28/12/07

Animales políticos, dicen

Ayer moría Bhutto y hoy muere Cuiña. A veces la muerte va como por temas, por profesiones. Es una muerte ordenada. Daría una buena bibliotecaria. Cineastas que tienen que palmar, dice la calavera. Tal y tal. Cepillados. ¿Políticos? Subsección Animales Políticos, porque si en algo coincidían los comentarios en uno y otro caso en los periódicos era en eso; ambos fueron calificados como verdaderos animales políticos, lo que podría dar una idea de lo que puede ser eso de animal político. Parecían nacidos para alcanzar el poder por encima de todo, y a ambos los habían largado acusados de corrupción. Bhutto, que estaba cantado cómo moriría (con ese historial familiar de envenados y ejecutados a su alrededor), abrió la ventanilla del coche para saludar a sus votantes y le echaron una bomba con suicida. Cuiña se murió en la cama, una neumonía y una infección de sangre y etc... La primera otra vez arañaba el poder, el segundo en cambio ya era un ex, porque eso era Cuiña ahora; un gran Ex, con letra mayor y todo. Mantenía el tipo, ni dios le soplaba. No como otros ex que se desprenden tan fácilmente de los chóferes y guardaespaldas y se ponen los vaqueros y salen tan contentos a comprar el periódico como un ciudadano o un pueblerino cualquiera. Nenazas. Cuiña, en cambio, seguía dando miedo, y llevaba un paje como un gran señor que no le abandonaba ni para ir al baño.

La Bhutto protagonizaría una de esas películas de heroína sacrificada y demócrata ella, con todo un horizonte de esperanzas libertadoras que sacasen a su pueblo del tercer mundo y sobre todo del fanatismo. Qué película, qué aburrimiento. Por lo menos en tierra de machos vendría esa mujer a poner orden y un poco de desconcierto, tan necesario en países acostumbrados a vivir de rodillas rezando para no sé dónde, porque algo de desconcierto de espíritu es bueno, buenísimo, para ser un poco normal y no tener las cosas tan claras. Cuiña, quitando cuatro nacionalistas rabiosos que le decían no sé qué cosas, aunque él ni les entendía porque hablaban todos a la vez y embarullaban mucho, apenas generó demasiadas expectativas en nadie, muchos miedos sí, ante un posible brinco al poder, a no ser, claro, en su familia, a la que estaba muy unido. Es más, lo dimitieron por unirse demasiado a esta desde su puesto de Conselleiro, cuando lo del Prestige. Un caso.

Cuiña, lo dije alguna vez, era un señor bajito a medio camino entre Marlon Brando en El padrino y Paco Martinez Soria en La ciudad no es para mí. Fue, sino el último cacique (este se trasforma, se adapta a los tiempos), el último capo político que no se disfrazaba de pardillo ni disimulaba sus besos de la muerte. De delfín tenía poco. Si uno levantaba una piedra ahí estaban agazapados varios enemigos de Cuiña, ganados a pulso. Los que hoy estarán brindando con champán. Claro que a una figura así no podía irle bien y esa condición de mártires o de perdedores legendarios que algunos tienen, antes incluso de haber empezado, la llevaban ambos fallecidos pegada a la piel, o donde se lleven esas cosas pegadas o incrustadas. Como uno de esos sellos de discoteca para poder entrar otra vez si sale uno, pero al revés.

Lo que más siento de la muerte de Cuiña (como enfermo de literatura, que diría Vila-Matas), es la muerte, no del político, ni del paleto, ni del mafioso, ni del tío forrado, sino de todos ellos, del gran personaje que daba antes unos ojos que supieran ver el potencial literario de su figura. La prudencia aconsejaba verlo desde la barrera. Veía uno a Cuiña siempre con su paje detrás, un pobre hombre esmirriado y cargado de bolsas, por la calle, o corriendo por la Alameda y hablándole al aire mientras su sombra a sueldo sufría por alcanzarle.

Nunca pensé que se moriría un tipo así, tan literario.

2 comentarios:

Mabalot dijo...

Nunca sabe uno si le salen las cosas demasiado osadas o irrespetuosas, sobre todo cuando por medio anda la señora muerte. Quiero decir que lo dicho, aunque con el tono quizá algo relajado, es desde el respeto.

Si hay algo curioso en este caso son las declaraciones de todos, cargaditas de eufemismos y hasta graciosas.

conde-duque dijo...

Yo no he visto nada irrespetuoso, Mabalot, sino un retrato de los tuyos, con muchas verdades y buena literatura.
No conocía al tal Cuiña; me sonaba un poco el nombre, y sí, me sonaba a prototipo de cacique, pero, ya digo, no lo tenía muy ubicado (es lo que tiene ser gallego veraneante, que te enteras de algo pero muy por encima).
Un abrazo.