2/4/09

Una señora en pantuflas

No hay nada como ponerse ropa que se secó al aire libre; uno se la pone y huele a fresco, a brisa.


Como llueve un poco me refugio en una marquesina de autobús y espero. A mi lado una señora con gafas. Me habla en catalán y me pilla de sorpresa, aunque no debería, pues estamos en Tarragona. Como la veo muy animada y habla muy rápido espero que acabe para decirle, con una sonrisa cordial en la boca, que no la entendía. Y no es que no entienda el catalán, pues si seguí al profesor Vicenç Navarro en TV3 hablar durante media hora de economía (y borracho uno, un poco), por qué no iba a entender a esta señora. El caso es que más que hablar rosma algo y hay que tener muy buen oído para pillar algo. Después de aclarar que no parlo catalá y de verle la cara de susto que se le queda, me expone en castellano su opinión sobre lo que está dando de sí el tiempo; llueve, hace frío, ya veremos el verano, ya lloverá en abril, ejem, etcétera. Es el principio de todo acercamiento entre desconocidos, tanto en ascensores como en marquesinas; el mundo está engrasado de esta guisa. Vengo de Barcelona; allí llovía más, digo. No le gusta Barcelona; o no le gusta lo que ahora es Barcelona. Me informa de la situación de algunos lugares de su ciudad a los que me interesa llegar, y qué autobuses (el 2, el 6, y después el 54, por ese orden) debo tomar. 

La señora es mayor; está en esa edad indefinida entre sesenta y ciento veinte, vestida de señora de ciudad, con blusa, chaqueta, abrigo, falda cuadrada (o rectangular, más bien), taconazos, y unas gafas un poco tintadas que le da un aire sospechoso y amenazante, entre Corín Tellado y torturador pinochetista. Aprovechando que ya hemos roto el hielo la bombardeo a preguntas sobre la ciudad. Quiero tantear la realidad local, pero ella sólo habla de sí misma. A sus 79 tacos, que confiesa sin venir a cuento, que presume, y con razón (se la ve ágil), le duele un poco que la ciudad haya perdido intimidad; antes todos se conocían y ahora con tantos inmigrantes ya no hay manera de saber quién es tu vecino. Por supuesto subraya que ella no es racista, y que hay varias familias estupendas de negros y mulatos y sudamericanos en su edificio que no dan problemas. Suben, bajan, ni sabe quien sube ni quien baja, pero exceptuando esa incomodidad, por lo demás bien. Le informo que en Galicia apenas hay inmigración si la comparamos con Cataluña (aunque vengo de una ciudad tomada por los guiris), y ella, entonces, lo dice; es que esa es una zona pobre. La palabra empleada es p-o-b-r-e. Escucho el eco; pobre, pobre, pobre… Una zona pobre… Me encanta; zona. Ni país, ni región, ni comunidad; zona. Dicho esto me miró a través de sus gafas tintadas directamente a la cara; en ese momento tendría uno culo en vez de cara. Un culo con barba de cuatro días. Quizá acostumbrado al uso de eufemismos como falta de tejido industrial y cosas así de idiotas y embriagadoras (y que admito sin ofenderme y estoy harto de oír), la palabra pobre me escandalizó un poco por clara, simple y antigua. ¿Pero no era que nadie es pobre hoy en día? ¿No habíamos quedado en eso? Todo eso del estado de bienestar social y sale uno de casa un día y se encuentra con que la primera paisana le informa de algo tan… obvio. Si acaso sólo eran pobres los pobres; es decir, los que duermen en la calle entre cartones y bolsas de basura. No pocos, pero lo bastante invisibles y marginales para que no cuenten. ¿Tendría que volver en patera a mi país? ¿No era acaso una patera voladora aquél avión de una compañía low cost que había cogido en Santiago a una ahora demasiado intempestiva para ser un vuelo decente? Ver para creer, u oír para creer; haber llegado a aquella marquesina para que le abofetearan a uno con la verdad, que vivía en un país pobre, vulgarmente pobre, cuya pobreza era conocida por cualquiera. Aquella señora era cualquiera. Un país de casas de cartón, vino de cartón y carteles suplicantes de cartón con faltas de ortografía que clamaban al cielo un  milagro o una buena parte del presupuesto del Estado. Un país pobre, que pide a las puertas de las iglesias y se pelea con otros pobres por la caridad de las beatas. La beata sería ella, además, harta de abrir el monedero.

Pasó un grupo muy numeroso de negros. Eran muy negros (ojos muy blancos) y parecían felices. Hablaban en alto un idioma que no era catalán ni castellano ni gallego ni inglés ni ningún idioma identificable por mi órgano de identificar idiomas, que tiene sus límites. A todas luces venían también de una zona pobre. La señora, como si los negros fueran trasparentes (cosa que no eran), o como si estuviera acostumbrada a la estampa, miraba a ese punto indefinido que miran los que esperan el autobús (daba igual que tuviera gafas oscuras). Sonreía. El mundo estaba engrasado de esa guisa.

Después intentó rebajar el mal efecto que pudiera haber causado la verdad sobre la riqueza de las distintas zonas de España, aludiendo (sin mucho convencimiento, la verdad) a lo bonito (dijo bonito) de las tierras del noroeste, del paisaje, de etcétera, los gambones. Habló de sus hijas, de los veranos de éstas en Galicia, cargadas de niños. Imaginé a las hijas, sus maridos, las vacaciones. Los negros sí que parecían felices.

Cuando subimos al autobús ella se desintegró para siempre en su asiento, con sus bolsas de la compra y sus zapatos que ahora (vistas desde aquí), me parecen pantuflas. Quizá era una señora en pantuflas, y no sé más.

3 comentarios:

conde-duque dijo...

Qué bueno. Jajaja, "esa edad indefinida entre sesenta y ciento veinte", clavao.
Sí, pantuflas y quizá rulos y bata de guatiné. Señoras que dicen la verdad a todas horas, qué manía de soltar verdades con la boca ancha, como si lo que no pasase por sus bocas se quedara en nada, no existiera.
Ya sabes que estoy esperando ansioso cierto retrato o crónica de la mas Pla.

Juan Domingo dijo...

Mabalot, un texto digno de Pla pasado por Camba. O a la inversa. Muy bueno.
Me ha recordado el desasosiego que sintió un amigo cuando en la facultad, en Madrid, le preguntaron que de qué pueblo era él y sintió durante unos segundos que el mundo se le venía abajo porque aquello de 'pueblo' hasta entonces había sido para él "una ciudad", capital de comarca y además con catedral...

Un abrazo

Mabalot dijo...

Qué bueno lo de tu amigo. Algo así, supongo, don Juan. Aunque a mí lo que me importaba era destacar lo fácil y rápido que cala el discurso político en cualquiera; ese rollo machacón de quién aporta más al estado, etc.... Somos de izquierdas para lo que nos conviene.

En fin; un abrazo, amigos.