El robot está de pie, dando vueltas por la habitación. Pisa algunos periódicos ya viejos (un tipo con cara de rencoroso le señala desde la portada), recoge un libro del sillón y se sienta. Es el Tao, de Lao Tse; lo abre: “Se obtiene cuánto hay bajo el cielo/ estando siempre desocupado.” Humm... Se frota la perilla metálica, como azuzándola para que reflexione. Piensa; sí, efectivamente, trabajo demasiado... Se levanta; en la pared cuelga un mapa de Europa; se queda mirando. Arriba a la izquierda, como un huevo frito verde, está Islandia; Islandia es más grande que Irlanda. Piensa; si fuese un país me gustaría ser Islandia, o Finlandia, uno de esos países tranquilos, arrinconados siempre en los mapas (menos en los mapas de ellos mismos) y sobre los que no fabriquen imbéciles que ponen bombas en centros comerciales o aeropuertos; a ser posible, uno sin religión, sin religión oficial; en su casa cada uno que se limpie los circuitos con lo que quiera. Como dijo Baroja; “Un país limpio, agradable, sin moscas, sin frailes, sin carabineros.”
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