3/3/08

En la autopista

EN el acceso a la autopista aceleramos (tercera, cuarta...) y el ruido del motor (diésel, ruge como un león) y la velocidad le dan a uno la impresión de estar en un avión a punto de despegar. Ese momento en el que los motores del avión, histéricos, nos disparan hacia adelante y ya solo hay dos opciones; o volamos o adiós muy buenas. Entonces entramos en la autopista y vuelvo a sentirme en un coche. Y vuelvo a convencerme de que en principio lo de volar queda para otro día.


SIEMPRE tememos que el camión que adelantamos nos arrincone y todo acabe mal, con un señor gordo bajando de la cabina y echándose las manos a la cabeza mientras observa atónito un amasijo de hierros y carne que antes era un coche y un individuo.


SI no corremos mucho lleva el coche el piloto automático (y podemos pensar en nuestras cosas), pero no podemos dormirnos por si acaso se duerme él también.


CUANDO vamos a 120, 130 o por ahí, y un coche nos adelanta dejándonos atrás en unos segundos nos acordamos de aquellos problemas de matemáticas soporíferos de trenes y estaciones y velocidades. Y de Einstein, vaya cosa, cuyas ocurrencias vagamente me suena que tenían algo que ver con todo esto. Por un momento parece que el único que se mueve es el que adelanta y nosotros estamos parados. Y nos imaginamos a Einstein conduciendo el BMW (siempre es un BMW) que nos adelantó, con esa melena micrófono y la lengua fuera, como un perrito. Pensamos; será cabrón.


EN las ondulaciones del asfalto los coches se mueven arriba y abajo como un baile tropical moviendo los culos.


ME ponen nervioso los que pisan el freno en la autopista por razones misteriosas. Tienen toda una recta por delante o una curva poco pronunciada y una velocidad adecuada (y uno va detrás a una distancia más que prudencial) pero veo como se les encienden las luces de frenado, nerviosas, dando sensación de inseguridad o indecisión, o locura. Les adelanto y los dejo solos con sus dudas. Casi siempre conduce uno (o una) con los brazos muy flexionados y agarrando el volante con tensión y la cabeza muy cerca de este.


A la salida de la autopista está Mariano, colgado de las farolas y en una valla. En las farolas tiene las ideas claras (cosa que me repugna desde siempre, tenerlo todo tan claro, vaya slogan fueron a escoger), y en la valla leo: Con cabezón y coraza. Pero no puede ser y me fijo: Con cabeza y corazón. Eso. Pero discrepo; no creo que el corazón tenga mucho que decir en política, o no creo que haya que escucharlo mucho. Debería erradicarse de la política. Lo que sobra precisamente es corazón. Está el Congreso lleno de apasionados.


En el peaje siempre buscamos la cola menos concurrida, la más rápida. Pero cuando nos acercamos vemos que todo es porque la mujer que nos cobra es la menos atractiva. Siempre nos gusta más la de la caseta de al lado, en la que los coches tardan más en pagar.

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