de labios carnosos y ojos blanquísimos redondos de eternos asombrados que veíamos en viejos dibujos animados. El inspector magullado y gordinflón es un nostálgico en el fondo; recuerda el crimen autóctono como un paraíso ya perdido, casi una bendición de crimen humanista que en el fondo se guiaba por unos valores, frente a una nueva época de crímenes salvajes propiciados de alguna manera por seres deslocalizados, sin abuelas cerca y por tanto sin una mínima consideración hacia el género humano.
Sacando alguna conclusión de esta novela podríamos decir que todos los extranjeros vienen a nuestro país a romperle la cara a José Luis Moreno. De alguna forma todos acabarán en su día rompiéndole la cara a José Luis Moreno o a sus vecinos.
El título de la novela no puede ser más fiel; Asesinos sin rostro. Aquí hay una masa sin rostro peligrosa y hasta repulsiva que amenaza la pacífica vida del sueco de toda la vida. El viejo sueco de tirantes y ojos claros.
En definitiva, un escritor preocupado por la deriva del mundo (el apocalipsis y todo eso), que toca el tema de la inmigración con bastante simpleza, por no decir otra cosa. Porque pocas veces he visto tratado este tema tratado de una forma tan burda como aquí. Lee uno a Céline, el racista por antonomasia para los que no lo han leído, y nunca perdemos de vista al ser humano, a ese recipiente de tripas tibias que sufre y que no va a ninguna parte, sea del color que sea. Lee uno esta novela y no vemos más allá del conguito y del foráneo que no es otra cosa que foráneo e inhumano y asesino.
Preferiría decir; novela valiente alejada de lo políticamente correcto para plantear dudas sobre la política inmigratoria de los países occidentales etcétera. Pero no; es de una cobardía tontorrona. Cae en un esquematismo insultante. Mannkel, en cambio, da esa imagen de escritor famoso solidario y amante de África. Espero que haya afinado más en todo lo que escribió después; esta es la primera novela de la serie Wallander.
Total, una novela más de suecos que ven nevar desde la ventana mientras resuelven un asesinato, esta vez con extranjeros sin escrúpulos y sin rostro de fondo.
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