27/11/08

Leo un libro gordo


Un libro gordo abriga, es cierto. Te metes en él y tienes la impresión de estar bien resguardado. Hasta se oyen menos las voces de afuera. Es el almohadillado superior. Tener un libro gordo en las manos y leerlo es como quedarse a vivir en él. Yo vivo en el tercero derecha y en este libro. En el tercero ceno, me ducho y veo la tele. En el libro estoy calentito, tantas páginas. Estoy leyendo La novela luminosa de Mario Lebrero, ese escritor uruguayo que tiene su gracia y no es Onetti. Onetti no sé si tiene o tenía su gracia. No sé qué hacer con Onetti, porque leerlo no me va, pero siempre se me mete en el medio.

La novela luminosa de Levrero la acaba de publicar Mondadori. 567 páginas.

Cuando sea mayor publicaré un libro gordo. Yo también quiero. Un libro delgado lo publica cualquiera. Pero hay que publicar un libro muy gordo. Ahí sí que llama la atención. Además la gente que no lee sólo compra libros gordos. Esto está demostrado. En un libro gordo puedes escribir lo que quieras a partir de la página ciento cincuenta, poner a parir a quien quieras, y total quién se va a enterar. De casualidad algún desconocido que abrió por esa página en una librería. Pero nadie conocido te va a leer en la página 647. Puedes contar las vergüenzas que el secreto está a salvo.

El libro de Levrero consta de dos partes, o incluso más, claramente diferenciadas; una novela breve, muy breve, que encontraréis al final, y un diario bastante soporífero que ocupa las tres cuartas parte del tomo. El diario es un diario del diario. Un diario que habla de sí mismo, como diario, como escritura. Hoy me escribo, diario. Un poquito más, así. Casi todos los escritores, que son unos perros, tendrán su diario de leérmelo y su diario de escribo por no llorar. Quizá Levrero no que parece más inocente y hasta buena persona. El segundo caso es como oír a una vieja contar sus achaques diarios. A una vieja que arde en vanidades e hipocondrías literarias. Lo más curioso es que Levrero al mismo tiempo que escribe su diario se muere de ganas de leer lo escrito los anteriores días. Eso no lo entiendo, porque apenas cuenta nada, a no ser que se acuesta tarde y no escribe y que tiene que escribir. También uno rellena cuadernos con diarios de escribo por no llorar, o lloro por no escribir, pero no tengo ningunas ganas de leerme.

Recapitulando; la novela me gustó. Cuenta una serie de iluminaciones un tanto extrañas. Llega a niveles de candor tal que no puede no gustarte. Me recuerda a Baroja en sus memorias (un Baroja de tripi, de mucho tripi). Tiene buenos momentos, algunos sorprendentes, algunos raros y algunos descacharrantes. Con una prosa contenida, es verdad, pero sin vigor. Es su fuerza (un castellano de poco vuelo), pero también le falta algo de contundencia, o le falta algo en general a la prosa. La novela me gustó; el diario me dice poco. Pongo un ejemplo (página 89):

"Esta jornada fue pésima. Me levanté tardísimo; terminé de desayunar a eso de las seis de la tarde. Me dolía la cabeza y estaba de mal humor. No salí a la calle. Creo que el guiso de Chl me está atacando el hígado; quizá tiene demasiado aceite. Hoy me salteé el guiso y comí una milanesa, que también tiene aceite, pero hasta ahora no siento que me haya caído mal. Chl vino y se comió un plato de guiso. Íbamos a ir a la Feria del Libro; hoy es el primer día de su liquidación anual, y aunque ha venido decayendo año a año, siempre conservo la esperanza de que vuelvan aquellos buenos tiempos. Pero se nos hizo tarde y no fuimos. Chl estaba bellísima. Siempre está muy bella, pero hoy irradiaba luminosidad, como en sus mejores momentos, a pesar de que estaba disgustada por ciertas cosas que le pasaron, y había estado llorando. Después se fue, entré a Internet y bajé unas películas de unas falsas lesbianas."

Por cierto; odia las películas porno. Y no nombra a Onetti.

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