16/6/08

Pactos

Aun siendo tan pequeña ya es capaz de pactar. A su manera. Vive en un presente absoluto (esto hasta lo recuerdo yo), y el después es algo tan lejano como puede ser para mí la jubilación o la residencia de ancianos. Si algo se hace después, da igual lo horrible que pueda ser (por ejemplo, beber suero por la nariz para desalojar los mocos), acepta el mal trago mientras eso se haga después. Es la palabra mágica. O quizá espera que después pueda negociar otro después, y así eternamente.

Promete esta vez que el odiado suero entrara por su diminuta nariz sin que ella ofrezca ningún tipo de resistencia, lo que sería tan nuevo como que volaran los cerdos y la selección española de fútbol pasara de Cuartos. Tampoco va a llorar, dice. La miro de cerca; parece convencida. Pero pone condiciones; será mamá la que le ayude. Está bien, da igual. Lo que no entiendo es lo que añade después; tú me agarras la cabeza. Y señala la parte de la cabeza por dónde prefiere que la agarre. Esto sí que es pactar.

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