13/1/07

Sentimientos de un robot

El robot está de pie, dando vueltas por la habitación. Pisa algunos periódicos ya viejos (un tipo con cara de rencoroso le señala desde la portada), recoge un libro del sillón y se sienta. Es el Tao, de Lao Tse; lo abre: “Se obtiene cuánto hay bajo el cielo/ estando siempre desocupado.” Humm... Se frota la perilla metálica, como azuzándola para que reflexione. Piensa; sí, efectivamente, trabajo demasiado... Se levanta; en la pared cuelga un mapa de Europa; se queda mirando. Arriba a la izquierda, como un huevo frito verde, está Islandia; Islandia es más grande que Irlanda. Piensa; si fuese un país me gustaría ser Islandia, o Finlandia, uno de esos países tranquilos, arrinconados siempre en los mapas (menos en los mapas de ellos mismos) y sobre los que no fabriquen imbéciles que ponen bombas en centros comerciales o aeropuertos; a ser posible, uno sin religión, sin religión oficial; en su casa cada uno que se limpie los circuitos con lo que quiera. Como dijo Baroja; “Un país limpio, agradable, sin moscas, sin frailes, sin carabineros.”
El robot querría ser feliz y pasear con su globo preferido por un país ideal.

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