30/1/08

"Las cosas"

"Les habría gustado ser ricos. Creían que habrían sabido serlo. Habrían sabido vestir, mirar, sonreír como la gente rica. Habrían tenido el tacto, la discreción necesaria. Habrían olvidado su riqueza, habrían sabido no exhibirla. No se habrían vanagloriado de ella. La habrían respirado. Sus placeres habrían sido intensos. Les habrían gustado andar, vagar, elegir, apreciar. Les habría gustado vivir. Su vida habría sido un arte de vivir.
Estas cosas no son fáciles, al contrario. Para aquella pareja joven, que no era rica pero que deseaba serlo simplemente porque no era pobre, no existía situación más incómoda. No tenían más que lo que merecían tener. Soñando como soñaban con espacio, luz, silencio, eran devueltos a la realidad, ni siquiera tétrica, sino simplemente angosta -y era tal vez peor-, de su vivienda exigua, sus comidas diarias, sus vacaciones pobretonas. Era lo que correspondía a su situación económica, a su posición social. Era su realidad, y no tenían otra. Pero existían, al lado de ellos, en torno suyo, a lo largo de las calles por las que no podían andar, las ofertas falaces, y sin embargo tan cálidas, de los anticuarios, los tenderos, los libreros. Desde el Palais Royal hasta Saint-Germain, desde el Champde-Mars hasta el Étoile, desde el Luxenbourg hasta Montparnasse, desde la isla de Saint-Louis hasta el Marais, desde Les Ternes hasta la Opéra, desde la Madeleine hasta el parque Monceau, todo París era una tentación. Ansiaban sucumbir a ella, con embriaguez, enseguida y para siempre. Pero el horizonte de sus deseos estaba tenazmente cerrado; sus grandes sueños imposibles pertenecían al mundo de la utopía."

(Las cosas, George Perec, Anagrama, 1992, pág. 21-22)



Hace meses que está en un rincón de la mesa, este libro. Unas libretas, unos cedés, otros libros, algunos cables, un reposavasos de corcho. Estaba ahí, como esperando algo. Pero me confunde; no sé qué decir de él. No se desprecia fácilmente, no, tiene su miga. Lo leí en un aeropuerto, en un avión, en un autobús y lo terminé en mi cama, días después de un pequeño viaje. Me gustó, no me gustó, me volvió a gustar y al final me hartaba toda esa pátina sociológica que parece revestir la narración. Os odio, personajes, anda y que os den. Más que narración diríamos que es una descripción. Narración hay poca.

Quizá lo he dejado ahí, arrinconado en la mesa, esperando saber algo.

George Perec, sin duda, es uno de los mejores escritores de catálogos, porque eso es Las cosas, una descripción de todo lo que una pareja tiene, no tiene y quisiera tener, de lo que gusta y desprecia. Admito mi debilidad por los catálogos, las numeraciones, las listas. Es el deseo, lo que aquí se cuenta, en forma de algo tangible, una mercancía. Publicado en 1965 y es más actual que nunca, al menos aquí, donde se aprendió a consumir no hace tanto, es decir, a comprar no por necesidad (vaya vulgaridad) sino por deseo, por vicio, que quizá no lo es tanto; cosa más importante que estar bien con uno mismo, ser feliz en el cuerpo de uno, tal como uno se quiere, la identidad y todo eso de las marcas que nos fabrican un yo muy chulo, etcétera. Eso de ser y tener que ya son casi la misma cosa.

Las novelas sociológicas (entiendo por tales las que intenta explicar o describir una generación, un ambiente, etcétera) suelen estar hechas de una pasta muy mala, entre cemento gris y arenilla. Aburridas, y unos tochazos inmensos, arrojadizos, asesinos. Queriéndolo contar todo no cuentan nada y además no cuentan nada contándolo bastante mal. Es un libro extraño este; evita todos estos traumas y nos planta un retrato muy convincente. Tanto que a veces se acaba reconociendo uno y hasta jode un poco.

2 comentarios:

conde-duque dijo...

El año pasado (4 de marzo, según puse en la primera hoja) me compré en Roma "La vita istruzioni per l'uso". A veces lo hojeo y está bien para practicar italiano, pero creo que en español me aburriría bastante.
El estilo es un poco como dice el título: de manual de instrucciones.

Anónimo dijo...

Pues este no está mal, y es corto. No he leído nada más de él. La que menos me apetece es La desaparición, una policíaca escrita sin la letra "e".
Voy a escribir la primera novela que vaya de atrás para adelante, o la primera novela escrita a la pata coja... a ver si así me publican.