13/3/09

Qué risa (2)

Escribía el comentario de ayer al hilo de la lectura de un librito, como todos los suyos, otro más, de Aira (esos relatos de cien páginas son perfectos para las esperas); Cómo me reí, se titula. Y es un tema que siempre me llamó la atención; el humor en la literatura, o la risa (aunque el libro va por otros derroteros después). 

La risa está muy bien. Para qué nos vamos a engañar. Pudiendo reírnos todo el tiempo, incluso en sueños, para qué vamos a aburrirnos sin hacer nada. Sí, junto al lenguaje, debe ser uno de esas cosas que nos hacen más humanos y nos alejan de nuestra condición animal. Pero odio la literatura de humor, o así llamada. No la soporto. Me caen mal también en general hasta los que cuentas chistes en la tele y casi todos los humoristas, a los que estoy acostumbrado a no entender, en general, por su vocalización nefasta y atropellada. Recuerdo hacer verdaderos esfuerzos de atención cuando era pequeño para entender chistes de cómicos famosos (con gran tendencia ellos a exagerar sus acentos locales), de los que me perdía palabras que me jodían el chiste, con la consiguiente frustración que ello provocaba, mientras veía cómo todos los espectadores del plató se tiraban por los suelos víctimas de convulsiones espantosas provocadas por la carcajada. No soporto los libros que pretenden hacernos reír. Y creo que es precisamente esa intención primera (casi siempre con resultados escasos) la que me los hace despreciables, y hasta penosos. Quizá mi hija, antes de socializarse de lleno, reaccione instintivamente ante la chabacanería del gracioso a la fuerza. En literatura, qué extraño, mis escritores favoritos suelen ser los únicos que me hicieron reír alguna vez leyendo, y hasta llegar a la carcajada, y en cambio no buscaban eso en sus textos, seguro, o al menos no de forma descarada, nunca. Con esos libros y autores uno no se ríe de lo que hay que reírse, de lo que está preparado para provocarnos la risa (eso es lo despreciable, ese terreno preparado para la carcajada), porque nada está específicamente situado para provocar esa risa, sino que aparece de otra manera, no como un mecanismo (un muelle que salta ante el resorte chiste), sino como resultado de una dislocación del punto de vista del narrador, de los personajes o de los distintos elementos que componen la cosa. Variaciones sobre normal o lo manido sería este humor. Ya Wenceslao Fdez. Flórez distinguía en su discurso de ingreso en la RAE entre el chiste y el humor en literatura.

Esta risa de la que hablo es siempre un mérito de la literatura de tal autor o libro. Me he reído mucho, por ejemplo, con "El Quijote", con Galdós, con Baroja, y no es precisamente porque cuenten chistes, y con Thomas Bernhard y Kafka y Céline y hasta con Cioran. Me río también con ese genio que era Gutiérrez-Solana.

Si me encontrara con Aira también podría decirle; cómo me reí. Su libro empieza así: "Deploro a los lectores que vienen a decirme que se rieron con mis libros, y me quejo amargamente de ellos. Lo he hecho en forma oral o por escrito cuantas veces se ha presentado la ocasión. Es un lamento constante en mí; puedo decir sin exagerar que esos comentarios han envenado mi vida de escritor." Incluso en esta queja amarga hay ya algo gracioso, delirante, porque precisamente lo suyo parece el revés de un payaso, que son precisamente los seres más tristes del universo, y por lo tanto, los que menos mueven a la risa.

Aira cree que la reacción risa es lo último que queda cuando no hay otra cosa en un texto. Que esa reacción es el orgasmo que la literatura de usar y tirar provoca, que su literatura queda despojada de todo lo demás (emoción y pensamiento o lo que un texto pueda suscitar) por efecto de la risa: la risa, por lo tanto, como único efecto posible ante el vacío del texto. Algo que provoca risa, para él, desciende al nivel de un libro de chistes; son lo mismo. Y no, no lo son. Su queja se encamina más a denunciar que ese cómo me reí es el comodín manoseado que tapa cualquier otro comentario, cualquier reacción (al menos hablada) respecto a sus libros. Mientras que para los demás esos libros puedan ser otra cosa, a él sólo le llega ese rumor, esa maldición; cómo me reí. Y sí puede ser injusto, pues la risa suele ser en la buena literatura algo secundario, lejano, provisional (hoy aquí y mañana no), y nunca como una primera definición del mismo.

Ese cómo me reí es una respuesta que tiene el lector quizá al desconcierto que provocan esos libros. Y ante ese desconcierto, qué otra cosa decir. 

2 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

Pues yo esta vez, amigo, no estoy de acuerdo contigo. Creo que a veces, si nos encerramos demasiado en lo literario, perdemos la perspectiva. Yo suelo hacer la prueba del nueve trasladando, en lo posible, las cuestiones literarias al terreno de la música o del cine, donde no hay tantos prejuicios ni "complejos". Y en el cine películas como Sin faldas y a lo loco, Irma la dulce, La vida de Brian, Bienvenido Mister Marshall o todas las de Buster Keaton, sólo por citar algunas, se cuentan entre las mejores jamás filmadas.

Mabalot dijo...

Yo digo de verdad, no son prejuicios literarios, que con Bernhard te ríes (Marías no hace mucho hablaba del humor bernhardiano por sus descaradas exageraciónes), y con Kafka. Con Cheever te ríes, por ejemplo, ese norteamericano tan triste y atormentado.

El literatura el humor parece refractario a la intención, o el humor aparece cuando se le coge desprevenido.

Con Bienvenido Mr. Marshall me descojoné. Con Chaplin sigo riendo hasta las lágrimas. Chaplin es el más grande. Pero en cine suele darse con más facilidad un humor eficaz, más que en literatura. Hacer reír por escrito es muy difícil, sobre todo, ya digo, cuando eso es demasiado buscado.

Gracias por dar tu opinión.
Un saludo.